Por Alejandro Maidana

“En la calle yo me recibí en el arte de sobrevivir
revolviendo basura juntando lo que este sistema dejó para mí
y a los que manejan el país, a esa gente le quiero decir
les propongo se cambien de lado un momento
y a ver si se bancan vivir mi vida de cartonero…” Attaque 77

La prohibición de la tracción a sangre ha generado un debate medular dentro de la sociedad. El contexto social en que se da el mismo juega un papel más que preponderante.

Desde el Municipio aducen la necesidad de inclusión verdadera de estas familias, esto difícilmente pueda lograrse debido al alto grado de vulnerabilidad a las que están expuestas las mismas. Distintas proteccionistas se refugiaron en el sometimiento animal para poder avanzar con sus críticas para con aquellos que la pelean desde un carro.

Lo cierto es que miles de rosarinos no se arrodillan ante la ley que está en vigencia, y están dispuestos a continuar con esa lucha que pueda devolverles la dignidad de pelearle a la vida sin intermediarios.

¿Esta ordenanza criminaliza la pobreza? ¿Qué solución a corto plazo les puede brindar el estado?

Conclusión dialogó con tres de ellos para conocer en profundidad como son los días de un carrero.

“Tenemos una imperiosa necesidad de seguir arriba del carro y de trabajar, sacándonos esto nos quitan el sustento diario. De mi carro sale la plata para comer, para pagar los impuestos y para el estudio de mis hijos, deben entender que el cirujeo para nosotros es todo. Nosotros no queremos ser mantenidos por el estado, con $2.000 y una bolsa de alimentos no van a solucionar el gran problema que nos han generado”, afirmó Mirian, quién mantiene a 6 hijos, dos de ellos con discapacidad mental.

“Deben entender el grado de analfabetismo que sufrimos muchos de nosotros, de la calle sólo nos van a sacar con un trabajo estable no con promesas. Estamos dispuestos a acceder a una capacitación pero si la misma trae consigo un trabajo estable, de lo contrario pretendemos seguir ganándonos la vida arriba del carro. Cabe destacar que nosotros recuperamos el 80% de lo que recogemos, si entendieran el bien que le hacemos a la tierra. De esa manera no permitimos que se queme, que se entierre o se compacten desperdicios que afectan a la naturaleza”, enfatizó.

Mirian Maldonado cada mañana, con frío o calor, y mate amargo por medio, salía a pelear contra el sistema que la excluyó desde “La Lagunita”, su lugar en el mundo. Sus hijos están escolarizados y uno de ellos finalizó el terciario. La delicada situación económica que atraviesa nuestro país, la castigó aún más sin mostrar la vara que hace mella en la carne de los pobres. Tiene en claro que esta es una ley antipopular, y que tiene como única finalidad, quitar aquello que afea el paisaje para comodidad de un sector en particular.

Norma Arce está atravesada por sentimientos ambiguos, el temor por lo que vendrá, y la enorme fuerza de voluntad para seguir dándole batalla a los mismos “Nosotros hace 42 años que estamos ganándonos el pan arriba el carro. La sociedad está confundida si piensa que nuestro animal sufre algún tipo de maltrato, tenemos en claro que sin él no podríamos sobrevivir”.

La sociedad se ve nuevamente interpelada a la hora de tomar una posición crítica para uno u otro lado. ¿Es una cuestión de especies? ¿Nos conmueve más el animal que el ser humano? Preguntas que podrían ser dueñas de respuestas que abracen cierta lógica, pero no es así.

Alberto Villalba tiene 62 años y sufre de diabetes, a causa de esta enfermedad perdió varios dedos de sus pies. Su carro fue secuestrado y su situación es desesperante “Tenía 20 años cuando me compré el carro, recuerdo haberlo pagado 2.100 australes los cuales fui pagando con mucho esfuerzo. Anteriormente trabajaba en la ex empresa 9 de julio, tarde 20 semanas para terminar de pagarlo, y hoy me lo han quitado. Gracias a él crie a todos mis hijos, me han arrancado un pedazo importante de mi vida”.

Existe un hilo conductor que une estas tres historias, y el mismo está relacionado con la dignidad y la autogestión. Ellos han encontrado la manera de apalear el hambre y esquivarle al látigo del capital, pero vinieron por su trabajo, y ahora es sólo cuestión de resistir.