Por Hugo March

Octubre de 1963, final de fútbol de sexta división de la Liga de Rojas. El Huracán vs. Juventud en cancha neutral. Domingo temprano y ánimos bastante caldeados a pesar de conocernos todos y ser bastante amigos afuera de la cancha.

Después de una temporada bastante mediocre como número ocho (Inside derecho en esa época) en El Huracán, y como el técnico era más bueno y más sano que el Quaker, hizo lo que se espera en esos casos: me mandó al arco, donde en contra de todos los pronósticos tuve un desempeño bastante considerable.

En el partido pasó de todo y hubo un par de expulsiones, pero llegó a su término con un empate bien merecido porque ninguno hizo mérito como para llevarse el galardón. Conclusión: definición por penales. En esa época no se conocía el tiempo suplementario y había una serie de tres penales para cada equipo, y en caso de subsistir el empate se continuaba a morir, hasta que uno de los dos hiciera el gol y el otro errara. La primera serie terminó empatada, y arrancó el matar o morir de “el gol gana”.

Y sucedió lo que nadie esperaba, obviamente yo menos que nadie, atajé el sexto penal, y nada menos que al Huevito Carril, que después por los años 70 tuvo un fugaz paso por Rosario Central, y a quien no he vuelto a ver pero siempre recuerdo.

Cuando me di cuenta mis compañeros me revoleaban por los aires y después de cansarse pegamos la famosa vuelta olímpica enrostrando nuestro gran triunfo y gritando desaforadamente.

Pasaron bastante más de 50 años y sin lugar a dudas sigue siendo el mayor éxito personal de toda mi vida, sin haber obtenido un centavo, una nota por televisión o un par de botines. Pero eso no importaba, había hecho lo que hasta entonces consideraba imposible, ser el protagonista en el logro de un campeonato, y darme cuenta que si había hecho eso, podría hacer muchas cosas difíciles en mi vida.

Ese es mi tesoro, y lo guardo en el centro de mi corazón para los momentos difíciles, para cuando me parece que ya nada vale la pena, que el mundo está podrido y que en cualquier momento explota todo. En esos momentos límites traigo a mi mente ese recuerdo, lo saco y lo aprieto fuerte con la mano, lo disfruto, lo saboreo, lo miro y lo vuelvo a mirar, lo acaricio como a un niño, le doy un beso y lo vuelvo a guardar.

Con el tiempo me di cuenta que cada uno de nosotros tiene también muy adentro suyo un gran tesoro escondido, que sólo está esperando ser encontrado, reconocido y valorado, y que puede ser el motor que nos ayude a trepar las cuestas más empinadas. Tal vez llegó el momento de comenzar la búsqueda, porque de eso se trata en el fondo la vida, de buscar, mucho más que de encontrar.

Hugo R. March
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