Por David Narciso

Escena 1: el gobierno nacional baja los aranceles de los equipos de computación y complementos. El ministro de Ciencia de la provincia, Eduardo Matozo, radical pro Cambiemos, sale por radio a defender la medida. Argumenta que es una apuesta a futuro, que son bienes de capital para la industria del software, que va a crear muchos empleos y que hay que reconvertir las “instalaciones” de las fábricas electrónicas de Tierra del Fuego a otra cosa, que son inviables y que nos tenemos que dedicar a darle valor agregado a nuestras materias primas.

Su par de gabinete, el ministro de la Producción, Luis Contigiani, de origen radical pero en las antípodas de Cambiemos, sostiene que es una mala medida, que destruye empleo calificado sin reposición y que a lo sumo reemplazará parte por distribuidores de cajas cerradas. Que si bien había que poner en debate la brecha tecnológica entre los grandes países desarrollados tecnológicamente, el gobierno lo hizo sin gradualismo y llevándose puestas a un montón de pymes que intentan subsistir en alguno de los eslabones de la cadena de producción en plena revolución tecnológica.

Equilibrio muy fino

Las diferencias en el Frente Progresista y los posicionamientos políticos ante cada política nacional atraviesan todo el gobierno provincial. Además de posturas contradictorias en público, ministerios donde conviven radicales de Cambiemos, los del Frente Progresista y socialistas están virtualmente partidos. La premisa impuesta por el gobernador a sus funcionarios, concentrarse en la gestión, presenta mayores desafíos para cumplirse. Esta vez el terreno de diferenciación fue el decreto que libera la importación de equipos de informática. Y al fin de cuentas nada quedó claro: ¿cuál es la posición del gobierno de Santa Fe sobre el tema?

Hasta ahora es Lifschitz el garante de esa incómoda convivencia con los dos grupos radicales (MAR y Universidad) que mantienen una pata dentro del Frente Progresista pero su corazón se fue con Cambiemos.

No puede neutralizar la dinámica de la política, pero sí tratar de contener y ganar tiempo hasta que maduren los escenarios electorales en los que trabajan unos y otros.

El propio gobernador ya tuvo que intervenir fuerte a finales del año pasado cuando su vice Carlos Fascendini exigió que los radicales afines a Macri dejaran sus puestos en el gobierno provincial. “Ahora no”, lo frenó en seco Lifschitz, en señal de que los tiempos los definirá él.

Siempre es bienvenido el debate de ideas, en este caso el acceso a bienes informáticos y el rol de la industria local y el mercado interno, pero al mismo tiempo emerge una pregunta incómoda: ¿puede un gobierno provincial hacer convivir y sintetizar dos posturas no sólo antagónicas, sino que representan dos concepciones que marcaron la historia del país a lo largo del siglo XX?

Modo reconfiguración

Escena 2: Campaña electoral 2017. Acto en el pueblo X en ocasión de la visita de los candidatos a diputados del Frente Progresista. Primero habla el candidato a presidente comunal del PRO, que en esa localidad es la figura que encontraron los radicales para pelear la comuna. Elogia las políticas de la Casa Rosada y llama a respaldar la lista de Cambiemos. Le sigue el referente en el pueblo de la UCR, que hace equilibrio. Le pone onda y va por la positiva: se concentra en lo bueno que hacen Lifschitz y Macri y evita cualquier tema ríspido. Se baja del escenario y cede el micrófono al candidato a diputado nacional del Frente Progresista, socialista él, que fustiga al gobierno nacional y arenga a votar en contra del modelo y defender los intereses de Santa Fe.

Esta segunda escena expone las causas por las cuales socialistas y una parte del radicalismo por un lado, y la otra parte de la UCR por otra vía, aprontan dispositivos electorales por separado por primera vez en dos décadas. Cada uno busca nuevos aliados y sumar a sectores sociales que amplifiquen la propuesta electoral y territorial.

Toda la política santafesina entró en modo reconfiguración. Macri lo hizo.