Por Carlos Duclos

Cuando el asesinado ex presidente de Estados Unidos John Kennedy advirtió que el hombre debía poner punto final a la guerra, pues si no corría el riesgo de que la guerra terminara con el mundo, no lanzaba premoniciones caprichosas o descabelladas. El mundo está hoy en guerra, y lo acaba de asegurar una vez más el líder del catolicismo, el papa Francisco, este domingo en el Angelus dado en la Plaza San Pedro.

No es una guerra convencional, es una guerra distinta, más peligrosa, más sofisticada y perversamente sutil. Es una guerra con capacidad para engañar al hombre desprevenido, quien supone que goza de cierta paz mientras ella, acción del “mal”, lo hiere hasta desangrarlo, física, mental y espiritualmente. Esta guerra se libra en todas partes del mundo, en cada rincón del planeta y adquiere formas diversas.

“El espíritu del hombre está muriendo”

Parafraseando a ese incansable y admirable luchador por los derechos del hombre, también asesinado, Martin Luther King, podría asegurarse que la humanidad, sugestionada por el mal, ha invertido tanto en armas de todo tipo que el espíritu del hombre está muriendo. El recordado líder social y pastor baptista decía literalmente que “una nación que gasta más dinero en armamento militar que en programas sociales, se acerca a la muerte espiritual”. Y eso está ocurriendo. Lo grave es que ya no sólo se gasta en armamento militar específica y exclusivamente, sino que el “mal” ha logrado dotar a muchos corazones con la poderosa arma de la insensibilidad, que lanza mortíferos proyectiles de odio, de enojo, de injusticia, de mezquindad.

Astuta y subrepticiamente, el “mal” ha logrado entrar en los corazones de muchos hombres, multitudes de hombres. Gobierna el corazón de la casi totalidad de los líderes y ha enquistado en el planeta la idea de que el prójimo es el enemigo. Se advierte en la famosa “grieta” argentina, por ejemplo; o en esos cristianos perseguidos y despojados de sus bienes y hasta de sus vidas; en los judíos apuñalados o que sobreviven bajo fuego de misiles terroristas. Se puede ver en los musulmanes diezmados por quienes locamente matan en nombre de Dios, farsantes que incluso dicen seguir al Profeta; se percibe en la miserable y atormentada vida de los refugiados, que huyen desesperadamente del infierno, de la guerra literal y convencional, o cuando el ser humano sale a la calle en cualquier parte del mundo y puede ser atacado o por un terrorista o por un delincuente común, que lo balea para robarle unas monedas o su celular; se observa cuando el corazón bueno, inocente y noble es conculcado, sometido, a condiciones de una vida que no es tal, sino una desventurada sobrevivencia; cuando el narcotráfico echa raíces y reina destruyéndolo todo, diezmando mentes, destinos y familias, o cuando el dinero es el afán de unos pocos a costa del tormento de unos muchos.

El destino del hombre y los que cojean con los dos pies

Sí, el mundo está en guerra. Y para aquellos que circunscriben el vocablo “guerra” a lo puramente literal, debe decirse que hace unos años algunas personas advertían que la naturaleza terrorista se expandiría a todas partes de esta sojuzgada Tierra y que Argentina, los argentinos, no debían permanecer indiferentes. Hoy, los gobernantes y otros sectores de la sociedad aceptan (sin mucho bombo) que Isis ya está aquí. No deben ser los únicos y, por otro lado, el terrorismo adquiere diversas formas. Una panza vacía en un inocente niño provoca terror (a menos que el corazón se haya endurecido)

Lo más triste, es que en este estado de guerra, en cualquier instante una potencia puede oprimir el botón final disparando la catástrofe por la que lloró el genio de Einstein y por las que repiquetean hoy viejas profecías.

El mundo está en guerra, una guerra que, como se dijo antes, adquiere diversas formas ¿Cuál es, pues, el destino del hombre?

El Papa ayer recordó las palabras de Elías cuando dijo: “Ustedes cojean con los dos pies”. Y añadió: “Es una bella imagen. Es importante decidir qué dirección tomar y después, una vez decidida aquella justa, caminar con arrojo y determinación…”. No hay otra alternativa para la nobleza humana que aún queda y no es poca.