Por Candi

¿Qué es el tiempo? El tiempo, al fin y al cabo, es un traidor. Habiendo sido creado por el hombre, rescatado del profundo y remoto abismo en el que permanecía intrascendente para todo lo creado, ahora pasa, una y otra vez, impertérrito, inexorable, sin ninguna piedad y sordo a cualquier súplica. No se detiene, sigue, no perdona, ni concede nada de lo suyo. Es, por tanto, también, un gran mezquino.

El tiempo no te permite rectificar lo ya pensado, lo expresado o accionado. Es falso aquello de que se pueden reeditar o rectificar las cosas sucedidas tal como fueron. Y ello es así, por el hecho de que las circunstancias jamás serán las mismas. Aquello que se pensó, aquello que se dijo, aquello que se hizo, perteneció a un contexto y si bien se pueden repetir palabras y acciones, todo alrededor, en el momento de la reproducción, no será lo mismo. Por tanto, la acción, aunque parecida a la primigenia, tampoco será igual. Incluso el ser no será el mismo.

Esto no significa, claro, que no tenga valor la rectificación del error cometido o la disposición a vivir lo no vivido. Claro que lo tiene; y tanto, que la enmienda de actos equivocados o la decisión de retornar a la vida supera al poder del tiempo. Pero esta es otra historia. Lo que quiero decir, es que hay pensamientos, palabras, acciones, que deben ser ejecutados en el momento justo, pues luego ya no serán lo mismo, ni lograrán el mismo efecto.

En vano se riega el malvón cuando éste se ha secado ¿no? Sí, así es. La rosa estuvo allí, por días, dispuesta a entregar su fragancia, cuando al fin se acercó el peregrino para apreciar su aroma, la pobre ya se había agostado. Un «te amo» hoy, no será igual a esas dos palabras expresadas mañana. Un «perdón», o un «te perdono», tampoco. Y lo más peligroso, es que a veces no hay mañana. ¿Por qué entonces renunciar a vivir hoy? Acuérdate de que el Maestro le dijo al mayor de los traidores: «lo que has de hacer, hazlo ahora”. Y esas palabras tienen un significado para todas las vidas, de todos los tiempos.