Por Alejandro Maidana

La ciudad de Puerto General San Martín está rodeada por empresas de todo tipo, petroquímicas, químicas, agrícolas y agroexportadoras. Sus grandes silos y celdas se pueden apreciar en el horizonte, cercenando la maravillosa posibilidad de contemplar el majestuoso Paraná. La carga y descarga, la circulación de camiones por sus calles internas, se fueron convirtiendo en una pesadilla para todos aquellos que pretenden conservar su calidad de vida.

El avance sostenido de distintas enfermedades, hacen más visible una problemática que amenaza con expandirse. En este contexto no sorprende ver a empresas enclavadas en el ejido urbano no respetando las recomendaciones de Organización Mundial de la Salud (OMS).

Bunge

Esta compañía de agronegocios del país tiene un recorrido de más de 100 años. Una inmensa red de acopios estratégicamente distribuidos a lo largo y ancho de la geografía argentina. Sin lugar a dudas, Bunge es uno de los “dueños” de Puerto General San Martín. Esta empresa se adueñó de calles, barrios, bajadas al río y no le tembló el pulso para talar un pequeño bosque con 700 árboles. Negocios son negocios, y al capital no se le puede pedir sensibilidad y compasión.

Daniel Núñez es vecino de Puerto e integrante de la organización “Vecinos autoconvocados por la vida”, en charla con Conclusión expresó que “gracias a una ordenanza de 1996 hemos perdido toda la costa del río a manos de empresas de todo tipo. Desde que Bunge se ha instalado en este lugar, su voracidad por los negocios nos ha generado un sinfín de inconvenientes atentando por sobre todas las cosas contra nuestra calidad de vida”.

“La OMS es muy clara en sus recomendaciones cuando habla que un silo no puede estar  a una distancia menor a 2.000 metros de una vivienda, acá lo tenes a solo 20 y cruzando la calle. A esto debemos sumarle el transitar de los camiones que levantan todo tipo de polvillo”, agregó.

La lucha contra estos gigantes de los negocios resulta una verdadera quijotada para los vecinos. Muchos de ellos cuando han intentado algún tipo de queja, como respuesta de la empresa solo encontraron una oferta para comprarles su vivienda. “El vecino aparte del desarraigo que debe afrontar a la hora de tomar esta decisión, constata como el precio de su inmueble cayó en picada producto del “nuevo” panorama. Esto era una zona residencial con vista y bajada al río, hoy es un cementerio a cielo abierto”, exclamó Núñez.

El veneno que llega desde el aire

El expeller de soja, que no es otra cosa que la cascarilla de la misma, llega por aire transformando el mismo en irrespirable. Este polvillo que avanza embebido en glifosato y diferentes químicos, se ha transformado en una verdadera pesadilla para todos aquellos que lo padecen. Asma, diferentes afecciones respiratorias, y como mal menor podríamos mencionar a la suciedad que genera.

“Recuerdo como disfrutaba en mi juventud de caminar a la vera del río, hoy para volver a realizarlo me tengo que ir a Rosario o San Lorenzo. Sólo dejaron una bajada, y en la misma se amontonan los pocos pescadores que han quedado, que han sobrevivido a esta expulsión sistemática”, indicó el vecino.

Hugo Basualdo es otro de los vecinos que enfrenta denodadamente hace años a Bunge, ha llegado a juntar por lo menos 100 gramos diarios de expeller de soja en su hogar. Un verdadero atentado ambiental que tiene claro responsables, pero a la vez un tramado de complicidades que exaspera.

“En el 2010 la provincia lanza un programa de medición de calidad de aire, éste se aplica recién en el 2013. Los aparatos elegidos no brindaron el resultado esperado y fueron retirados, para volverlos a utilizar un año después. Hoy están ubicados debajo de un árbol, una vergüenza, ya que tendrían que estar arriba de un techo cumpliendo su función. Es todo muy explícito”, concluyó.