Por Carlos Duclos

Penosos y tristes rastros dejó la marcha multitudinaria de mujeres que anoche se movilizaron por  la ciudad de Rosario contra la violencia de género. Un derecho inalienable el de la paz y el respeto que  merece toda mujer (y todo ser humano) manchado por el accionar de algunas (seguramente una minoría, cuando no infiltradas o infiltrados) que arruinaron frentes a su paso con pintadas absurdas, muchas de las cuales, paradójica e insensatamente, eran la misma naturaleza de lo violento.

Por fin se culminó con aquello que nadie deseaba: el ataque a la Catedral de Rosario con piedras y botellas. Una Catedral que había sido vallada, envuelta en plástico y rodeada de efectivos desde temprano, para evitar ser arruinada, como aconteció con otros templos históricamente en estas movilizaciones.

Innecesaria fue además la presencia de una veintena de hombres orando frente a la histórica iglesia, como si con el Padrenuestro a flor de labios se fueran a calmar las emociones de algunas personas que no pueden, o no quieren, trocarlas en diálogo y tolerancia, dejando de lado ese oscuro y mortal sentimiento de rencor que las acompaña siempre y a todas partes. La presencia de los orantes tampoco ayudó, hay que decirlo, a nada. En ese aspecto, es para destacar lo expresado por el arzobispo de Rosario, monseñor Eduardo Martín, quien aclaró que no autorizó ningún cordón humano, enfatizando en  que para cuidar está el Estado. Sensatez y sabiduría.

Y finalmente la policía a los balazos, que recibieron todos por igual: manifestantes y periodistas, entre ellos los colegas y amigos José Granata y Alberto Furfari.

Otro momento de tensión y justificado temor vivió un compañero de trabajo quien, inocentemente, llevaba puesta una remera que decía “Sí a la familia” y cuya leyenda estaba vinculada a una reivindicación laboral. Se las vio mal cuando un grupo de mujeres supuso que era “un policía de civil” y comenzó a avisar al resto de que un probable “poli”, estaba entre ellas. Tuvo miedo ante la actitud agresora y no fue para menos.

Pero todo no paró allí y reproduzco lo que dijo anoche otro colega: “algunas chicas estaban con el rostro tapado y a los periodistas nos empujaban y nos decían que dejemos de filmar o sacar fotos”.

Sería poco serio y hasta caer en el otro extremo de la intolerancia decir que todas las mujeres que se encontraron en Rosario fueron responsables de esta locura, más bien hay que pensar que, como se dijo, una minoría y violentas infiltradas (¿terroristas?) fueron las causantes de este aquelarre consistente en pintadas, incendios de contenedores y ataques a la Catedral. Algunas de las leyendas que arruinaron frentes y la estética de parte de la ciudad son harto elocuentes y muestran de manera proverbial frente a qué se está en algunos casos: “Abortemos en manada”, “Quiero que te mueras macho inmundo” y otras por el estilo. Sin más palabras, pues son innecesarias.

Es saludable que una personalidad, como lo es Nora Giacometto, haya lamentado todo esto y que las organizadoras del Encuentro esta mañana, en la conferencia, cuestionaran el vandalismo de algunas.  Sin embargo, no es la primera vez que esto ocurre y sería plausible que en el futuro se adopten medidas que sean eficientes para neutralizar actos violentos, que son una paradoja patética y lamentable a la hora de hablar de paz y de derechos.

Hoy la ciudad amaneció llena de rastros de violencia dejados por el pedido de la no violencia, y esta situación, ampliado el contexto, no es más que el reflejo de una sociedad que está en muchos aspectos y en tantos otros casos degradada en valores y virtudes elementales.

Fotos: Salvador Hamoui