Por Rubén Alejandro Fraga

Una caja de bombones, una tarjeta, un perfume, una rosa, o simplemente una caricia y un beso. Cualquier excusa es buena para celebrar hoy la festividad de San Valentín, que hace dos siglos empezó a comercializarse como una jornada para rendir tributo a la amistad y evolucionó en las últimas décadas hasta quedar instituida como el día de los enamorados.

Sin embargo, muy lejos en el tiempo y en las antípodas de los arrumacos y galanterías que seguramente abundarán hoy entre millones de enamorados del mundo entero, la festividad proviene de la lupercalia romana, una procesión misógina que consistía, ni más ni menos, en azotar doncellas.

La protagonizaban los luperci, una cofradía de sacerdotes que rendían culto al dios pagano Fausto Lupercus, que representaba a la fertilidad y era el equivalente al dios griego Pan. Los luperci, desnudos y provistos de látigos hechos con el cuero de una cabra recién inmolada, iban en procesión en torno al monte Palatino azotando a las mujeres que no habían tenido hijos, con la excusa de que a fuerza de golpes se volverían fecundas.

Originalmente, la lupercalia –asociada con la fertilidad y la purificación– se festejaba el 15 de febrero y servía de glorioso anticipo al año nuevo, que por entonces se celebraba los 21 de marzo, junto con el equinoccio de primavera –en el hemisferio norte–. Con el tiempo la ceremonia cambió: cada 14 de febrero las mujeres depositaban sus nombres en grandes urnas y al día siguiente cada varón extraía uno. De esa forma se conformaban las parejas para asegurar la descendencia.

Pero, como históricamente fue su costumbre, la Iglesia católica no dejó pasar esa fiesta sin llevar agua para su molino. Siguiendo las indicaciones de Pablo sobre la conveniencia de adosar las celebraciones cristianas a las paganas para que, poco a poco, la gente las aceptara, introdujo el Día de San Valentín y el concepto del amor.

Incapaz de abolir el popular festival en los primeros tiempos de la era cristiana, la Iglesia lo fijó para el 14 de febrero, adosado a la lupercalia del 15, y con tan buena suerte que hoy ya nadie recuerda a Lupercus ni a los azotes propinados a tantas mujeres en su nombre.

Desde entonces, todos le atribuyen a San Valentín el patronazgo sobre los enamorados. Si bien el Día de San Valentín es dedicado a las parejas, en algunos lugares del mundo, como Estados Unidos y Canadá, los niños también festejan el día, como símbolo de amistad entre compañeros de escuela. Ellos intercambian tarjetas con diseños alusivos al amor con sus amigos, en donde les expresan su inocente cariño. En la Argentina, la festividad es más una novedad que una tradición, y si se quiere, también una curiosidad.

Un sacerdote enamorado

Cuenta la leyenda que Valentín era un sacerdote cristiano en tiempos en que el emperador romano Claudio II – El Gótico, quien gobernó entre 268 y 270, tras poner fin a lo que se conoce como La treintena sombría, un período donde se preanunció la disolución del Imperio– había prohibido los matrimonios.

La leyenda se basa en el hecho de que Claudio II había dispuesto que los soldados no se casaran ya que se consideraba a los solteros como mejores combatientes y dispuso, por decreto, que a los que contrajeran matrimonio les correspondía la pena de muerte.

Cierto día, contradiciendo las órdenes del emperador, una pareja acudió a Valentín, quien era obispo de Interamna –lo que hoy es Terni, Italia– pidiéndole su bendición cristiana para casarse, sacramento que él les concedió en secreto. Pronto, muchas otras parejas le pidieron similar ayuda. Arriesgando su vida, Valentín los casó, convirtiéndose en el amigo secreto de los enamorados que se acercaban a su iglesia.

A los recién casados les obsequiaba una flor blanca que significaba pureza y fidelidad.

Desafortunadamente, la historia llegó a oídos del emperador, quien ordenó que detuvieran y encarcelaran al cristiano rebelde. Julia, la hija ciega de Asterius, su carcelero, fue su único consuelo; lo visitaba diariamente llevándole comida y mensajes.

Era una joven preciosa y de mente ágil. Valentín le leyó cuentos de historia romana, le enseñó aritmética y le habló de Dios. Ella vio el mundo a través de los ojos del sacerdote, confió en su sabiduría y encontró apoyo en su tranquila fortaleza.

Después de un año en prisión fue llevado ante el emperador, quien intentó persuadirlo para que se aleje del cristianismo y se sume al imperio romano, otorgándole a cambio el indulto por desobedecer la orden imperial.

Valentín no aceptó y Claudio II sentenció su muerte, que consistiría en tres actos: paliza, piedras y, finalmente, la decapitación. Según la leyenda, en los últimos días de su vida Valentín le devolvió la vista a la muchacha, y en la víspera de su ejecución le escribió una carta de despedida, firmándola De tu Valentín.

El sacerdote enamorado fue ejecutado el 14 de febrero de 270, cerca de una puerta que más tarde sería nombrada Puerta de Valentín, para honrar su memoria. Desconsolada, Julia plantó un almendro de flores rosadas junto a su tumba, ubicada en el parque de la actual iglesia de Praxedes, en Roma.

Es por esa razón que tanto el árbol de almendras como sus frutos se convirtieron en un símbolo de amor y amistad duraderos. Con el tiempo, Valentín fue canonizado y declarado santo patrono de los enamorados, conmemorándose su día el 14 de febrero.

Los restos del santo, encontrados en las catacumbas romanas, fueron donados en el siglo XVIII por el Vaticano a los reyes de España, quienes más tarde los confiaron al Colegio de San Antón, en cuya iglesia de Madrid descansan hoy. Allí, en el altar mayor, en una urna de madera tallada y cubierta por una montaña de flores rojas, se encuentran los restos de San Valentín. Quien en su día le rece y le ponga una flor en su tumba, será muy feliz todo ese año, aseguran los madrileños más devotos del patrono de los enamorados.

Cada cual a su modo

Los enamorados celebran hoy su día en distintos puntos del mundo con diferentes actividades y fieles a varias tradiciones. En Nueva York, sólo siete parejas tienen el honor de contraer matrimonio en el piso 80 del mítico Empire State Building, pasando a ser parte inmediatamente del Club Nupcial de ese enorme edificio.

En Japón, muchas parejas van hasta el emblemático monte Fuji, hacia lo que se denomina “el punto de los enamorados”, para tocar la Campana del Amor tres veces mientras dicen el nombre de su amado. Se supone que, tras ese ritual, éste se convertirá en su amor para toda la vida. Además, las mujeres ofrecen chocolates a sus maridos.

En Inglaterra durante la noche de San Valentín, niños y niñas se reúnen con sus familias y cantan canciones de amor. Además reciben regalos, dulces, frutas o dinero de sus padres. Además, algunas mujeres solteras se levantan temprano, se paran frente a la ventana de su habitación y esperan que pase el primer hombre. La creencia es que el primer hombre que vean se casará con ellas durante el año. Dicha creencia es mencionada por el dramaturgo William Shakespeare, en su obra Hamlet (1603).

En Dinamarca, la costumbre de los enamorados es enviar cada 14 de febrero flores blancas prensadas, a las que los daneses llaman gotas de nieve.

La romántica Venecia hace hoy un alto en sus carnavales para honrar el día. En el Palazzo Ca’ Zanardi, hay comidas típicas y baile, se arrojan flores rojas al canal mayor y, entre cantatas y campanadas, las parejas se besan sobre las chalupas.

Y en Bucarest, Rumania, los jóvenes pueden contraer “matrimonio” por tres días en la “Isla de los enamorados”, un bar donde se sortean las parejas mediante el número de documento.