En medio de las alarmas por lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió como «epidemia de obesidad», los especialistas vuelven a colocar el foco en la baja calidad de la alimentación y en particular en la llamada «comida chatarra» o comida rápida y en los estragos que produce en la salud, especialmente en la de los más jóvenes.

Según el organismo internacional, hay actualmente 1.000 millones de adultos y 42 millones de menores de cinco años con sobrepeso y cada año mueren al menos 2,6 millones de personas a causa de esa enfermedad.

Ante este oscuro panorama, los especialistas en nutrición destacan los valores de la comida sana y la actividad física como vías para revertir los efectos de la obesidad.

En su combate a la obesidad, señalan a la «comida chatarra» como el enemigo número uno. «La comida chatarra es el resultado del impulso de la ingeniería de alimentos para hacer irresistible el comer y al mismo tiempo producir hambre. Esto genera gente gorda que come sin parar, impulsada por un hambre emocional que estimula en el cerebro el placer más primario», señaló Máximo Ravenna, médico psicoterapeuta y especialista en nutrición.

Lo que se concibió en un principio como una enfermedad de las sociedades opulentas se vio más tarde que afectaba también a los países en desarrollo.

El acceso rápido y barato a comidas de baja calidad nutritiva se da en todo el mundo y sólo los países con fuertes tradiciones gastronómicas (Italia, Francia, España) han intentado resistir la invasión de la cultura de la hamburguesa.

Hoy, la comida chatarra, cuyo ejemplo clásico es la que se sirve en los locales de McDonald’s, domina en prácticamente todos los países del mundo a través de sus presentaciones más habituales como las hamburguesas, los panchos o la comida al paso, pero también en mucha de la comida procesada o semiprocesada que compramos en los súper.

«Toda esa comida está contaminada con demasiados aditivos que las hacen tan ricas. Son sustancias casi desconocidas y que están muy presentes en los productos llamados light que reemplazan a la comida natural y empeoran la calidad de los alimentos», explicó Ravenna.

El especialista señaló que entre los principales saborizantes está el jarabe de maíz de alta fructosa, presente en el 60 por ciento de los alimentos envasados.

«Es un carbohidrato químicamente obtenido, que tiene la particularidad que alienta la adicción a la comida azucarada, las harinas, las grasas y la sal», advirtió.

Los alimentos y bebidas supuestamente light esconden conservantes y saborizantes.

«Es la peor chatarra porque nadie se la imagina como tal», afirmó Ravenna.

Los aditivos y conservantes

La Organización Panamericana de la Salud elaboró un informe lapidario en relación a los trastornos alimentarios que producen estos aditivos y conservantes en los alimentos tanto «light» como procesados y semiprocesados.

Para el organismo, es una de las causas de la epidemia de obesidad que vive el mundo actual porque al tiempo que produce el cambio de la saborización, alienta el consumo de edulcorantes, azúcares u fructosa.

Por su parte, la Sociedad Americana de Pediatría mostró como ciertas comidas actúan en la zona de recompensa de nuestro cerebro generando movimientos similares a los que provoca el consumo de cocaína.

«Los snacks, las hamburguesas y lo que a ellas viene asociado, es decir, la bolsa con papas fritas y las bebidas cola, producen una sobrecarga en el organismo que rompe la estabilidad del cuerpo que no puede prescindir del tejido adiposo. Genera una zona de confort de la boca al paladar», explicó Ravenna.

El especialista trazó un sombrío cuadro al considerar que a pesar de que en la actualidad hay más conocimiento sobre los efectos nocivos de estos alimentos, no se ha generado una equivalente conciencia de la necesidad de limitar el consumo de azúcares, harinas, grasas y sal.

«La comida adictiva tiene el poder de hacer olvidar las buenas propuestas, se impone a la voluntad. Estamos mucho peor que en el pasado en la cuestión de sobrepeso y obesidad. Antes era raro ver un gordo y hoy es lo más común. Y esto produce una autocomplacencia: si hay otros gordos como yo, es que no estoy tan mal», señaló.