Por Florencia Vizzi

«Somos la Rosario Smowing y estamos aquí ¿dónde está Santiago Maldonado?» Esas fueron las primeras palabras con las que Diego Casanova volvió a los escenarios rosarinos luego de lo que, para sus fans, se vivió como una larga y cuasi angustiosa ausencia.

Y lo hicieron a lo grande,  reafirmando no sólo la impecable calidad musical de cada uno de sus integrantes, sino  también inigualable solidez a la hora de brindar un recital que es puro show y energía.

Una buena reseña debería poder desprenderse de ciertas subjetividades, pero lo cierto es que la Smowing hace de esa tarea un desafío casi imposible.  Entonces, es posible dejar de lado los tecnicismos, por ejemplo, la calidad de Sebastián Teglia para deslumbrar con la guitarra, o la capacidad de Adrián Fontana Fluck para que su trombón parezca único en el mundo pero también, para que sus habilidades de showman le permitan recorrer el escenario como un bailarín eximio, ya sea de pie o de espaldas contra el piso.

Es posible olvidar el bajo, el saxo y la batería, y la extraordinario habilidad de Casanova para soltar graciosamente el micrófono y hacer sonar la trompeta como un condenado, y volver luego al micrófono, como si nada hubiera pasado. Yeso es posible porque la comunión entre los músicos es tal que parece haber espacio para cada uno de ellos, el espacio suficiente para complementarse y enriquecerse y también para lucirse uno a uno, sin opacarse. Y hubo para todos y todos los gustos, nada faltó, por el contrario, se trató de una pulcra combinación de excesos.

Es decir, en una buena reseña no podría faltar la lista de temas, entonces habría que detallar como No hay pa’ siempre , Canciones para la luna, Surfala y No te prometo nada llevaron a un público que no podía parar de moverse y bailar, al clímax… y habría que enumerar también como se fueron sucediendo La flor del irupe, Cara bonita, Carta de un señor a otro, Niña Gitana, La taberna… y a medida que los temas sonaban y el escenario de Pugliese temblaba con la voz de Casanova y el incesante moverse de los músicos, la gente pedía más y más…

Pero probablemente esta no sea una buena reseña, sino un simple reflejo de lo que se vivió arriba y abajo del escenario, una fiesta incesante que no tuvo ni un sólo momento de desacuerdo o desperdicio, ni siquiera cuando el cantante se quejó de lo incómodo de sus zapatos o cuando tuvo la deferencia de compartir el whisky con un fan porque él se había llevado la última botella.

La banda no defraudó ni una sola vez, por el contrario, superó las expectativas, demostraron que conservan su esencia, pero la calidad de cada uno de ellos y de sus shows, van en aumento, se negaron a “hacerla de taquito” a pesar de lo cómodo que les resultaría hacerlo en la ciudad que los vio nacer, y dejaron, como siempre, hasta la última gota de talento sudada en el escenario.

Entonces, sólo resta decir lo que todo el mundo ya sabe (y si alguien no lo sabe, necesita descubrirlo), un recital de la Smowing, al menos una vez en la vida, es imprescindible.