Apenas unos días antes de que las mujeres puedan comenzar a manejar autos en Arabia Saudita, la monarquía opacó esta semana sus promesas de apertura con el encarcelamiento de otras dos activistas, una nueva medida que echa luz sobre su política de género y el sistema de tutela, que obliga a todas las mujeres a depender del permiso de un hombre durante toda la vida.

Mientras que la monarquía saudita comenzó hace meses una campaña internacional con visitas de Estado, reuniones con empresarios y notas glamorosas en influyentes medios para convencer de que se ha embarcado en una apertura liberal económica y especialmente social, redobló sus fuerzas para acallar las voces que hace décadas vienen pidiendo exactamente eso.

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Con una ola de detenciones, el gobierno amedrentó a las decenas de mujeres que desde 1990 han encabezado la campaña para exigir el derecho a manejar y moverse libremente entre el trabajo, la facultad, de shopping o simplemente paseando.

El mensaje enviado al mundo era claro: el único responsable de esta supuesta apertura era el flamante príncipe heredero de 32 años, Mohamed bin Salman.

Cerca de una decena de activistas -hombres y mujeres- se rebelaron contra el discurso oficial y rompieron el silencio.

Denunciaron la medida como una operación mediática y volvieron a pedirle a la monarquía que ponga fin al sistema de tutela, que establece que una mujer debe depender de la voluntad de su padre, hermano, esposo o hasta un hijo menor de edad, de ser necesario, durante toda su vida.

Todos los activistas que hablaron fueron detenidos el mes pasado.

Esta semana, la activista Nouf Abdelaziz apoyó a los detenidos y terminó sufriendo la misma suerte. Unos días después, una de sus colegas, Mayaa al Zahrani, publicó una carta que Abdelaziz le había pedido divulgar en caso de ser arrestada.

Sólo por publicar la carta se convirtió en la última de una seguidilla de activistas detenidos, según el registro de la organización humanitaria Human Rights Watch (HRW).

Estas últimas detenciones terminaron de convencer a muchos de que las promesas de liberalización de Mohamed bin Salman eran muy limitadas.

La activista Manal al Sharif, una de las mujeres que en septiembre pasado se mostró esperanzada con «una Arabia Saudita diferente», reconoció hace poco que estaba decepcionada, según una columna publicada en el diario estadounidense The Washington Post.

«En este momento, estoy mirando con tanto dolor como mis esperanzas y sueños desaparecen en el aire», escribió Al Sharif, quien vive exiliada en Australia y no podrá cumplir con la promesa que le hizo a su hijo de 12 años de recorrer juntos las rutas de Arabia Saudita.

«Si estuviera en Arabia Saudita, probablemente sería una de las mujeres arrestadas y detenidas», aseguró la activista de 39 años.

Al Sharif es una de las principales impulsoras de la campaña feminista en Arabia Saudita. En 2013 se hizo mundialmente famosa cuando, aún viviendo en Arabia Saduita, se filmó mientras conducía su auto y difundió el video, provocando una catarata de reacciones a favor y en contra.

En una charla TED que dio en 2013, Al Sharif explicó que la batalla más difícil no es contra los gobiernos, sino contra las sociedades opresivas, y relató cómo fueron los días que siguieron a la publicación de su video.

Una tarde, su hijo Abdallah, que en ese momento tenía cinco años, volvió del colegio con algunos moretones y a la noche, antes de irse a la cama le preguntó: «Mami, ¿somos malas personas?». Acto seguido, le contó que dos chicos lo habían golpeado porque habían visto en Facebook a su madre conduciendo.

Más tarde, su hermano, el hombre que le prestó el auto, fue detenido dos veces y, cansado por una persecución que no parece tener fin, renunció a su trabajo y abandonó el país con su mujer y su hijo.

A Manal la difamaron en las redes sociales, la acusaron de trabajar para gobiernos extranjeros y le crearon perfiles falsos de Facebook, en los que se presentaba como una trabajadora sexual.

Este fue el costo de subirse a un auto y conducir unos pocos kilómetros porque estaba cansada de tener que esquivar los repetidos acosos que sufría cada vez que se subía a un auto ajeno para ir a su trabajo.

Para Manal lo más increíble de esta historia es que en Arabia Saudita, el único país del mundo en el que las mujeres no tienen permitido conducir, no hay ninguna ley que lo prohíba.

«Sólo es una costumbre y tradición que se ha consagrado en la estricta Fatwa (prohibición) religiosa y que se ha impuesto», explicó la mujer que recibió decenas de amenazas, entre ellas una que le advertía que iba a ser violada por el «lobo feroz» si volvía a conducir.

Los argumentos a favor de la prohibición rozan lo satírico: según el Consejo Shura, un órgano consultivo elegido por el rey, las mujeres que manejan son más propensas a ser violadas, cometer adulterio y a prostituirse.