Por Mario Luzuriaga

Mar del Plata siempre se consideró como la «ciudad Feliz» debido a un dicho popular. Ese dicho era que las personas que iban a veranear allí eran felices.

Pero esa felicidad se opacó en el verano de 1988 y se debió por dos hechos que marcaron profundamente al espectáculo nacional. Dos muertes cuyos protagonistas fueron dos ídolos nacionales como lo fueron Alberto Olmedo y Carlos Monzón.

Camilo Sánchez, periodista y escritor, lanzó a fines de 2017 su novela «La feliz. Aquel verano del 88», en la que retrata, en forma de ficción, las tragedias que vivieron estos ídolos y otro personaje importante como lo fue Adrián «Facha» Martel.

Sánchez dialogó con Conclusión y contó sus experiencias vividas durante ese verano y lo que lo llevó a contar esta historia que se sabía como una leyenda.

—¿Qué fue lo que te motivó para escribir este libro?

—La motivación es muy antigua. Yo cubrí para Página 12 el femicidio de Alicia Muñíz cuando el diario recién arrancaba y había una editora mujer que me envió para allá. Anteriormente yo hacía temporadas en Mar del Plata para el Diario Popular y los conoci. Hay dos notas en las que me basé para hacer el libro, una fue el anuario del diario donde escribí sobre la muerte del Negro Olmedo y la otra fue la cobertura de la muerte de Alicia Muñíz. Entre esos dos links se basa esta historia que vengo arrastrando hace 30 años y tener la posibilidad de acceder con total libertad a estos personajes. Sin que sus figuras estuvieran interfiriendo en una libertad creativa, que me tomé para inventarlos. Con los mitos tenemos una vinculación personal, cada rosarino tiene su mito con «el Claun» (Olmedo) y yo tenía uno diferente. Sobre esa estructura que sucedió salió esta novela.

—En un pasaje de tu libro comentas que la década del noventa inicia a partir de ese hecho y culmina con la caída del 2001. ¿Podrías contarnos sobre ese pensamiento?

—Es una interpretación posible, había hiperinflación, le ponían trabas a Alfonsín, ya Carlos Saúl estaba desembarcando y son cosas que iban marcando un poco la cancha.

—¿Crees que estas muertes también fueron el fin de una época?

—Si porque ellos eran dos tipos desclasados, que venían del bajo fondo. Tanto Olmedo como Monzón fueron los últimos que generaron esa expectativa en la cual uno haciendo bien su trabajo significaba que te hacía una persona feliz. Para mi lo que se rompe como modelo con ellos dos, es la fama que te da felicidad. En ese verano uno choca con esa realidad.

—¿Qué te pasó cuando presenciaste el ocaso de estos dos grandes?

—El de Olmedo me pegó mal porque lo quería mucho. Me divertía mucho y lo veía todos los viernes a su programa. También el Negro estaba trabajando en un proyecto con Osvaldo Soriano y lo de Monzón fue menor porque no tenía el mismo contacto afectivo. Si me pasó que que compartía sus peleas junto a mi viejo que fue boxeador amateur y entonces me agarró por ese lugar. Me pasa que están mal protegidas la estrellas argentinas, la falta de contención, de que se tapaban las macanas y que no se les podía decir nada. Lo que la novela habla es del karma que tenía cada uno de ellos.

—Hay un tercer personaje que estuvo en medio Monzón y Olmedo ¿Podes contar algo sobre el «Facha» Martel?

—Siempre quedó como un misterio, acá lo llamé el «Langa». Antes me preguntabas por qué tardé todo este tiempo en hacer la novela, porque me pareció que la distancia le dio el tono necesario para poder escribirlo. Entonces pude encararlos bien, al «Cloun» lo conté por la inquietud que vivía porque la venía pasando mal desde su separación y eso no le gustaba. El «Campeón» lo conté desde la sombra de la cárcel utilizando idas y venidas; y no encontraba una forma de contar la historia de el «Langa». Y me di cuenta que el «Facha» vivía por lo que generaban otros y no por sí mismo, entonces creo que ahí le encontré la vuelta, porque es el personaje que le da la integridad a la novela.

—Es un personaje realmente interesante…

—Sí porque también es una metáfora de la clase media argentina, sobrevivió para contarla. Es el que se va metiendo entre uno y otro, y va zafando como puede. Se va agarrando de los pasadizos que se va encontrando y termina siendo alguien digno. Al reconocer su adicción lo convirtió en un personaje querible para los adictos que no podían volver, y encontraron en él como una voz. Sus últimos trabajos fueron como presentador de circo y presencias en boliches. En la novela pude reflejar algo shockeante como fue que dos «próceres», uno matara a la mujer y el otro se caiga de un balcón, fue fuerte.