Por Santiago Fraga

Argentina puede quedar eliminada de la Copa del Mundo en la fase de Eliminatorias. Sin siquiera un repechaje, sin ningún chivo expiatorio al que echarle la culpa, sin ninguna conspiración extraña de la que alguno se pueda agarrar para justificar lo injustificable. Una situación que una persona como yo, de una generación joven que creció viendo los destellos finales de Maradona, los goles de Batistuta, las gambetas de Ortega, las magias de Messi, estandartes dentro del campo como Redondo, Simeone, Ayala, Zanetti o Sorín, escuchando los recuerdos de las copas ganadas, de la final del 90′ y viviendo la del 2014, jamás se hubiera imaginado alguna vez vivir.

Y sin embargo acá estamos. Contando las horas para que llegue el martes y ver cómo se define la suerte de la Selección en un panorama completamente adverso. ¿Es el fin del mundo que Argentina quede afuera del Mundial? No, el mundo va a seguir girando y nuestras vidas van a seguir dependiendo de muchas otras cosas ajenas a lo que pase en una cancha. ¿Es grave que Argentina quede afuera del Mundial? Sí, lo es. Es gravísimo porque detrás de esas once camisetas celestes y blancas que despiertan pasiones a decenas de millones de personas se mueven otros tantísimos millones más de pesos y dólares, se trafica poder, se construye un mundo con los clubes argentinos como rehenes y se pervierte a una asociación con un poder de alcance gigantesco para el pueblo, que como retribución sólo busca en un equipo una alegría que los aleje por un rato de los problemas cotidianos.

Por eso es necesario hablar de fútbol. Por eso es necesario analizar cómo la Selección Argentina llegó a este momento deportivo y por qué. Esta noche el combinado dirigido por Jorge Sampaoli empató cero a cero con Perú y matemáticamente está afuera del Mundial, dependiendo en la última fecha de equipos como Brasil y Venezuela.

Tanto se habló durante semanas de que la clave era la cancha, que el hecho de jugar en La Bombonera iba a ser determinante para que los jugadores argentinos sientan el aliento y que los peruanos se paralicen de miedo. Que vivan un verdadero infierno.

Pero el verdadero infierno siempre estuvo en casa. El infierno es aquel en el que la Asociación del Fútbol Argentino desmanteló las divisiones juveniles, ese en el que los procesos no existen, donde los empleados son tan reemplazables como una frazada y donde siempre se idolatró a individualidades por sobre trabajos colectivos. ¿O cómo se explica que haya habido tres técnicos para 16 partidos? ¿Cómo se explica que constantemente se hable más de Messi y Maradona que de una idea de juego? ¿Cuál es la idiosincrasia del fútbol argentino?

Mientras tanto habrá que prepararse para el intenso circo. Los mismos periodistas deportivos que hoy dirán que no había que despedir a Gerardo Martino (que no, no había que) son aquellos que en su momento pidieron por su cabeza y son los mismos que pidieron la de Edgardo Bauza. Los que sostendrán  que el 9 de la Selección tiene que ser Higuaín son los que lo sepultaron. Los que hoy carguen la cruz más pesada sobre Messi son los mismos que se mojaron cada vez que la Pulga salvó a Argentina de una catástrofe.

Quizás no debería haberla salvado nunca. Quizás este desastre del fútbol argentino tendría que haber llegado mucho antes, cuando los responsables todavía estaban en sus puestos de poder (o vivos). Ahora será sobre esos once que saltan al campo de juego y sobre los que se sientan en el banco de suplentes sobre quienes caiga la responsabilidad de comisiones directivas anteriores, de empresarios y de vividores del fútbol que todavía no se cansan de hacer una tras otra las cosas mal.

Este es el resultado de un equipo de fútbol sin proyecto, donde se desestiman los procesos por creer en dioses con superpoderes capaces de lograr triunfos como si de una película o de la Play Station se tratase. No existe tal cosa. Ni siquiera Maradona fue capaz de ganar algo solo, porque cuando a él lo rodearon entre cuatro alemanes Burruchaga no se escondió y se mostró para el pase, porque Valdano definió el mano a mano que tuvo y porque Brown estampó el centro de Burru. Darío Benedetto erró tres definiciones en el área esta noche. El último jugador que metió un gol que no fue Messi fue hace más de un año, a fines de 2016.

El fútbol premia a los que hacen las cosas bien, y Argentina hace décadas que hace las cosas muy mal. Los increíblemente flojos rendimientos de las selecciones juveniles en esta década fueron el aviso y la antesala de los fracasos que ahora se auguran para la Selección mayor. Porque todos sabíamos que Sampaoli no iba a ser nunca el salvador. Porque ni aunque clasificase al Mundial iba a ser capaz de revertir los años y años de malas decisiones.

Argentina el martes se jugará, increíblemente, la clasificación a la Copa del Mundo. Será la prueba de fuego que le quedaba a un grupo de inmensos jugadores de fútbol bastardeados por una serie de derrotas que despertaron los resentimientos más profundos. Con todo en contra, con los peores pronósticos, la albiceleste saldrá a la marea amarilla de Quito para intentar alivianar todos los sentimientos que hoy recaen sobre ellos, pero aunque estos jugadores consigan la hazaña y clasifiquen a Rusia esto tiene que ser un llamado de atención. Uno que no sea uno más de las muchas advertencias que ya ha habido, sino uno para que los dirigentes que manejan los hilos, ese mal gobierno del fútbol, se den cuenta de que no siempre se van a salir con la suya y que los fracasos futbolísticos también los van a sentir en sus billeteras. Este infierno no está para nada encantador.