Opinión por Santiago Fraga, enviado especial en Olavarría

El circo de desinformación de medios como la Agencia Télam e Infobae arrancó con 7 muertos. En minutos, pasaron a un mínimo de 10 y otros «extraoficialmente» se animaron a lanzar hasta 30 personas sin vida, mientras hablaban de carpas repletas de cuerpos. Tiraron cadáveres como si fueran puntos de envido, haciendo periodismo de Twitter desde su sillón en Capital.

En el medio, quedaron las desesperadas familias y los angustiados amigos que no se podían comunicar con los que estaban allá, y toda la gente en Olavarria que apenas conseguía señal recibían una catarata de mensajes desoladores, cuando incluso quizás todavía no habían encontrado al amigo que se les había perdido adentro o sabiendo que tenían a seres queridos en otra parte del predio.

En el medio, los opinólogos, sacando las conjeturas más payasescas desde un desconocimiento absoluto pero con una convicción aterrorizante.

En el medio, también, los indignados de turno, los licenciados en casi todo, que la semana pasada eran expertos sindicalistas, la anterior expertos en docencia, ahora expertos en recitales de rock y mañana en lo que puedan o quieran desestabilizar.

En el medio aparecieron, incluso, los que están más a la izquierda que la izquierda, junto a los que están bien a la derecha, los que les encanta patear cuerpos en el piso, los buscadores de cabezas, los morbosos y los de insaciable sed de sangre (carroñeros que, vamos, les hubiera encantado que muriesen más pibes para su asqueroso regodeo de aires de ser superior y superado; aquellos mismos que fueron los primeros en opinar canallamente cuando se hablaba de diez muertos y que hoy insisten con voracidad y expectativa en que se ocultan cuerpos).

En el medio, los políticos aprovechando los espacios oportunistas de turno para realizar los comentarios más desubicados con dos cuerpos aún en autopsia. En el medio, pasantes comenzaron a sacar cuentas matemáticas sobre el dinero movido, cuando todavía había chicos varados sin poder regresar a sus hogares. En el medio, artistas de dudoso fuste y gigantesco resentimiento salieron a comer de los restos de una figura en el mayor momento de debilidad de su carrera, como también supieron hacerlo con Patricio Fontanet (¿habrá que recordarles a aquellos que todos nacieron del mismo barro?).

En el medio, explicaron las mil y un formas en las que la avalancha mató a esa gente, y luego explicaron otras dos mil formas nuevas cuando se confirmó que no había muertos por aplastamiento. En el medio, quisieron explicarte cómo es un recital de rock, cuán drogada va la gente y qué tan nocivos son esos espacios para la sociedad. De repente, tu hijo que va a recitales se convirtió en “sobreviviente”.

En el medio se han acostumbrado a pasarse por el forro (con el perdón de la utilización de la palabra que me parece más justa) la responsabilidad a la hora de informar, y esa necesidad de generar miedo que infunden en la gente día tras día se masifica con la misma velocidad en que los zocaleros tipean la palabra Tragedia. Hoy por esto, mañana por otra cosa.

En el medio, parecen haberse olvidado de las obligaciones periodísticas; del deber informar con la absoluta conciencia de ser responsable de las palabras que escribimos; de la obligación de llevar tranquilidad a las personas en momentos de agitación y tragedias; de consultar varias fuentes antes de confirmar algo; de saber lo que nuestras palabras pueden causar en los lectores, oyentes o televidentes en momentos de extrema delicadeza; de no sacar conclusiones hasta no reunir las suficientes pruebas; de no dejarnos llevar por la marea de desinformación abundante en épocas de redes sociales; de generar un bien y un servicio para las personas y no farandulerío para alcanzar un estrellato a costa de hechos terribles y de las personas.

Cuando luego del recital llegué con mi grupo de amigos al auto en el que nos habíamos trasladado para poder emprender el regreso a casa, los mensajes que recibí me obligaron a buscar novedades en distintos portales (los que la poca batería de mi teléfono me permitiesen abrir), siendo testigo de las primeras informaciones falsas difundidas en grandes medios. Las cosas que leí en esas horas no sólo no me dejaron dormir, sino que me provocaron una profunda tristeza, aún siendo yo quien había estado en el lugar y había vivido el momento, a sabiendas de que la mitad de las cosas de esos textos eran falsas. Imagínese, entonces, la reacción de alguien a más de 600 kilómetros de distancia, con un familiar o amigo en el lugar y muy posiblemente incomunicado. A posteriori, se supo que ninguno de los que habían publicado esas noticias siquiera habían estado presentes en Olavarría.

En el medio destaco, cuanto menos, los relatos precisos y atinados de los escritores de portales como Revista Anfibia (Pablo Alabarces, Facundo Pedrini y más), Página/12 (Diego Tomassi) y Cosecha Roja, entre otros, o las palabras de periodistas como Bruno Larocca, Jorge Boimvaser y Rodolfo Barili, entre otros, que en su gran mayoría estuvieron presentes en el lugar y que en todos los casos supieron hacer un análisis sin caer en bajezas, recogiendo todos los detalles y sobre todo entendiendo y dando a entender sobre lo que estaban hablando. También a mis compañeros periodistas de Conclusión, que no se dejaron llevar por las informaciones de momento y esperaron a tener confirmaciones para publicar algo, como de igual manera aguardaron los testimonios de mi colega Guido Brunet y de mi persona.

Sobre responsabilidades habrá tiempo para hablar y será la justicia quien determine quiénes fueron los culpables de todo lo que salió mal. Mientras tanto, lo seguro es que muchas personas deberán plantearse muchísimas cosas: desde el Estado que estuvo ausente y después mintió descaradamente, hasta la producción que ató todo con alambres y dejó al público a merced de la suerte, hasta el artista que les dio su confianza y no previó distintas situaciones, hasta el público (esas bombas pequeñitas) que en un muy reducido número (el suficiente) no cuidaron al de al lado y no se cuidaron ellos mismos, y hasta el periodismo que sin estar en Olavarría tomó un nefasto papel protagonista en esta historia.