Por Belén Corvalán 

Una odisea para llegar. Es que la escuela Nº 28 “Juvenilia” se encuentra ubicada en el paraje Puerto Esquina, a 35 kilómetros de Victoria, provincia de Entre Ríos. Para llegar hasta ahí a dar clases los docentes rurales todos los días tienen un largo recorrido por delante.

En colectivo, haciendo dedo o en auto particular, los maestros se las rebuscan para hacer el viaje en ruta desde Victoria hasta el paraje y luego atravesar el camino de tierra de otros siete kilómetros que los conduce hacia la escuela, que en días de lluvia por no estar asfaltado, se embarra y no hay otra forma más que hacerlo caminando.

“Es muy cómico, porque todos llevamos nuestras cosas de docentes, carpetas didácticas o libros, pero en mi caso también tengo que trasladar alimentos del comedor, entonces voy perdiendo papa, cebolla, todo a lo largo del camino”, cuenta Verónica Elena, docente rural y directora del establecimiento educativo desde hace tres años.

Cada oración que construye cuando habla de la escuela desborda de cariño. Es que el colegio es mucho más que un espacio donde los chicos van a aprender a sumar y restar. Verónica lo denomina como «el centro de todo”. Por eso, a pesar de que llueva o truene, el objetivo es llegar al aula sea como sea. “Soy como la luz mala, en algo llego”, expresa entre risas.

La distancia, la lejanía, las horas de poco sol durante los días de invierno, son algunos de los obstáculos diarios a los que se enfrentan los maestros rurales. “Es todo un tema llegar”, dice. Y añade “por eso es un festejo cuando nos encontramos todos”.

“El invierno es cruento y el verano también, por el sol y la humedad. Es complejo caminar el trayecto de una hora, después salir y esperar. Se hace duro”, explica Verónica, quien cuenta que muchas veces al terminar la jornada escolar y tener que hacer el camino de siete kilómetros a pie, se demoran, pierden el colectivo, y no les queda otra más que esperar el siguiente o hacer dedo para poder regresar a sus casas.

Para la mayoría, a falta de un medio propio, hacer dedo es una de las alternativas que más tienen al alcance, aunque no sea la más óptima, ni la más segura, ya que al tomar un vehículo en la ruta no sólo ponen en riesgo su vida, sino que también rompen una norma dentro de la legislación que las abarca.

“Nosotros conocemos nuestra legislación del empleado estatal que no nos permite hacer dedo, porque quedas sin seguro, pero ante la desesperación de que no tenés en qué llegar a tu casa, lo haces igual”, sostiene. Y agrega: “Somos conscientes de que estamos rompiendo una norma cuando lo hacemos”.

También, en otras oportunidades les ha pasado que directamente no han podido volverse a sus hogares y y les ha tocado dormir en la misma escuela. “En una tormenta fuerte era más el riesgo de salir con la lluvia y el viento que había, así que decidimos quedarnos”, cuenta la directora.

“Pero bueno, siempre fue lo mismo. El viaje te pone nerviosa, te pone ansiosa, es un recorrido de ruta, a veces hay neblina, se ve poco, es riesgoso. Uno no se da cuenta, pero todas las mañanas ponemos el corazón en la mano y nuestra vida a Dios, que es el que nos cuida”. Sin embargo, a pesar de los inconvenientes que se suscitan, destaca que para quien se adapta y le gusta, es difícil que se pueda retirar.

Las ansías, las ganas y el empeño en llegar tienen un porqué que justifica y hace que todo el recorrido valga la pena. Es que hay cuarenta sonrisas que los están esperando, por eso no hay lluvia ni motivo que detenga, ni suspenda el encuentro entre todos en el aula. “Las clases las damos igual porque los chicos asisten a la escuela. Ellos nos están esperando con todas sus ganas y alegría, y con todas sus necesidades”.

Una zona olvidada

«Juvenilia» también cuenta con comedor, está ubicada en zona rural, en una costa del riacho. Al abrir sus puertas recibe a un total de cincuenta chicos entre los que se encuentran los más pequeños de nivel inicial que tienen entre 4 y 5 años, y el nivel primario que abarca desde los 6 a los 12 años.

“Es muy vulnerable económicamente. Son barrios precarios con muchas necesidades no satisfechas”, explica Verónica. “Estamos en el año 2017 y estamos como cuando yo era chiquita”, agrega la docente, quien comenta que aún hay gente que no posee electricidad.

La hipótesis que sostienen en el barrio es que al ser una costa no es una zona productiva, por lo tanto económicamente no renta, excepto por el pescado. “El servicio no llegó, recién ahora está llegando todo”.

Verónica explica que las escuelas están divididas por categoría. “Hay zonas inhóspitas, que son todas las escuelas de islas, que están muy lejos, en las que no hay acceso a nada, y después tenes las que están en zonas muy desfavorables”, que según explica se caracterizan por infraestructura precaria, acceso a movilidad escasa, falta de señal, y la dificultad para llegar por la cantidad de kilómetros. “Ese es el caso de la nuestra, por eso todo docente que va a trabajar ahí sabe a donde está yendo. Aunque no todos los colegas se bancan ese ritmo”.

Sin embargo, a pesar de todas las carencias estructurales que presenta la construcción, ese espacio representa un valor simbólico inmenso para los niños que concurren. “Ahí comemos, nos divertimos, aprendemos, hacemos relaciones sociales, es la oportunidad de juego, de hacer deporte, danza. Es el único lugar. Por eso después de las vacaciones se nota muchísimo la desesperación y el aburrimiento que tienen”, sostiene Verónica.

Los niños que asisten, que en su mayoría son hijos de pescadores, viven por la zona por lo tanto no deben atravesar el camino que transitan los docentes de la ruta hasta el paraje. Ellos se trasladan por otros caminos, que “son más bien sendas”, cuenta Verónica, o en canoas por el río riacho Victoria, un brazo del Paraná.

El día a día que construyen los maestros con tanto sacrificio, afecto y dedicación, se proyecta en las metas futuras que se proponen para poder ir cambiando y mejorando de a poco las condiciones de la instalación. La directora Verónica Elena, pese a su joven edad tiene bien en claro los objetivos que se ha decidido a cumplir, aunque el panorama no demuestre que sea en un plazo inmediato.

Con un tono firme que acentúa la tonada entrerriana, subraya que una de las prioridades es pavimentar el acceso al camino: “ Nos está costando muchísimo, sobre todo para los días de lluvia”. Por otro lado, destaca que dado el crecimiento vegetativo, se encuentran en una situación en el que necesitan de otros espacios, por eso ya está en marcha la búsqueda para solicitar una nueva cocina, un comedor y un sanitario, “porque los que hay son muy precarios, no tienen inodoro”.

«Todo es muy lento y es cuestión de tiempo», concluye la directora, quien se arma de paciencia y mantiene firme la convicción de seguir adelante y luchar por mejorar los diversos aspectos que también hacen a la educación.