En abril de este año, más precisamente el sábado 7, La Renga tenía todo preparado para tocar en el estadio mundialista José María Minella, en Mar del Plata. Sin embargo, pese a que las entradas ya habían estado en venta por casi un mes y ya había 35 mil localidades adquiridas, el Ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Cristian Ritondo, manifestó al intendente Carlos Arroyo que no le cederían personal policial para el operativo de seguridad del recital, obligando así a su suspensión tan solo a una semana.

La banda liderada por ‘Chizzo’ Nápoli había sufrido menos de un año antes el mismo nivel de censura cuando el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con motivos insólitos, le prohibió por décimo año consecutivo tocar en la Capital Federal, hasta que finalmente se lograron hacer (tiempo más tarde) las fechas planificadas en el estadio de Huracán.

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Estigmatizado, demonizado y censurado. El rock nacional, como todo lo que se vuelve popular, no siempre es bien visto por los distintos estratos gubernamentales. Cuando las bandas logran romper con esos cercos se enfrentan a otro aún más duro, que es el mediático.

Durante mucho tiempo Rosario supo ver cómo grandes bandas de nuestro rock e internacionales llenaban estadios porteños, bonaerenses o cordobeses, mientras que los rosarinos nos quedábamos con las ganas y nos preguntábamos: ¿Y por qué acá no?

El show de Guns N’ Roses en noviembre de 2016, en el estadio de Rosario Central, fue una muestra de que los megarecitales de estadio podían tener lugar en la ciudad, pero faltaba aún otra prueba por demostrar: ¿estaba Rosario mentalizada para recibir a las bandas más populares de nuestra música?

La Renga, sin lugar a dudas, es uno de los grupos de rock nacional que más convoca en la actualidad. Con un crecimiento cada vez más exponencial de asistentes en sus shows, un lugar como el Metropolitano, que supieron llenar hace sólo tres años, les quedaba demasiado chico en esta instancia.

Tras haber luchado con la censura en Capital Federal y en el Gran Buenos Aires, el desafío de Rosario estaba presente para su productor, José Palazzo. Estando aún latente la mala experiencia de Mar del Plata, parecía que la chance de nuestra ciudad también se desvanecía para el grupo, luego de haber recibido la negativa (por diversas razones) a tocar en espacios como el Hipódromo o el Autódromo. Parecía que nuevamente los rosarinos se iban a quedar con las ganas, pero quedaba una carta guardada.

Luego de negociar con los grandes clubes de la ciudad, finalmente el estadio de Newell’s fue el elegido para albergar esta gran fiesta del rock, y el resultado fue fantástico. La banda de Mataderos se subió al escenario montado en el Coloso apenas pasadas las 10 de la noche y mostró una energía que condice más con las primeras épocas del grupo que con la edad actual de los integrantes, y que se contagió a todos los presentes.

Fue un suceso. Las redes sociales explotaron con gente que de distintos barrios de la ciudad aseguraron haber sentido el recital (ya sea por sonidos o temblores) en sus casas, así que podrán imaginarse el ambiente dentro de las tribunas del estadio Marcelo Bielsa.

Con una lista cargada de temas clásicos, luego de las presentaciones de Julián Miretto, Soñadores y La Semilla (que estuvieron a la altura de las circunstancias y fueron reconocidos por el público), La Renga saltó al escenario interpretando “Tripa y Corazón”, seguido por “A la carga mi rocanrol” y “El Twist del Pibe”.

«Venimos bien al palo, así que ahora vamos a bajar un poco», dijo Gustavo Nápoli recién en el decimosegundo tema, cuando interpretaron “Blues Cardíaco”, otro gran clásico de uno de los primeros discos de la banda. Para esa altura, “Tete” Iglesias ya se había corrido de punta a punta el escenario bastantes veces y el 911 ya había recibido varios llamados por temblores en la ciudad.

No hubo disco de la banda que quedáse sin interpretar. Desde Esquivando Charcos, de 1991, hasta Pesados Vestigios, de 2014, La Renga incluyó temas de toda su discografía en la lista de 29 canciones que interpretaron durante algo más de dos horas y media. «Bailando en una pata», «Panic show», «El final es en donde parti» y «Hablando de la libertad» fue el cierre del recital, tras un extendido break, que significó a su vez la consagración de una de las históricas bandas de nuestro rock en la ciudad.

Para todos aquellos que en los recitales populares se muestran pendientes del público, del orden, de la limpieza, de los alrededores, y de cualquier mínimo incidente que posibilite demonizar a una masa de personas que se acerca a disfrutar de su grupo favorito, vale la aclaración de que la organización fue impecable desde todo punto de vista.

Con un control que desde tempranas horas se apostó en los alrededores del Parque Independencia, no hubo detalle sin descuidar en todas las etapas del recital, desde el ingreso de las personas al estadio, hasta su permanencia y posterior salida.

Durante el show, dentro de la cancha se colocaron distintos puestos de hidratación para que las personas pudieran tomar agua de forma gratuita, como así tampoco hubo venta alcohólica ni de alimentos ni dentro ni en los alrededores al estadio. La descongestión del público se realizó rápidamente y sin congestiones, y no se registró ningún episodio criticable en ningún momento de la jornada.

Los más de 160 colectivos que llegaron a la ciudad para la ocasión se fueron llenos de personas contentas, que volvieron a sus casas luego de haber visto una de las grandes noches que el rock ha tenido en la ciudad. Por otro lado, miles de rosarinos salieron del Coloso con similar felicidad, ante la además casi insólita sensación de poder volver a sus hogares después de un recital así caminando o a un colectivo de línea de distancia. Definitivamente, el rock nacional volvió a jugar de local.