Por Guido Brunet – Desde Olavarría

Esta iba a ser una crónica de la pasión, el amor, la idolatría por un músico y del fenómeno de masas más grande en el mundo provocado por un artista. Pero terminó siendo la crónica de una tragedia.

Tal es la devoción por el cantante que días antes del recital la ciudad de Olavarría se comenzó a poblar de ricoteros dispuestos a celebrar el show más esperado por ellos en el último año. Incluso miles de personas se encontraban en la localidad desde hacía más de diez días. Todo sea por vivir la mística de la Misa India.

Durante las horas anteriores al show, los cientos de miles de fanáticos disfrutaron de la previa a pura bebida (no precisamente agua) y rocanrol. Pero todo en un clima de fiesta. Nada hacía imaginar lo que ocurriría poco después.

En el lugar se ven familias, chicos, adultos mayores y hasta personas con bebés. Una veinteañera de Merlo, Buenos Aires, que lleva a su pequeño hijo en un cochecito, me cuenta que “mi marido me dejó tirada. Y ahora estoy con la plata justa para el micro”.

Hay coches como ese incluso dentro del recital, cuyas rueditas los padres cubren con bolsas para poder circular debido a la gran cantidad de barro que sostiene el piso del predio. Ese barro que por momentos parece arenas movedizas de las cuales cuesta despegar la suela de las zapatillas. Ese barro sobre el que muchos caen, y cuando lo hacen, quienes se encuentran cerca ayudan a levantarlo.

Al acercarse la hora del recital, en las inmediaciones del predio rural “La Colmena” se observa poco personal de Seguridad y tanto la entrada como la salida carecen de control y organización. Se deja pasar a las personas sin pedirle el ticket por temor a que se generen incidentes en los accesos, pero esto provoca que se exceda ampliamente el público previsto -se dice que hay 100 mil personas de más, aunque es imposible calcular la cifra-.

La espera es paciente y calma. Hasta que la voz del Indio presentando a la banda desde una grabación provoca la euforia del público.

El show, un desconcierto

Al tercer tema, Solari detiene inesperadamene el show, cosa que tiene que repetir dos veces más. Su pedido es simple, lógico, obvio y contundente: que socorran a las personas caídas. Él cree que estaban borrachos o drogados, pero nadie de Seguridad, Cruz Roja o Defensa Civil los ayuda. El cantante entonces amenaza en varias oportunidades con suspender el recital. Hasta el final de show la inmensa mayoría del público no se enteraría de lo que en realidad había sucedido.

En eso, unos cuatro o cinco hombres se dirigen hacia mi lugar, vienen desde cerca del escenario. Uno está cortado en su pómulo izquierdo. Pero todos coinciden en su cara de espanto. “No vayan adelante, es la muerte”, dice el primero. Al consultar qué había pasado realmente, uno de ellos contesta sin dar mayores precisiones: “Hay varios tirados en el piso”.

Luego de que estuvieran tirados como una hora, finalmente  los auxilian y los  llevan al hospital. A pesar de los constantes reclamos del ex líder de Los Redondos y su visible molestia, el show no se suspende para evitar desmanes por parte de los inadaptados. Aunque se nota la escasa voluntad del músico de seguir tocando ante los hechos vividos. Es que el show, para mucha gente, debe continuar. Así, las canciones del Indio se van apagando lentamente.

Minutos después del último tema nos dirigimos a la salida (durante horas en la previa mostraron en las pantallas por donde el público debía abandonar el predio), pero al llegar a aquel lugar, nos encontramos que por ahí no se puede salir. El sector está colapsado de gente y según testimonios, detrás hay vallas. O sea, las salidas están bloqueadas y no hay nadie de control para señalar el punto de egreso. Algunos incluso fantasean con tirar abajo las maderas.

Entonces, nos dirigimos hacia el medio del campo, le comentamos la situación a personal de Seguridad y Cruz Roja, que no tienen ni idea de qué está pasando en la supuesta salida… igualmente no les importa demasiado: «Ahora lo vemos» o «bueno, ok, la salida es por el costado». Nos indican otro sector de egreso, una valla abierta detrás del escenario, una puerta muy pequeña para tal cantidad de gente, que se parece más a una salida improvisada que a una vía de egreso prevista para la desconcentración de semejante masa de personas.

Durante toda la secuencia, por suerte, la gente en general muestran calma y mesura. Si se desespera todo puede ser mucho peor, a veces una sola chispa basta para encender un gran incendio. Y si no, pregúntenle al anfitrión, quien en uno de sus parates, entre pedidos de auxilio, colaboración y calma, soltó un «somos muchos, esta cantidad de gente no se puede controlar», como aguardando la inminencia de un impacto.

Fotos: Conclusión