Por Carlos Duclos

¿Dónde va la gente cuando muere? Desde un punto de vista de la fe puede decirse que parte del ser, su espíritu, va hacia un lugar desconocido, misterioso: el aposento de Dios donde reposan las almas junto a El. Desde un punto de vista de la no fe, la gente cuando muere tiene dos destinos: el olvido y la desaparición completa, absoluta; o el permanente recuerdo que las hace seguir viviendo entre nosotros en el recuerdo, en el amor.

A menudo hay quienes se preguntan… ¿qué habrá sido de…? ¿Dónde estará aquello que fue y ya no es? Y a menudo la respuesta, sin consideraciones religiosas o de fe, está en la obra que dejaron, en la enseñanza, en el ejemplo. ¿Qué habrá sido del doctor René Favaloro, extraordinario médico, mejor ser humano, filósofo, humanista y filántropo? Está en su Fundación, en el mensaje que ha dejado, en la enseñanza que ha impartido, en las vidas que ha salvado, en el ejemplo de vida que algunos se niegan a imitar, en su humildad de corazón que lo hizo grande sin proponérselo.
Precisamente por eso, porque los genios, las mentes brillantes, los corazones nobles no tienen como propósito la gloria, ni el aplauso, es que son grandes. Quien haya tenido oportunidad de ver por televisión algunas de las entrevistas que periodistas de raza le hicieron al médico argentino, ha tenido la gratificante oportunidad de elevar su corazón. Sí, porque Favaloro operaba de dos formas: con el bisturí y con su palabra que surgía de su noble corazón.

¡Qué lástima doctor que muchos políticos y dirigentes sociales argentinos permanecieron indiferentes a su obra y su palabra!