Por Santiago Fraga, desde redacción

Messi es un burro. Con la Selección no rinde, no sirve. En el Barcelona se carga el equipo al hombro, mete 3 goles y se pasa a todos. Es un pecho frío. No siente la camiseta, ¡ni siquiera canta el himno! ¿Cómo va a ser el capitán argentino un tipo que no canta el himno? Es una mentira, no existe…

Quizás aquellos de la vereda futbolística más lejana a estas palabras tengan razón, y efectivamente Messi sea una fantasía. La forma más clara de convencerse es ver el partido de esta noche de Argentina en Ecuador. ¿Cómo puede ser que un tipo que sea tan criticado, que parezca ser el culpable de todos los fracasos y derrotas y que es receptor de las más feroces críticas ante cualquier resultado adverso aparezca en el partido más difícil de la Selección y meta tres goles como si estuviese en la canchita del barrio? ¿Qué suena más ilógico, que pase eso o todas las frases del primer párrafo?

Es imposible hablar de este partido sin hablar de la figura del mejor jugador argentino de fútbol en las últimas décadas. Argentina venció 3 a 1 a Ecuador en Quito (triunfo que la Selección sólo una vez en la historia había conseguido allí) y obtuvo el tan ansiado pasaje al Mundial de Rusia 2018 que le permite respirar profundamente en el preciso momento en que estaba por morir de asfixia.

Y es que las sensaciones con el tempranero uno a cero de Ecuador, tras un grave error de Javier Mascherano, eran las peores. Rusia estaba más lejos que nunca, se empezó a especular con cómo sería la vida de jugadores y cuerpo técnico después de semejante fracaso (en todas las hipótesis: lejos del país) y las calculadoras estuvieron más presentes que nunca.

Sin embargo, en uno de los peores momentos futbolísticos de la historia de la Argentina apareció Messi, el jugador más determinante, y cambió absolutamente todo. Ángel Di María, que en este partido demostró un nivel superior al habitual (en su posición correcta, cabe decir), supo ser la conexión que el 10 necesitaba y que hace partidos no podía encontrar con la albiceleste. Enzo Pérez otorgó técnica y más opciones al mediocampo y Acuña volvió a cumplir con una buena labor. Pero el toque clave fue el suyo.

Un toque por abajo del arquero, un bombazo al ángulo y una vaselina fueron los recursos utilizados para sacar a Argentina del pozo más oscuro y generar la ilusión de que todo está en orden, aunque sea por algunos meses. Los minutos que restaron fueron para ver con tranquilidad cómo los demás resultados se daban casi a pedir de boca de Jorge Sampaoli, ante un rival que poco a poco fue disminuyendo el riesgo ofensivo.

Finalmente, el corazón volvió a latir. Este grupo de consagrados jugadores se salvó de la responsabilidad de tener consigo semejante carga histórica; el cuerpo técnico de llevarse las culpas de errores que comenzaron mucho antes de su designación; los dirigentes de recibir el castigo que se merecen por destruir institucionalmente el fútbol argentino y los empresarios de la pérdida de spónsors que hubiera significado la ausencia de la Selección en Rusia. Argentina está en el Mundial.