Por Carlos Duclos

El mercado, a través de sus hábiles y sutiles estrategias, ha logrado al fin someter la voluntad del hombre; ha impuesto su deseo y satisfecho su necesidad. El éxito de una persona, según los mensajes publicitarios que dan vueltas por el mundo, depende de ciertas pautas y quien no se ajusta a ellas es, sin remisión, un fracasado. No lo es en realidad, todo lo contrario, pero es lo que el dios mercado hace creer al ser humano de nuestros tiempos.

Una de esas pautas, sin dudas, y como el lector lo sabe, es la marca. Usted, según las leyes del mercado, no es un hombre de éxito sino compra productos de marca. Por ejemplo: calzar zapatillas de la pipa, de las tres tiras o la del felino, lo convierte a usted en un hombre distinto y distinguido. No es lo mismo, para la cultura posmodernista, que usted y yo (permítame la primera persona, estimado lector) vistamos una camisa original con el logo del cocodrilo que una marca “Serenita” adquirida en calle San Luis (para ser claros).

Tampoco, desde luego, es lo mismo llevar un reloj Tag Heur, cuyo valor puede arrancar en los 40.000 pesos que un Swatch que consigue usted en cualquier relojería a un precio aproximado que ronda el 5 por ciento del valor del afamado reloj suizo.

Y, para seguir con los ejemplos, y según la cultura mercadista ya instalada en el mundo, no es lo mismo que usted circule en un auto Renault Sandero o Citroen C3, a que se pasee orondo y satisfecho con un Volvo o un BMW por la costanera.

Y de paso, y como soy un apasionado de las motos (y disculpe, pero no puedo impedir la primera persona para el tinte de esta columna) le diré que para la cultura que nos ha atrapado, no es lo mismo que usted monte una Harley o una BMW, a que lo haga en una china o argentina.

Y todo esto viene a cuento porque ayer mismo le llevé a un artesano de la relojería, mi amigo Oscar Dell’Elce, especialista como ninguno en reparación de relojes del tipo carrillón, un hermoso reloj marca Calvin Klein, hecho en Suiza, que por un golpe dejó de funcionar. Al abrirlo, el especialista me dijo que era una máquina suiza, en efecto, marca ETA, fabricada por el grupo Swatch y es la misma máquina que montan muchos relojes de alta gama. De hecho al Grupo Swatch pertenecen muchas afamadas marcas de relojes suizos. Salvo relojes de muy alta gama, que fabrican sus propias máquinas, los suizos, en la competencia con los japoneses, decidieron que era mejor acudir a las pautas del mercado que seguir en la legendaria artesanía.

Pero esta realidad se observa en otras partes. Por ejemplo: algunos autos de gran marca europeos, y hasta japoneses, montan motores Renault o PSA, que pertenecen al grupo Peugeot-Citroen.

Recuerdo que hace un tiempo un amigo apareció ufano y contento con su automóvil de alta gama europeo que había adquirido, usado. “Es hermoso y anda de locos -me dijo- aunque me preocupan los repuestos”. “No hay por qué preocuparse”, respondí, el “motor es de Renault y muchas partes son de Ford y se consiguen fácilmente”.

BMW fabrica una moto scooter sensacional: la C650 en sus versiones turismo y sport. Pero debería saberse (y de hecho muchos lo sabemos) que esta máquina lleva un motor de dos cilindros fabricado por Kymco, con sede en Taiwan, que, dicho sea de paso, fabrica unas motos sensacionales y cuestan la mitad de lo que debe desembolsarse por una alemana.

Y ni hablar de la ropa. Esa es una historia aparte. La fabricación de ropa en el mundo, y aún más en los países subdesarrollados como el nuestro, ha logrado revivir a la abolida esclavitud. La misma costurera que arma una camisa o campera de marca afamada , y a la que se le paga salario de hambre y en condiciones de trabajo (¿trabajo?) abominables, cose para la camisa “La Serenita” que se vende en la feria de…

Debe quedar claro una cosa: la calidad no se discute, porque tan buena calidad puede ser un jean de conocida marca como el otro, ese que remalló la misma operadora y que solo se diferencia por la marca que lleva en la etiqueta. Lo único que uno al fin y al cabo intenta decir aquí que algunos, muchos (y termino con la odiosa primera persona) hemos caído en la trampa del mercado, el dios mercado y su hija la princesa “marca”.