Decir que las prioridades humanas han cambiado en esta modernidad tardía es una frase tan elemental como obvia, pero como precisamente las cosas más sencillas suelen resultar las más imprescindibles, quizás necesitemos revisarnos individual, grupal y socialmente en estos momentos, los más difíciles en lo poco que llevamos del nuevo siglo.

Que la familia ha ido delegando sus funciones paulatina  pero sistemáticamente, es una de esas perogrulladas que de tan triviales y cotidianas se nos están escapando del campo visual. No vamos a hablar de la época de la ilustración ni del Renacimiento, donde la educación era casi totalmente personalizada, pero mirando y analizando lo sucedido en las últimas tres o cuatro generaciones, podemos descubrir lo que tenemos frente a nuestros rostros y parecemos no ver.

El grupo familiar ha delegado hace siglos la educación en el Estado, por cuestiones prácticas, técnicas, de uniformidad cultural, y hasta de sentido común, y nadie puede negar los beneficios de este corrimiento funcional.

Pero paralelamente ha ido delegando la recreación de sus hijos, y así éstos, en lugar de disfrutar sin horarios ni reglamentos sus épocas de vacaciones, en una gran mayoría concurren a las famosas Colonias, donde además de imponérseles los horarios y las actividades, generalmente asisten en la misma combi que los transporta todo el año, con los mismos compañeros, el mismo chofer y la misma mochilita. ¿Somos concientes de ello?

Mucho más desde que acuñamos la frase “tiempo libre”, momento en que comenzamos a dimensionar el transcurso temporal de una manera distinta, lo cual en sí mismo no encerraría ningún problema, salvo simplemente porque el famoso tiempo libre no existe, lo único que poseemos en esta vida, al menos mientras sigamos en esta dimensión, es tiempo, así, sencillo y sin rótulos.

Lo de “tiempo libre” es un invento comercial cómo tantos otros que nos ha conducido a incorporar conductualmente formas de vivir completamente estupidizadas, para ser gráfico en lo que pretendo significar.

Cuando le preguntaron a Teresa de Calcuta cómo se las arreglaba para hacer tantas cosas, simplemente respondió: “Es que mi día tiene 24 horas”, en clave metafórica pero aguda, ya que de lo único que disponemos es de tiempo, y cada uno decide cómo lo invierte, partiendo de otra premisa que indica que el tiempo es vida, y no oro, como también nos quisieron hacer creer.

Y para cerrar, el colmo de los colmos:  Hemos ido tan lejos que transformamos el histórico día de descanso semanal, de encuentro familiar y reuniones compartidas, en un día de compras, y así podemos ver cuántas familias se pasan gran parte del domingo empujando un carrito en Supermercados y Centros de Compras, actividad que afortunadamente ha sido prohibida en esta provincia por una ley que llevó años de lucha a la Asociación de Empleados de Comercio de Rosario, entre otras grandes y reconocidas entidades santafesinas.

Pero como siempre existen los perros falderos, no han faltado jueces que autorizaron entre gallos y medianoche que las grandes cadenas puedan retomar su sistemático plan enriquecedor, a costa entre otras cosas de la salud de los trabajadores y sus familias.

Reflexionemos por favor. En casi ninguno de los países donde estas empresas tienen sus sedes centrales se atreverían a pedir la apertura en los días domingo, para eso estamos nosotros, los pobres del sur. Pero también conservamos el poder ejercer nuestro propio derecho al descanso dominical y elegir no ir al súper ese día, nadie se va a morir de hambre, la economía no se va a modificar, y seremos solidarios con quienes son forzados a trabajar, incluso en contra de la ley.

Hemos llegado al extremo de superar una verdad que el gran Albert Einstein pronunció hace más de medio siglo, porque pareciera ser que la estupidez humana es mucho más ilimitada que el universo mismo.

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