Por Alejandro Maidana

El Circo Tihany es considerado el espectáculo más imponente de Latinoamérica. Detrás de la cortina, la mente de un rosarino es la que pone en escena un maravilloso espectáculo para todas las edades.

Richard Massone es oriundo de Rosario y tiene el enorme privilegio de ser el director y el artista más importante del circo.

Nacido en Barrio Parque, jugaba a ser mago en cumpleaños y fiestas, y se convirtió en el dueño de uno de los espectáculos más atrapantes del circo. Conclusión pudo dialogar íntimamente con él y recoger sus vivencias.

— ¿Cómo fue su infancia en la ciudad, y en qué momento se vinculó a la magia?

— Mi vida está vinculada a la magia desde mi infancia misma. Recuerdo, a la edad de 5 0 6 años, estar con mis amigos y mientras ellos jugaban a los soldaditos, a los cowboys o a las bolitas, yo me paraba frente a un espejo para hacer trucos de magia con pañuelos de colores, animalitos de peluche y monedas. Fueron muchos años de tener que bancar al niño en cumpleaños y en fiestas haciendo de mago para familiares y vecinos.

— ¿En qué barrio Richard Massone soñaba con ser un gran ilusionista?

— Mi vida en Rosario siempre transcurrió en Barrio Parque, más precisamente en Oroño entre 27 de febrero y Gálvez. La esquina del bulevar y la avenida fue, para esa época, “la esquina de los circos”. Todos ellos llegaban a la ciudad y se afincaban allí. Por ende, tuve la suerte de tenerlos siempre a escasos metros de mi hogar, algo que para mi mamá significaba un enorme trabajo. En la época de escuela primaria, yo concurría a la Mariano Moreno. Mi madre tenía una estoica tarea cotidiana, que no era otra que ir a buscarme permanentemente al circo para que vaya a cursar o sencillamente para realizar los deberes. Ella sabía que si no estaba en casa estaba en ese mágico lugar al que me dejaban ingresar gratuitamente, y cuando no era de esa forma, me las arreglaba para levantar la lona colarme por debajo de las mismas.

— ¿Recuerda el momento en que conoció por primera vez al mágico circo Tihany?

— Fue en el verano de 1965. En ese entonces, yo tenía 11 o 12 años. Recuerdo que el Tihany no se ubicó en la mítica esquina de 27 y Oroño, lo hizo en el lugar en donde funcionaba el viejo teatro Colón (Tucumán y Corrientes). Debo admitir que me invaden diferentes sensaciones, ya que con la llegada de lo que hoy es mi hogar, también se derrumbaba un monumento histórico como lo era ese teatro. En ese entonces no existía nada que lo pudiera impedir, lamentablemente. Aquí nace un hecho faraónico que voy a destacar. El señor Tihany, para rellenar ese terreno que supo ser el Colón, hizo desfilar 2.500 camiones cargados con tierra. Sin lugar a dudas, esa fue la mejor publicidad que pudo hacer con su llegada. Y así fue como junto a mi abuelita, movilizada por la palabra ‘magia’, ya que su nieto era mago, pisé el Tihany. Juro que esa noche no pude dormir. Este señor era un mago en serio, era un verdadero profesional. Fue y será mi maestro.

— ¿Cuándo se transforma en mago profesional y decide dedicarle su vida al ilusionismo?

— El momento antes relatado fue un punto de inflexión en mi vida. Después de esa experiencia vivida, me convertí en mago profesional. Salí de Argentina en 1976, viajé por Estados Unidos, México y anduve por Brasil, entre otros países. Fue un momento muy impactante. Fue duro abandonar mi casa junto a mi valija de ropa y a la de mago. No quiero que suene soberbio, pero Rosario ya me había quedado chica. Había trabajado en los canales 3 y 5, pero quería más.

— ¿En qué momento se relaciona con Franz Czeisler “Tihany”?

— Fue en una visita a Brasil. Yo me encontraba haciendo uno de mis espectáculos cuando se me acercó el maître del salón y me dijo que alguien quería charlar conmigo. Esa persona era Tihany. Si bien ya nos conocíamos debido a estar del mismo lado, el de la magia, ese día cambió mi vida para siempre. Él había sido invitado a integrar un jurado en Montecarlo por el festival de circo de Mónaco, invitado por el príncipe Rainiero y debido a que se encontraba con su circo, me pidió si podía pedir permiso al menos dos semanas para reemplazarlo. El sueño del pibe. Inmediatamente me abracé a esa posibilidad hasta que Tihany, gustoso de mi labor, me contrató en enero de 1981 para ser el mago del circo y sustituto de él.

— ¿Qué recuerda de ese extraordinario ilusionista, creador de ese maravilloso espectáculo?

— Muchísimas cosas. Su calidez, su impronta, su visión de negocios y el respeto por lo que significa el circo para toda la sociedad. Lamentablemente falleció a los 99 años, a pocos meses de festejar sus 100, que pensaba recibir con un espectáculo muy pero muy especial: su última magia. Tihany dejó un legado maravilloso para la humanidad, pero principalmente para el continente americano, ya que al mismo lleva alegría, cultura, calidad, glamour, arte y magia, pero por sobre todas las cosas, deja un recuerdo maravilloso para todas las generaciones que pudieron contemplarlo en sus 62 años que lleva de vida.

— El circo y su espíritu de nómade deben esconder en el baúl de los recuerdos muchas anécdotas. ¿Podría traernos una de ellas?

— Existen miles, pero tengo muchas ganas de contar una que me pasó hace poquitos días en nuestra estadía en Rosario. No tiene que ver con el circo, pero sí con mi vida. Ocurrió en el intervalo de una las funciones, cuando me encontraba en mi casa rodante que es donde vivo dentro del circo. Me golpearon la puerta. Al mirar, veo que se trata de un papá de unos 30 años con sus dos hijitas, que me pregunta si podía decirme algo. Lógicamente accedo a su pedido. Este muchacho me dice: «Quiero contarle algo que llevo conmigo prácticamente desde que nací”. Sinceramente me desconcertó. «Cuéntame», le digo. Ahí él me dice algo que terminó por confundirme aún más: “Usted nació en mi casa, y yo en la suya». Sumergido en ese intríngulis, le digo que me disculpe pero que por favor me explicitara. La situación era que él vivía en lo que supo ser mi casa en el barrio Parque. La misma aún conserva ese altillo repleto de historias, que tiene en su techo un camino de manos realizado con pinturas que ingresa a la habitación desde el marco de la puerta, para desaparecer a través de la ventana. Sin dudas que es una anécdota muy pero muy emocionante que quiero compartir.

Richard Massone esconde en su refinada figura, un cúmulo de experiencias a lo largo de estos 36 años con Tihany difíciles de volcar en pocas preguntas. Aquel pibe de barrio que ambicionaba con ser una gran ilusionista frente a un espejo, pudo transformar en realidad su sueño casi por arte de magia.

No sólo la magia vive en el circo, también la alegría del payaso

Emiliano Friguglietti tiene 24 años. Nació en Pergamino y es el que encarna de manera extraordinaria la figura del payaso dentro del Tihany. Su presencia dentro del espectáculo sirve como bálsamo ante tanto nivel de adrenalina. Dueño de un carisma notable y un jopo más que rebelde, se roba las risas y los aplausos de todos aquellos que no tienen que “sufrirlo” cuando invita al público a participar de su show.

— ¿Cómo nace la historia del payaso “Friguglietti”?

— Lo mío es bastante particular. Soy la quinta generación de una familia ligada a lo circense por parte de mi mamá. Siempre me interesó el circo, pero principalmente los payasos. Mi tío y mi bisabuelo también lo eran. Este último fue mi motor impulsor. Recuerdo contemplarlo mientras él se pintaba y se arreglaba, y yo siempre le alcanzaba los zapatos y la nariz antes de salir a escena.

— ¿Cuándo pisaste por primera vez un escenario?

— Fue a los 4 años y todo arrancó como un juego, lógicamente. Recién entrando a los 10 u 11 años, comencé a tomármelo en serio. Ya armaba mis propias rutinas, practicaba malabares y cama elástica. Ya tenía en claro que quería ser payaso por el resto de mi vida.

— ¿Cómo aparece Tihany en tu vida?

— Recuerdo haber venido a verlo a Rosario de muy chiquito. Hasta el día de hoy tengo en mi memoria el momento en que apareció el tigre y el payaso que a mí me fascinaba, que no era otro que Eduardo Akopian. Yo a él lo veía por televisión y teníamos la grabación en un video que lo gasté de tanto verlo actuar. En lo personal, recién pude caer en dónde estaba cuando me paré en la parte del opening y saludé al público. Hasta el día de hoy me cuesta creer que soy parte de este maravilloso espectáculo.

— ¿Llegaste a través de un casting o ya te conocían en el ambiente?

— Me llamaron. Yo ya conocía a Richard y, en el momento del llamado, me encontraba trabajando con Flavio Mendoza en Stravaganza. Nos hemos cruzado todos en diferentes espectáculos y así fue como hace ya un año y medio que me encuentro trabajando en Tihany.

Emiliano recuerda emocionado la presencia de su abuelo en los palcos, quebrado hasta las lágrimas. No era para menos, el noble oficio de hacer reír había entrelazado generaciones, y él pudo contemplarlo.

Foto: Gisela Gentile