Por Pablo Andrés Cribioli

Tengo recuerdos imborrables de mi época de periodista deportivo; también de los otros.

Cuando repaso aquellos años intensos y de enorme aprendizaje, invariablemente asoman en mi memoria algunas personas cuyos nombres no solo marcaron mi vida, sino también la de una época donde tanto Newell’s como Central protagonizaron gloriosas jornadas que incorporaron al fútbol rosarino, definitivamente, a los lugares más encumbrados del país.

Por eso hoy, ante la noticia ingrata de la muerte de Eduardo Gallo, un hombre de bien, un caballero intachable, además de un médico prestigioso, siento la necesidad de expresarme.

Perteneció a una pléyade de dirigentes distintos.

Podría citar a varios, pero hoy me quedo con la imagen del muerto ilustre que amó a su Newell’s, que lo siguió siempre, antes, durante y después de su presidencia.

Amaba al fútbol desde un lugar empinado, decente.

Algunos, es probable, habrán pensado alguna vez que era demasiado candoroso para el mundo del fútbol. Si es así, se equivocaron.

Eduardo conocía todos los intersticios del fútbol y sus felonías; solo que aborrecía de ellas.

Era sereno pero firme, y su conducta hasta el final fue impoluta.

En los últimos tiempos solía encontrarme con cierta frecuencia con Eduardo por la zona de Fisherton.

Siempre acompañado por su familia y particularmente por su mujer, que tanto lo bancó en sus años como dirigente cuando él se hacía enviar los reclamos bancarios provenientes de su entrañable Newell’s al consultorio, hasta que un día el cartero se equivocó y llevó un reclamo más a su domicilio particular.

Murió informado y atento a todo lo que ocurría en el fútbol.

Murió apegado a su profesión de oftalmólogo por la cual miles de hombres y mujeres lo recordarán con cariño porque lo conocieron cuando eran niños.

Murió recordando su buena relación con Vesco, aunque no pensaran igual.

Murió reclamando un homenaje para quien, según él y muchos, fue el mejor presidente del club en toda su historia: Armando Botti.

Murió como vivió, con total y absoluta transparencia.

Vaya mi recuerdo y mi dolor.