La sociedad se siente amenazada por una «raza maldita» compuesta por «negros», delincuentes, violadores, asesinos, ladrones y todos los etcéteras que nos acechan constantemente y no nos dejan vivir en paz.

La sociedad está partida en dos. Por un lado las personas de bien, respetables, las que salen todos los días a trabajar, a ganarse el pan con el sudor de su frente, a poner el lomo como se dice habitualmente y por el otro están los delincuentes, malvivientes, sujetos despreciables que si mueren es mejor porque así habrá uno menos.

El primero, grupo en el que estamos comprendidos vos, yo, nuestros amigos, gente de bien, en fin, nosotros que si quedamos a merced del otro grupo, inmediatamente nos convertimos en víctimas y ellos en algo despreciable que ya no merecen la categoría de ser humano.

Y a partir de ese momento en el que pasamos a ser víctimas, salimos a las calles a pedir justicia, pedimos por “nuestros muertos”, para que esas lacras paguen por el daño que hicieron, por destrozar una familia de bien y es un reclamo justo.

De más está decir que nadie tiene derecho de quitarle la vida a otro ser humano, bajo ninguna circunstancia salvo que esa persona atente contra su vida.

¿Entonces qué sucede?, salimos a pedir justicia que estas lacras paguen por lo que hicieron, que se pudran en la cárcel, que se mueran en la cárcel. Y hacemos marchas, salimos con pancartas, carteles, fotos de nuestros muertos y reclamamos al presidente, al gobernador, al intendente, al juez, a los fiscales, al abogado, a la policía, a los ministros, a todos, golpeamos todas las puertas.

Pero lo cierto es que nada de lo que hagamos puede modificar la realidad, solo puede ejercer un poco, pero sólo un poco de presión para que los jueces, quienes son los únicos que pueden impartir justicia, tomen algunas decisiones dentro de lo que les permite la ley, para apaciguar el clamor social y que los funcionarios tomen algunas medidas desesperadas para calmar a los iracundos que están a punto de “incendiar” todo.

Entonces pedimos endurecimiento de las penas, el cambio de leyes y hasta la pena de muerte para los malnacidos que nos arruinaron la vida despojándonos de nuestros bienes materiales o le arrebataron la vida a un ser querido. Pero, me pregunto: ¿es esa la solución?

¿Qué encierra el constante pedido de justicia? ¿De qué forma se haría justicia para una persona que fue asaltada, golpeada y despojada de sus pertenencias? ¿Cómo se haría justicia para una mujer que fue violada, drogada y asesinada? ¿Cómo se haría justicia para una persona que fue asesinada por un delincuente luego de entregar todo lo que tenía en su poder? No existe, porque justicia es un principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece. Y eso es imposible, porque una vez que te quitaron la vida de un ser querido, no te la pueden devolver, una vez que te robaron, te violaron, te ultrajaron no se puede volver al estado anterior.

En todo caso, se puede dictar una condena al delincuente para que, en cierto modo, pague por el delito que cometió, pero esto no conforma, y es normal que así sea, a las víctimas que vivieron un horror en manos de ese delincuente.

Entonces, ahí volvemos a cerrar el círculo y salimos a la calle y los medios de comunicación cumplen un rol fundamental en esta situación y no sólo es el mero sentido de informar. La función primordial que cumplen los medios de comunicación es el de visibilizar a la víctima. Esa víctima con la cual la mayoría de la gente de a pie, que se levanta todos los días para ir a trabajar y ganarse el pan de cada día dignamente, se siente identificada porque piensa, “mañana me puede pasar a mí”.

Y volvemos  a cerrar el círculo, salimos a pedir justicia, pero, y en este punto está el quid de la cuestión,  no queremos justicia, queremos que el delincuente se pudra en la cárcel, queremos penas más duras para que no salga nunca más del encierro, porque es la escoria de la sociedad y no se merece nada.

Queremos que al violador lo corten en pedacitos, que sufra lo mismo que sufrió la víctima a la cual sometió, queremos la pena de muerte para el homicida, queremos que le corten las manos al que robó y si es posible que los cuelguen en la plaza para que los otros que estén pensando en hacer lo mismo vean lo que les puede pasar si cometen un delito.

He aquí la hipocresía de la sociedad cuando sale a pedir justicia y en realidad lo que quiere es venganza.

El cambio de leyes, las penas más duras, y hasta la pena de muerte no va a modificar las conducta de las personas que delinquen, porque la persona que comete delito tiene desprecio por la vida, porque desde que nació fue excluido, fue marginado, no tuvo oportunidades de modificar su vida, fue despreciado, no querido, y todos los no que se nos puedan ocurrir y no valora ni su propia vida, como se puede pretender que valore la vida de un tercero. Es imposible.

En cambio, si trasladamos todo este razonamiento a los delitos de guante blanco, la sociedad no sale a pedir lo mismo para esos delincuentes que se visten de traje y llevan maletín. Que tuvieron todas las oportunidades en la vida, que son de una familia bien y de apellidos respetables, pero en muchos casos hacen más daño que los otros morochos de gorrita. ¿Sabés por qué? Porque las víctimas de esos delitos son invisibles y los medios de comunicación no te las muestran.