Decía Mauricio Macri, allá por enero de 2016, cuando recién empezaba a acomodarse en su nuevo despacho: «Mi obsesión es la inflación».

Hoy ya no lo es. El Presidente cree que está controlada y que, aunque no se cumpla la meta inflacionaria -pautada por debajo del 17 por ciento en el Presupuesto-, la tendencia a la baja es irreversible.

Su obsesión pasó a ser hoy la reforma tributaria. El proyecto ya está sobre su escritorio. Se lo entregó en las últimas horas el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne. Sus puntos principales son un enigma: el texto está vigilado y guardado bajo siete llaves hasta que pasen las elecciones.

«No queremos que se tiña con lo electoral. Lo vamos a presentar después del 22 de octubre», confió ayer a Clarín una fuente importante del Palacio de Hacienda.

Dujovne viene afirmando, a partir de sus encuentros con el Presidente, que el objetivo será que haya un esquema tributario que promueva la inversión. Se pondrá la lupa en la forma en que gasta el Estado «en todos sus niveles». El texto contempla la baja de subsidios y la discusión de un pacto de responsabilidad fiscal con las provincias.

Eso llevará a negociar con los gobernadores. Motivo uno: Macri insiste en que las provincias tienen que tener mayor eficiencia del gasto. Motivo dos: discutir la coparticipación, ya que considera que uno de los impuestos más distorsivos es Ingresos Brutos. El Gobierno quiere bajar ese impuesto, pero la pelea será fuerte porque es la principal fuente de recursos en la recaudación de cada jurisdicción.

La reforma tributaria aspira a ser «neutral, simple y estable», describen en Hacienda. Pero el lobby de algunos sectores ya comenzó. Se trata de grupos de la economía que presionan para no ser perjudicados. Por ejemplo, el de bebidas azucaradas, aunque no es el único. «La idea es que mucha gente que paga muchos impuestos sea beneficiada. Para eso hay que tocar a sectores que no pagan nada», deslizan en el Gobierno.

Fuente: Clarín