La historia comenzó el domingo 18 de junio de 1905. Aquel fue el día en el que la pasión rosarina dividió en dos las aguas por primera vez, alumbrando un hecho social, cultural y deportivo que, 113 años después, es una marca registrada de la ciudad sin fundador que forjó su propio destino a la vera del Río Paraná: había nacido el clásico de fútbol entre Newell’s Old Boys y Rosario Central.

Aquella jornada, el sol pugnaba por ganarse su lugar entre las porfiadas nubes para darle brillo a un domingo otoñal, mientras los cada vez más numerosos amantes del deporte que había llegado a estas costas un par de décadas atrás desde Inglaterra apuraban los tallarines o el arroz junto al vaso de vino tinto para poder treparse a tiempo al tranvía a caballos que los llevaría al lugar donde se libraría el histórico duelo futbolístico.

La cita era en la Plaza Jewell (hoy Córdoba al 3300, entre Crespo y Pasaje Benjamín Gould), donde actualmente tiene su cancha de rugby el club Atlético del Rosario.

Allí se verían las caras por primera vez los dos equipos más importantes de la ciudad.

Por un lado, los de la institución cuya historia había comenzado una mañana de 1869 cuando el joven Isaac Newell desembarcó del buque de carga que lo trajo desde su Inglaterra natal en un muelle del ferrocarril sobre calle Entre Ríos.

En 1903 había nacido el Club Atlético Newell’s Old Boys, como homenaje de los ex alumnos del colegio fundado por don Isaac donde se introdujo la práctica del fútbol como parte integral del método educativo.

Por el otro, los seguidores del club que había visto la luz en 1889 como Central Argentine Railway Athletic Club, fundado por funcionarios ingleses que habían llegado a la ciudad para desempeñarse en los talleres del Ferrocarril Central Argentino, encabezados por mister Thomas Hooper y mister Bolin Colin Calder (primer presidente de la entidad). En 1903 habían decidido cambiar su primitivo nombre inglés por el más “criollo” de Rosario Central, aunque para la época del primer clásico se identificaban como los de “Talleres”, por su origen vinculado a los empleados ferroviarios.

Dos días antes del primer clásico en Plaza Jewell, en ese mismo lugar, conocido por entonces como “la cancha de los ingleses”, y ante unos dos mil aficionados, se había presentado el primer equipo inglés que jugó en Rosario. En una tarde ventosa y desapacible, el Nottingham Forest había dado cátedra de fútbol ante un inexperto combinado rosarino al que goleó 5 a 0.

Una ciudad en ciernes

Por entonces, Rosario tenía una población de poco más de 150.000 personas –más de la mitad de las cuales eran hombres– y los extranjeros constituían el 40 por ciento de sus habitantes, con un marcado predominio de italianos y españoles.

Muchos de ellos vivían hacinados en los más de 1.500 conventillos que existían en la ciudad.

También pululaban por la ciudad, cuya fisonomía sufre constantes modificaciones en los albores del siglo XX, los inmigrantes “golondrinas” que llegaban a la Argentina a trabajar en las cosechas y luego retornaban a Europa con sus ahorros.

Por las calles rosarinas circulaban numerosos tranvías a caballo, entremezclados con las jardineras, abiertas durante el verano y cerradas en invierno.

Día a día, las calles empedradas se colmaban con el estiércol de los caballos, que era recolectado durante la noche por un servicio especial

Quizás motivado por ello, en 1905 el intendente Santiago Pinasco llamó a licitación para instalar un servicio de tranvías eléctricos.

Desde 1900 la gran novedad eran las bicicletas con rueda de goma, “un medio de locomoción barato, liviano y rápido”, aunque las calles plagadas de baches no favorecían la tarea de aprendizaje de los ciclistas rosarinos.

Los accidentes de tránsito eran habituales, y según un relato de la época “no pasa un día en que algún carro no atropelle a algún peatón o un jinete se caiga de su caballo”.

Recién en 1906 aparecerían los primeros automóviles –junto con los tranvías eléctricos belgas– y una ordenanza de ese año prohibió circular a más de 14 kilómetros por hora.

Al calor de las innovaciones que trae el nuevo siglo, la ciudad va cobrando un ritmo vertiginoso: son los tiempos de las primeras salas cinematográficas en las que los rosarinos comienzan a deslumbrarse con el invento de los hermanos Limière y de la irrupción de los primeros fonógrafos en los hogares de las familias de clase alta.

Las casas comienzan a multiplicarse extendiéndose como reguero de pólvora desde el centro político de la ciudad hasta los incipientes barrios. En el bulevar Oroño surgen verdaderos palacetes en los que predomina el estilo italiano. Posteriormente, con la llegada de algunos arquitectos como Eduardo Le Monnier y Alejandro Christophersen comenzó el auge del “academicismo francés”.

Rosario revolucionaria

Como un rayo en un día sin nubes. Así definió un diario la revolución radical que estalló el 4 de febrero de 1905 en varias provincias contra el gobierno del presidente Manuel Quintana. En Rosario los combates dejaron 12 muertos y 29 heridos. El jefe de la revolución fue Hipólito Yrigoyen.

Aunque la insurgencia fracasó, aceleró las reformas en el sistema político nacional que finalmente llevaron a Yrigoyen y a la Unión Cívica Radical a la presidencia por el sufragio popular en 1916.

Aquel 1905 también se inauguró el puerto rosarino con la presencia de una verdadera multitud en los actos oficiales. A partir de entonces, decenas de barcos comenzaron a llevar desde Rosario el preciado cereal argentino a Europa.

Domingo de fútbol

Aquel domingo 18 de junio de 1905 la cita era a las 3 de la tarde en la Plaza Jewell y el árbitro del match fue Ricardo W. Olavarría Le Bas, presidente de la flamante Liga Rosarina de Fútbol, creada el 30 de marzo de ese año en una reunión celebrada en el Hotel Britannia.

El diario La Capital anunció en su edición correspondiente a ese domingo que por la tarde se enfrentarían “el Newell’s Old Boys y el Club Atlético Central para disputarse la gran copa donada por el intendente señor Pinasco”.

Ante un bullicio extraordinario, los equipos saltaron al campo de juego alistados de la siguiente manera:

Newell’s Old Boys: J. Calosso; José P. Hiriart y Deolindo Barcelone; Wallace W. Wheeler, Agapito Balbiani y G. Remmy; Víctor G. Heitz, Guillermo R. Moore, Faustino González, José Pinoto Viale y A. Lyon Pats.

Rosario Central: A. Norris; A. Faggiani y H. Grant; J. Díaz, A. Ellison y H. Boan; Whortley, A. Vázquez, P. Hearnett, S. Hopper y Percy Jones.

Estaban en juego, además de la Copa Pinasco, los puntos por el primer campeonato oficial de la Liga Rosarina de Fútbol, en el que Newell’s había debutado el 21 de mayo derrotando a Argentino por 4 a 1 en la Plaza Central, cercana al pasaje Celedonio Escalada y Central había vencido a Atlético del Rosario por 3 a 1 en la Plaza Jewell.

Cuando la pelota comenzó a rodar, empezó a escribirse una historia de amor y rivalidad deportiva que se prolonga hasta nuestros días.

Una historia escrita a fuerza de destreza y garra, de habilidad y pasión, de magia, entrega y sacrificio. Del éxtasis de la victoria a la hiel de la derrota, pero siempre con la inquebrantable lealtad a los colores con los que se transita por la vida en forma irrenunciable: de la cuna a la tumba.

Aquel 18 de junio, el primer tiempo terminó 0 a 0. Lo mejor estaba reservado para la etapa final.

Promediando el segundo tiempo, el wing rojinegro Víctor G. Heitz (nacido en Las Rosas, quien fue el socio número 1 y primer presidente del club) protagonizó un avance a fondo por la punta derecha y entrando en diagonal al arco le dejó la pelota servida a Faustino González. El eje ñulista, desde corta distancia, dejó sin chances al arquero Norris, cuya estirada resultó estéril.

“Es el único gol y entre las aclamaciones de las huestes del gordo Hiriart, Newell’s Old Boys se retira victorioso por 1 a 0. Años más tarde, cuando se repitan los partidos entre las dos divisas hallaremos justificación al apasionante panorama que ofrece el pueblo en torno al clásico, salsa y pimienta del fútbol rosarino”, cuenta don Cipriano Roldán en su libro Anales del fútbol rosarino, de 1959.

Aquel equipo de Newell’s no sólo ganó el primer clásico, sino que también fue el primer campeón de la historia del fútbol rosarino. Se coronó invicto, ganando 8 partidos y empatando 2. En los 10 partidos del torneo conquistó 18 puntos, con 39 goles a favor y sólo 4 en contra.