Por Candi

-Los animales son tan leales, mi querido Candi, que hasta los mismos monstruos inescrupulosos y perversos los aman y desean su compañía.

-Claro, tiene usted mucha razón. Recuérdese que el mismo mal encarnado amaba a sus perros.

-¿De quién habla, Candi?

-De Hitler, naturalmente. Hitler amaba a los perros. Su última perra, Blondi, un pastor alemán, lo acompañó hasta el bunker donde se supone que el Führer se suicidó junto a Eva Braun. Un perro al que Hitler amó sobremanera fue Foxl. Incluso el entonces cabo del ejército alemán lo llevó a la guerra. Se lo robaron. Escuche lo que decía Hitler de ese perro: “Es enorme lo que he querido a aquel bicho. Nadie podía tocarme sin que Foxl se pusiera furioso. No seguía a nadie más que a mi. Cuando volvía después de dos días de ausencia ya no quería separarse de mi. En la trinchera todo el mundo le quería. Durante las marchas, corría alrededor de nosotros, observándolo todo: no se le escapaba nada. Lo compartía todo con él. Por la noche se acostaba a mi lado. ¡Y pensar que me lo robaron! No habría podido separarme de él. En mi vida he podido vender un perro. Me acuerdo: fue antes de llegar a Colmar. El ferroviario que quería conseguir a Foxl pasó dos veces por el vagón y me ofreció doscientos marcos. Aunque me diera cien mil, no lo tendría usted, le dije. Al bajar en Harpsheim, me di cuenta súbitamente de que el perro había desaparecido. La columna se pone en marcha. ¡Me era imposible quedarme detrás! Yo estaba desesperado. El sinvergüenza que me robó mi perro no sabe lo que me hizo”.

-Qué contradicción, Candi, y cuántas preguntas alrededor de esta historia. Amar tanto a los animales y no tener reparos a la hora de asesinar a millones de personas ¿Cómo es posible eso?

-Un psicólogo está en condiciones de responder a esa pregunta, porque evidentemente al hablar de Hitler estamos hablando de un psicópata, y aún más que eso. Yo me atrevería a decir que la inocencia del amor, la fidelidad que poseen los animales es capaz de doblegar al perverso. Un ser malo, en mi opinión, es el efecto de una causa. Esa causa es el resentimiento, el rencor, el odio que se tiene hacia una o más personas, sentimientos que fluyen en el perverso como consecuencia de sucesos que lo han afectado. Y si bien algunas personas golpeadas por otras deciden tomar el camino del perdón y del amor, otras adoptan el sendero del odio y la venganza. Siempre terminan mal estas últimas, aunque por supuesto que son capaces de hacer daño.

-Si los dejan. Y a Hitler lo dejaron, su presencia la permitió el mundo. Pero esa es otra historia.

-Es cierto. Pero ese odio hitleriano hacia la humanidad, y especialmente cierta humanidad, no se dio hacia los animales a los que el malvado creía los únicos seres fieles, leales, capaces de dar la vida si fuera necesario por él. Los animales, para Hitler, eran, increíblemente, los únicos que podían comprenderle y aceptar su pensamiento. Pero esta charla no tiene que ver con Hitler, Inocencio, sino con los animales, que son… ¡extraordinarios!

-¿Por qué?

-Porque no especulan, no causan daño a la creación por mero gusto o por razones vanas y efímeras, son inocentes y cuando se hacen amigos del hombre son capaces de dar la vida por él. Y esto no es cuento, amigo mío.

-Y mire usted, esta ternura, amigo Candi, mire usted a ese perrito que aguarda paciente a sus dueños (mejor decir amigos) mientras ellos toman un café en este bar en el que nosotros charlamos ¿No es eso amor? Tómele una fotografía Candi, para que los lectores de Conclusión compartan el momento.

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