Por Aldo Battisacco desde Buenos Aires (enviado especial)

La ruptura sobrevuela Azopardo y amenaza a plazo fijo terminar con la inestable relación entre los gremios que gestaron hace exactamente un año la unidad de la central de trabajadores más grades del país. Muchas organizaciones, que consagraron al triunvirato conductor –hasta ahora- con más diferencias que acuerdos, condicionaron el accionar errático que tuvo hasta este acto en la Plaza, en el que no hubo lugar ni margen para la palabra ligera.

Los fundamentos que se escucharon en la histórica Plaza se mostraron con crudeza no sólo por el tenor de las declaraciones de Juan Carlos Schmid, que expuso la posición de los actores en juego dentro de la histórica central de trabajadores, sino también que fueron verificables en los hechos del miércoles pasado, y que se formalizaron en la convocatoria realizada por Pablo Moyano el jueves, en una compulsa hecha entre las regionales del interior del país y una parte de la cúpula cegetista para evitar que la medida de este martes no corriera peligro.

Las ausencias de Francisco Barba Gutiérrez, Héctor Daer y Carlos Acuña en el salón Felipe Vallese fue el indicio más palpable que algo no andaba bien, y que tras las declaraciones del líder de la sanidad (Héctor Daer), era esperable que no concurriera este martes a la Plaza. Ese jueves Schmid, secretario general de la Catt y de la CGT, fue categórico al decir: «El 22 trazamos una raya, porque nosotros también queremos el cambio, pero el cambio del modelo».

Ningún argentino duda del impulso para concretar la movilización en la que el líder de Dragado y Balizamiento llamó a que se constituya el Comité Central Confederal, para discutir «el 25 de septiembre y una fecha al paro nacional».

Impulsada por Pablo Moyano y Sergio Palazzo, acompañada por las dos CTA y los movimientos sociales, la movilizacion marcó la cancha hacia dentro de la CGT y al gobierno. El mensaje a la sociedad fue claro: retomar el camino de acumular poder consensuando con la mayor cantidad de sectores para confrontar con lo que el gobierno cree que «es» en el tablero político electoral. Pero lo cierto es que tampoco en términos de fuerza se avizora cuál será la capacidad de fuego real. La CGT comenzará recién a transitar un camino largo pero con una certeza, que la aparta del juego electoral y hunde en el corazón del macrismo un estilete que la aleje de sospecha partidaria y la posicione en términos gremiales como interlocutora real, ante esa legitimidad difusa que se tapó con el nombre, pero no con la acción.

Schmid instaló la «agenda social», la puso en evidencia y decidió hacerse cargo, propuso transitar el camino de las definiciones internas diciendo públicamente que la prioridad llega de la mano de la integración en la lucha, junto a propios con las banderas de Paz, Pan y Trabajo -de Saúl Ubaldini y los 26 puntos- y cargando sobre sus espaldas «techo y tierra» de los movimientos sociales.

El gobierno ya había puesto lo suyo, e instaló el resto de la agenda al proponer la reforma laboral y previsional. Así, terminó de bosquejar su plan, anunciado con bombos y platillos mucho antes de este martes 22 por todos sus operadores y Ceos.

Sin embargo, Schmid licuó el triunfalismo electoralista del oficialismo sin negar resultados y dándole un claro mensaje a los «gordos» y a los tibios «independendientes al afirmar que era consciente que representaba «sólo un un sector de la sociedad, y que recientemente hubo elecciones, pero este sector representa la creación de riqueza y no nos alcanza sólo con votar», es decir, le otorgó legitimidad al reclamo y habilitó la idea de una nueva agenda que sólo había transitado hasta ahora las audiencias de la formalidad.

Fogueado en las luchas del histórico MTA de Hugo Moyano, el líder de la Catt dejó su impronta. Vaticinó el fracaso de las políticas de los organismos internacionales y se comprometió en la defensa de las necesidades de la población.

Resta saber si el gobierno quiere escuchar e interpretar las demandas, o si podrá contener las presiones de las corporaciones que le exigen más ajuste.

En breve, el drama del Hamlet arrinconará al presidente Mauricio Macri, quien deberá optar si ejecuta la agenda de los organismos internacionales y los grupos económicos o atenderá los reclamos de la población que con el calendario de ajuste se será empujada a ser parte de un plan de lucha que prometió el líder cegetista.

La historia enseña que la restauración conservadora no sabe de treguas; sin la «modernidad flexibilizadora» el plan del grupo gobernante no avanzará. El gobierno quedará expuesto al fuego cruzado. Falta saber si profundizará la salida represiva o está dispuesto a dilatar una agenda que no contabiliza que más del 60% de los argentinos no confían en las políticas de pauperización.

Con el peronismo no alcanza, ni siquiera sumándole la CGT, que sirve en esta coyuntura para resistir. Schmid fue claro, «la salida es política». Tal vez, se avecina el tiempo de reeditar el nuevo Frente Nacional.