Por Candi

 -Así que en su infinita locura, Candi, usted dice que las criaturas podríamos ser no más que extraordinarios y perfectísimos hologramas creados por Dios, o personajes de una novela divina.

-¿Y por qué no? El mismo hombre ha logrado realizar hologramas increíbles. Si hasta unos científicos japoneses han alcanzado el punto de que pueden tocarse estas imágenes. Mire, mire usted el vídeo que  los muchachos de la Redacción de Conclusión han colgado en esta columna. ¡Es increíble!

-¡Ah, somos hologramas!

-Bueno, en realidad nosotros dos, Inocencio, no somos sino personajes de un holograma que es el autor de estas palabras.

-¡Cuánta locura!

-Claro, locura, locura, locura infinita y ¡gracias a Dios! Si no fuera por la locura, Inocencio, no existiría el amor. Porque el amor es, a la razón, una tremenda locura. Locura de Dios, locura de los hombres, de los animales y hasta de las plantas.

-Locura de algunos hombres, de algunos, porque no sé si advierte usted que en ciertos corazones el amor se ha extinguido y lo que es peor, en otros ha crecido el resentimiento, el odio, el enojo que engendra violencia.

-Me dan pena esos corazones. Antes me provocaban repulsión, pero luego de reflexionar sobre el asunto he comprendido que son dignos de lástima ¿¡Qué vida reseca la del corazón que palpita bombeando sangre fría, Inocencio!? En el subsuelo de esos yoes debe haber una gran angustia revestida de rencor, de desprecio. Hay que cuidarse de que las vibraciones de esos corazones no alcancen a los nuestros, Inocencio. No porque sean capaces de dañar, no tienen esa capacidad si uno sabe cuidarse, pero sí pueden despertar eventualmente el sentimiento de enojo que ellos mismos tienen. Uno puede reaccionar de acuerdo a la acción de ellos y allí, aunque sea de modo eventual y pasajero, descendemos hasta su nivel de sentimientos, aun cuando por algunos instantes y nos lastimamos. Por eso es menester no reaccionar conforme a la acción de estos corazones endurecidos.

-¡No le pagues al mal con mal! ¿Es eso, verdad?

-Algo así.

-¡Qué locura la de ese tal Jesús!

-La locura del amor, Inocencio; la locura del amor. Claro, no vamos a pretender amar como ama esa Luz, pero al menos no mos dañemos pagando a los corazones duros con durezas. Eso no los perjudica a ellos, sino  a nosotros ¿Entiende?

-Claro, lo entiendo. He de ver a uno que me odia y he de pensar para mí, mientras sigo mi camino por la vida: “¡He ahí un pobre infeliz y necio, ¡oh Dios te pido que lo conviertas en sabio!”

-¡Exacto! Y si lo siente así verdaderamente, será usted libre, inmune y triunfante. Esa es la ley que se cumple inexorablemente.

-¿Sería prudente decirle algo al susodicho corazón que odia?

-Un delicado consejo tal vez respecto de que el rencor solo envenena a quien lo tiene y destila. Si lo escucha, lo habrá ganado usted para la vida. Si no… que Dios se encargue de él.

-¿Y qué ganamos además de la liberación, la inmunidad y el triunfo con eso, Candi?

-Trascender, dejar de ser meros hologramas para convertirnos en seres dignos de la Luz verdadera y vital. Ese es el mensaje del célebre Pinocho, de Carlo Collodi. Mire los hologramas Inocencio, mírelos y reflexione sobre hasta dónde ha llegado el hombre.