Por Jennifer Hartkopf y Osvaldo La Spina

Fotos y videos: Salvador Hamoui

Edición: Hernán Cabrera

Nada hay de raro en afirmar que cuando las cosas suceden una y otra vez, año tras año, las personas tienden a acostumbrarse. Las situaciones se naturalizan y terminan por convertirse en parte de la vida cotidiana. No obstante, sí es triste y preocupante cuando la gente se «mal acostumbra» a determinadas circunstancias que sencillamente no deberían ocurrir, para terminar luego resignándose y aceptando la desgracia como algo inevitable.

Esa sensación de resignación, ese «mal acostumbramiento», experimentan día a día los 2.500 habitantes de la localidad santafesina de Melincué, tras cada nueva inundación que acecha al pueblo.

«La laguna tiene períodos, más o menos cada 10 años uno sabe que viene la inundación y pasa el tiempo y las obras no se hacen, pero no perdemos la esperanza de que este año aparezcan las soluciones definitivas», se lamentó en diálogo con Conclusión  Waldemar Marvi, el jefe del cuerpo activo de Bomberos Voluntarios de la localidad.

Asimismo, Hugo, uno de los vecinos que vive en el pueblo desde que nació, hace 60 años, señaló a Conclusión: «Estamos amargados porque ya pasamos varias de estas -inundaciones- y la solución no se encuentra nunca y estamos con el agua encima y nadie hace nada, promesas de acá y de allá, pero al final estamos siempre en la misma».

«Estamos acostumbrados a esto, enseguida ya nos arreglamos con algo y buscamos la forma de ayudarnos entre todos y salir adelante, pero la preocupación es muy grande», dijo Hugo y agregó: «Viene la gente a Melincué y dice por qué no hacen algo y bueno… está en manos de Dios».

Por su parte, Guido de Mayo, dueño del camping «La Fábrica», completamente bajo agua, también lamentó la realidad que atraviesa la localidad santafesina y se mostró preocupado. «La situación es caótica, ya pasaron tres meses desde la primera inundación el 15 de enero y estamos peor que antes, con más agua, corte de ruta. No se ha hecho nada, es una vergüenza».

«Tengo todo bajo agua, la pileta, el bar, 16 cabañas, todo el predio de las 16 hectáreas bajo agua, es una cachetada muy grande. Ahora lo único que me queda es salvar el edificio», detalló indignado y añadió: «El día después no queda otra que seguir adelante, seguir trabajando y esforzándose para volver a empezar».

Unos y otros son ciudadanos de un pueblo que lejos de representar el turismo que lo caracterizó en los 50 y 60, hoy sufre la amenaza constante del agua, alejando a los visitantes y poniendo en riesgo a los propios vecinos.

Agua que inunda las casas, desborda la laguna, inunda las rutas. Una historia que se repite y que lamentablemente, se vuelve «normal» para los habitantes de Melincué.