Por Guido Brunet

Unas cuarenta y cinco personas que viven en la calle dormirán esta noche bajo techo. El refugio Sol de Noche se encarga de convidarle una taza de té o café caliente, comida y una cama para descansar a las personas que no tienen donde vivir. Porque cuando llega el frío, hay un lugar que le pone un techo a los sin techo.

Llegan a las 20, toman mate cocido, a las 21.30 cenan y ven televisión y a las 23 se van a dormir. A las seis se los despierta, van al comedor, desayunan y después de las siete deben volver a las calles. La rutina se repite todos los días desde cada fin de abril hasta los últimos días de septiembre. Por más mundano que parezca, para muchas personas estas cuestiones son un verdadero bálsamo en su vida.

“La gente en la calle se desgasta mucho, pasa frío, inseguridad y les genera problemas de salud, tanto físicos como mentales”, cuenta Horacio Echenique, uno de los fundadores, ex presidente y permanente colaborador de Sol de Noche. Los “refus”, como les llaman cariñosamente los voluntarios del lugar, llegan a las 20, se bañan, toman algo caliente, comen y duermen en un lugar cálido. La casa tiene una capacidad para 60 personas -con una habitación exclusiva para mujeres-, que seguramente se llegará a ocupar totalmente en los meses de junio y julio, que es cuando el frío golpea más fuerte. Y en caso de que no haya más lugar en Sol de Noche, se deriva a quienes se acerquen, al refugio municipal.

«Esto tiene que ser una plataforma para que puedan tener una vida mejor», repite Horacio, quien fue presidente del refugio hasta el año pasado, cuando decidió dar un paso al costado para dejarles lugar a los más jóvenes. Pero remarca que «acá el presidente es uno más, tiene mayores responsabilidades, pero su palabra opinión vale lo mismo que la de cualquier voluntario.

“Acá tienen para bañarse, se les da ropa, se afeitan. Y bien presentados pueden pedir un trabajo. Ese sería el deseo nuestro, que puedan ir a una pensión y que empiece a mejorar su vida de a poco. Hay casos que eso pasó. Pero depende de la voluntad de la persona”, manifestó Horacio.

En el lugar también se intenta contener a quienes llegan al centro. Los domingos a la tarde en el refugio hay un espacio de reuniones para que “para que cuenten, para que se expresen, porque no tienen a nadie entonces necesitan a quien contar. Son cosas duras, feas, pero necesitan sacarlas”, comparte Horacio, también coordinador de las reuniones junto a los voluntarios.

Sin embargo, no todos se sienten cómodos al principio. Es que los años de vida en situación de vulnerabilidad deja secuelas. “Para algunos esto es como un martirio. Porque no están acostumbrados a convivir ni a vivir encerrados. Ellos viven al aire libre, sin problemas de horario, es una vida muy especial. Y a veces la calle afecta a la mente. Detrás de cada uno se puede hacer un libro…”, cuenta Horacio. Uno de esos casos tal vez sea el Luis…

— Sacame una foto- pide Luis. Le tomo la fotografía y cuando se la muestro en la cámara, me dice que ese no es él.

— ¿Cómo no vas a ser vos?- Le retruca Horacio riéndose.

— Luego le pregunto cuándo fue la última vez que se sacó una foto y me dice que no se acuerda. Luis vino de Santiago del Estero y hace varios años que vive en Rosario, la vida lo fue empujando a las calles.

Con respecto a los motivos por los cuales una persona queda en la calle, Horacio no duda y dice que, mayoritariamente, por problemas familiares. El alcohol en ese caso es la principal causa. «Llega un punto que el alcohólico deja a su familia y va detrás de la bebida. Y sus seres queridos ya no quiere saber nada».

La casa donde funciona el refugio está llena de carteles con leyendas y enseñanzas. Cerca de entrada, uno de los afiches reza: «Si no hay subidas y bajadas en tu vida entonces estás muerto». Los mensajes se repiten… como el que, en un tono más risueño, dice: «Hagás lo que hagás, da todo. Salvo que estés donando sangre».

Antes de llegar al pasillo donde se ubican las habitaciones, Horacio muestra una habitación con casilleros, para que las quienes pasan la noche allí puedan dejar sus pertenencias y se lo lleven al otro día. “Porque en las habitaciones se roban entre ellos”, contó Horacio. “Pero es la realidad y uno los acepta como son. Aunque uno quiere que sean distintos. Y en la calle también están expuestos a la inseguridad. Por eso muchos no tienen documento. Porque se los roban. Se acuestan y le sacan lo poco que tienen. Acá uno tiene que tomar contacto a veces con la parte más fea de las personas”, confiesa Echenique.

Justo en ese momento llega Pedro un poco sobresaltado, un hombre que pareciera tener unos 70 años. El señor le dice que colgó un pantalón en la terraza y al buscarlo ya no estaba más. Pedro habla con mucho esfuerzo, le cuesta emitir sonidos, casi no se entiende lo que intenta comunicarle al responsable del lugar. Pero Horacio lo escucha y lo tranquiliza. «Estas cosas lamentablemente a veces pasan, pero lo importante para ellos es que los atiendan, que los comprendan».

El refugio surgió a partir de la iniciativa de Elizabeth Báez tras la helada de 2007, en la que murieron tres personas que se encontraban en situación de calle. en aquellos años estudiante universitaria. Comenzaron a funcionar en Cabin, de a poco fueron creciendo y hoy por hoy Sol de Noche se ubica en pasaje Marconi 2040 (Ituzaingó al 5200). Según los integrantes del refugio, en estos nueve años de trabajo la concurrencia de las personas de la calle se ha mantenido pareja.

Sol de Noche subsiste gracias a la colaboración de los ciudadanos de Rosario, quienes donan dinero para ayudar a cubrir los gastos del lugar. Gracias a la ayuda de la gente, en estos momentos no hace falta ropa, solo se necesitan frazadas para combatir el frío en este invierno. También se mantienen con un subsidio municipal para solventar los gastos que tiene el lugar. “Por suerte nunca nos ha faltado nada”, dice agradecido Horacio.

El refugio cuenta con 40 voluntarios en total que van en los momentos que entregan unas horas de su semana en los momentos que cada uno puede. Se dividen por turnos y cocinan, preparan el desayuno, levantan a las personas. Y lo que no es menos importante, hablan con ellos. Todo lo hacen desinteresadamente, es que nadie de los que trabajan allí cobra por realizar esta actividad. Porque, como dice Horacio: «Si me pagan, no sigo haciendo esto debido a que lo hago con el corazón. Si me ofrecen dinero, ahí ya no vengo más», confiesa el responsable de un lugar que hace casi diez años contiene a las personas que no tienen un techo.