Por Hugo March

Mi abuelo croata me contaba la historia de un cura de su pueblo que era famoso por ser mala persona, y como el poblado era el más grande de la zona y de la Diócesis, también oficiaba misas en las localidades vecinas, a las que generalmente iba caminando.

Un domingo por la mañana a mitad de camino sintió un hambre atroz y quiso el destino que se cruzara con una higuera repleta de frutos a punto de caramelo. Sin pensarlo dos veces bajó todos los higos e hizo una pequeña montaña de los que fue comiendo a medida que los elegía, y una vez que se hartó de tanto comer, no tuvo mejor idea que orinar los que le habían sobrado, de mal llevado que era nomás.

Pero ocurrió que a su regreso, al pasar por el mismo lugar nuevamente sintió un apetito voraz, miró los higos y se lamentó de lo que había hecho a la mañana, pero como tenía tanto hambre se sentó al lado de la pequeña pila y empezó a seleccionar: Este está orinado, este no, este sí, este no. Y así hasta que terminó de comérselos a todos y siguió su viaje al tranquito.

Como todas las historia que nos contaba y volvía a contar intercalándolas con otras, siempre tenían un mensaje que al menos a mí me llevó años descifrar, y con el correr del tiempo las voy refrescando y relacionando con las cosas de la vida.

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Iglesia de San Lorenzo. Trogir. Croacia

Cuántas veces hacemos o nos hacen lo mismo, y cuanto nos cuesta reconocer la moralina que habita en cada uno de nosotros y que mide y evalúa las situaciones de acuerdo a su propia vara, y ataca o se defiende según convenga a la situación, y como en el cuento, a veces es sí y a veces es no. Y después solemos decir muy anchos de pecho que somos coherentes con nuestros principios y valores como poca gente en el mundo porque siempre pensamos y hacemos lo mismo. Eso no es coherencia, eso es cristalizarse y no crecer, es adecuarse y obedecer también los mandatos de los poderes de turno a los que nunca les interesa que reflexionemos demasiado, y menos que cambiemos.

Todo es relativo y bastante falaz. Aunque nos cueste reconocerlo somos seres interesados y muy limitados, y en general tenemos casi todos las mismas debilidades en mayor o en menor proporción, pero nadie está en condiciones de arrojar la primera piedra.

Lo que ayer fue un sí rotundo hoy es un quien sabe y mañana tal vez será un no terminante, y tampoco es algo censurable porque precisamente de eso se trata esta vida, de ir aprendiendo con cada cosa que nos pasa, y por lo menos saber que lo que hoy nos sobra, mañana puede faltarnos, y por las dudas mejor dejar los higos a la sombra y sin orinarlos.

Y todo esto también se relaciona con las cosas que nos van sucediendo, aquellas achacamos a la fatalidad, al destino o al resultado de las elecciones, sin pensar en general cuánto hemos puesto de nuestra parte para que así ocurriera.

Aparte de ello y como diría el Maestro: “Ninguna cena es gratis”, todo lo que hacemos tiene su costo y tarde o temprano también sus consecuencias, por una sola y sencilla razón, la vida no es más que una serie de actos y consecuencias, sólo y nada más que eso. Cada cosa que hacemos tarde o temprano regresa de la misma o diferente manera, pero en cada elección cotidiana estamos deci-diendo en parte nuestro destino, por eso siempre es conveniente dejar los higos limpitos por si noso-tros mismos u otro llegara a necesitarlos.

Desde que nos despertamos por la mañana y elegimos si nos levantamos o nos quedamos un rato más en la cama, hasta que terminamos la jornada no hacemos otra cosa que tomar decisiones en base a lo que vamos eligiendo. Y esto es bueno tenerlo en cuenta porque a cada elección corresponde una renuncia, y generalmente después no hay marcha atrás.

Hugo March

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