Rubén Alejandro Fraga

Este mes los rosarinos recordamos la tremenda caída de granizo que conmovió a la ciudad hace once años y que también evoca otras calamidades caídas del cielo en distintos puntos del planeta.

Aquel miércoles 15 de noviembre de 2016 los rosarinos asistimos azorados a una suerte de “ira del hielo” –esa fue la frase que utilizó el diario El Ciudadano para titular el fenómeno en su portada del día siguiente–, cuando, pasadas las 17, la soleada y calurosa tarde de pronto se volvió noche y entre las cinco y cuarto y las cinco y media una inusual tormenta de granizo bombardeó la ciudad provocando caos, destrucción y hasta lamentables hechos con víctimas fatales derivados del singular meteoro.

Si bien los registros dicen que el fenómeno climático no fue inédito en la historia de Rosario, los más memoriosos y entrados en años afirmaban no haber visto nunca antes una cosa semejante en la ciudad del río marrón. A tal punto que, seguramente, todos aquellos que presenciaron el singular evento –en el cabal significado de esta palabra tan bastardeada– y sobre todo quienes más lo padecieron –en sus cuerpos, en sus autos, en sus casas o en sus comercios– no podrán olvidarlo jamás. Y quizás, con el paso del tiempo, afirman haberlo visto todo si de calamidades caídas del cielo se trata.

Sin embargo, créase o no –y vaya desde aquí el homenaje para el actor Jack Palance, quien presentaba el programa televisivo de casos increíbles “Aunque usted no lo crea, de Ripley”, y se nos fue justamente en aquel noviembre de 2016, a los 87 años–, la historia de la humanidad está plagada de fenómenos naturales o no tanto, en los cuales desde el cielo caen cosas mucho más sorprendentes e inquietantes que la lluvia, la nieve y el granizo, e incluso más impactantes que algún meteorito llegado del espacio sideral.

Magnolia y la lluvia de ranas

En la película Magnolia, filmada en 1999 por el director Paul Thomas Anderson, los personajes sufren por la desidia, el desencanto, la historia pasada y las personas que de una u otra manera las afectaron. Mientras uno busca devolver un dinero robado, dos personas buscan suicidarse por desprecio a si mismos y un policía corre en busca de un amor imposible, es entonces que comienza una inopinada lluvia de ranas.

La tormenta que desde el principio de la película había amenazado con caer, pronto estalla en forma de miles de cuerpos de batracios chocando con fuerza contra autos, ventanas y piscinas. Las ranas entran a sus vidas de golpe, como una maldición bíblica, o quizás mejor como un relámpago de lucidez. El disparo que buscaba el propio cráneo termina fallando cuando una rana choca contra el arma, de la misma manera ese mismo destello choca contra todos los involucrados en una historia múltiple y los despierta de un sueño o una pesadilla.

En aquella película las ranas son una señal divina, un lúcido momento en que todo se vuelve claro.

Y si bien Magnolia es ficción, la cinta está inspirada en uno de los libro escritos por un hombre tan obsesionado con aquella vida, o lucidez, que llegaba de las alturas que dedicó toda su existencia a recopilar las historias de fenómenos similares de objetos caídos desde las nubes.

Fort y El libro de los condenados

Charles Hoy Fort (1874-1932) era sin lugar a dudas un tipo peculiar. Escribió su autobiografía con tan sólo 25 años, y aunque trabajó un tiempo como periodista y taxidermista, gran parte de su vida la dedicó a la recopilación de hechos anómalos en la biblioteca de Nueva York.

Nacido en Albany, Nueva York, Charles Fort logró fama internacional como autor iconoclasta de cuatro obras literarias, la más famosa de ellas titulada El libro de los condenados (The Book of the Damned, 1919, único de los cuatro libros de Fort traducido al español). También escribió New Lands (1923), Lo! (1931), y Wild Talents (1932), que atrajeron a un público interesado en sus “datos” sobre fenómenos extraños, como mar-serpiente y poltergeist, y también a muchos escritores de ciencia ficción que estaban inspirados por las especulaciones de Fort sobre presuntos visitantes extraterrestres.

El enemigo de la ciencia

Señalado como “el enemigo de la ciencia” por el diario The New York Times en la necrológica que el diario publicó para anunciar su muerte en 1932, Fort denominaba“condenados” a un montón de sucesos sobre los que la investigación no había podido dar fruto y los desechaba con desdén sin profundizar los casos o simplemente negándolos, por lo que sugería cambiar el paradigma mental y estar abiertos a conclusiones más osadas, no limitadas a priori por nuestra imagen del mundo, aunque sin abandonar el método científico si de verdad quería obtenerse cualquier conclusión de valor.

Sucesos condenados por la ciencia ortodoxa y, en ocasiones, por el mismísimo sentido común. Hechos que las llamadas voces autorizadas tienden a obviar, ridiculizar o racionalizar con argumentos pueriles. Aunque las explicaciones que da el mismo Fort –con más sentido del humor tanto en el fondo como en la forma de lo que a priori se pudiera pensar– no esulten muy convincentes.

Con todo, su importancia y reconocimiento en determinados ámbitos sólo le llegó después de su muerte, siendo aún hoy en los países aglosajones el término “forteano”, sinónimo de inexplicable o sobrenatural.

Así lo describió el escritor francés Jacques Bergier, autor de El retorno de los brujos: “Parecía una foca tímida. Tenía las piernas redondas y gruesas, vientre y trasero salientes y parecía carecer de cuello. Su cráneo era bastante voluminoso y estaba medio calvo; sobre su ancha nariz asiática se apoyaban las gafas con montura de acero; su bigote parecía el de Gurdjieff”.

Metódicamente, Fort leía incansablemente periódicos y revistas científicas, en su busca de información. Acumulaba notas hasta el punto de llegar a tener sus fichas ordenadas en 1.300 cajas de zapatos, intentando buscar un sentido global en todo ese caos. Tal vez esté inspirado en él el personaje del ferretero ex combatiente de Malvinas y apasionado por recortes de noticias extraordinarias que encarna Ricardo Darín en la película dirigida por Sebastián Borensztein Un cuento chino. En ese film resulta clave en la trama una lluvia de vacas…

Volviendo a Fort, hay que decir que en ocasiones se desesperaba, quizá sintiendo que estaba desperdiciando su vida en un empeño absurdo y llegó a quemar todos sus apuntes –que se contaban por decenas de miles e incluían libros inéditos ya terminados–.

Por lo que se sabe, ese arrebato destructivo lo tuvo al menos dos veces en su vida, para posteriormente, volver a empezar de cero.

Las lluvias más insólitas

Un asunto en el que Fort hace especial hincapié es el de las lluvias insólitas. A lo largo de la historia de la humanidad a caído del cielo absolutamente de todo, habiendo o no nubes, lluvia de todos los colores, olores y consistencias, sustancias de lo más variopintas, animales de todo tipo y tamaño, desde vivos a podridos, etc.

Lluvias de sangre y de carne, de monstruosos bloques de hielo, y cualquier otra cosa que uno pueda imaginar. Las explicaciones que se dan desde la ortodoxia suelen ser insatisfactorias, hablando de tornados y otros fuertes vientos, que son curiosamente selectivos a la hora de llevar, por poner un ejemplo clásico, sólo ranas y no hojas, barro u otros animales.

Absurdo, sin duda. Pero veamos qué explicación se le ocurre a Fort; él dice que nuestra situación es parecida a la de peces abisales que ven caer de la superficie del mar a su mundo objetos y sustancias que les son extraños, ya que son incapaces de imaginar el mundo de la superficie al que no tienen acceso.

Así, habla de un “Supermar de los Sargazos” sobre la atmósfera, del que proceden todas esas cosas que no aciertan a explicar meteorólogos, astrónomos ni ningún otro científico.

Algunos casos

Todos los años, al comienzo de la estación lluviosa, los habitantes de Yoro, en Honduras, preparan baldes, barriles, palanganas y redes para recoger los peces que van a caer del cielo. Y todos los años, hasta donde llega la memoria, han caído sardinas por barriles. La “lluvia de pescado”, como la llama la gente del lugar, suele comenzar de cuatro a cinco de la tarde y va seguida de tormentas eléctricas y fuertes vientos. El pescado es depositado vivo y coleando sobre una pradera que hay al sudoeste del pueblo.

En 1833, una sustancia parecida a la lana cayó en trozos sobre grandes extensiones de campo cerca del pueblo francés de Montussan. En otros lugares hubo lluvia de un material que parece seda e hilos ondulantes, como procedentes de una gran mercería.

En muchas partes del mundo, en numerosas ocasiones y en número monstruoso, cayeron también ranas y sapos, y también lo han hecho caracoles marinos, gusanos y serpientes. Se ha visto gotear y aún chorrear sangre del cielo, y caer semillas y granos, así como carne de todo tipo, como si allá arriba navegaran graneros y rastros invisibles.

No son sólo ranas y sapos los que pueden caer del cielo. Aunque aún no se tenga noticia de una lluvia de perros y gatos, se han registrado fenómenos semejantes, y muchos de ellos no han sido completamente explicados.

Los siguientes son sólo algunos ejemplos:

En 1870, el tejado de una casa de ópera en Sacramento, California, quedó cubierto por una lluvia de lagartijas acuáticas de entre cinco y veinte centímetros de longitud.

El 28 de diciembre de 1857, durante el transcurso de una fuerte tormenta, las calles Montreal, Canadá, quedaron cubiertas por centenares de mejillones.

En 1877, la ciudad de Memphis, Tennesse, recibió una lluvia miles de serpientes de hasta 45 centímetros de largo. Se cree que fueron llevadas por un huracán lejano, pero no se pudo explicar la enorme cantidad de animales.

En 1922, durante una tormenta de nieve en los Alpes Suizos, cayó una lluvia de orugas, arañas y grandes hormigas.

En 1956, los niños que salían de la escuela en Hanham, un suburbio de Bristol, Inglaterra, fueron sorprendidos por una lluvia de monedas de un penique.

En julio de 1961, los trabajadores de un tejado en Shreveport, Louisiana, Estados Unidos, tuvieron que refugiarse cuando de una nube cayó una lluvia de duraznos.

En abril de 1985, sobre un patio en St. Cloud, Minnesota, Estados Unidos, durante una tormenta cayeron varias estrellas de mar.

En febrero de 1830, en Faridpur, la India, cayó una lluvia de peces pequeños, muchas especies propias de la India. Una gran cantidad fue aprovechada por los habitantes del pueblo para preparar comida. Se tiene registrada también una lluvia de peces en 1666 en Cranstead, Inglaterra, donde cayó una gran cantidad de peces marinos, a pesar de que el mar estaba a más de diez kilómetros de distancia.

El 2 y el 11 de septiembre de 1857 llovió azúcar en algunas zonas de Lake County, California, Estados Unidos. Los lugareños aprovecharon este fenómeno para preparar sirope, un líquido espeso azucarado que se emplea en repostería y para elaborar refrescos.

En julio de 1995, un tornado pasó por Moberly, Iowa, Estados Unidos. Poco después, a 250 kilómetros de distancia hacia el norte, los habitantes del poblado de Keokuk recibieron una lluvia de latas de gaseosa sin abrir.

Y la lista de sucesos inexplicados y fascinantes puede seguir hasta el hartazgo. Una lista tan amplia como la ignorancia del hombre por muchas cosas que lo rodean. Y, tal vez por eso, Charles Fort solía repetir: “La ciencia de hoy es la superstición de mañana, y la superstición de hoy es la ciencia del porvenir”.