Por Nabih Yussef*

A pesar de ser el favorito de las encuestas, Sebastián Piñera sabe que para ser presidente deberá ganarle a Alejandro Guillier de Nueva Mayoría, cuando se enfrenten nuevamente en el ballotage del próximo diciembre. Con más del 80% de las mesas escrutadas, Piñera cosecha un magro 36% muy por debajo de las encuestas, frente a un 22% de Guillier de la coalición de centro-izquierda.

Piñera aún mantiene calma, ya que la atomización de los partidos progresistas le otorga amplio margen para pescar nuevos votantes. La campaña no se detiene, y sus asesores ya elaboran distintas estrategias electorales para conquistar el medio millón de votos obtenido por José Antonio Kast de la Unión Demócrata Independiente.

El programa electoral de Piñera atrae a liberales económicos y conservadores sociales, mientras que el éxito de su reforma electoral por el voto voluntario -durante su primera presidencia- aleja a los sectores más jóvenes del electorado chileno, que se mantienen apáticos de los procesos electorales pero que de ser obligados a votar, señalarían tendencias más progresistas que conservadoras.

El fuerte del discurso de Piñera es la inseguridad y la economía. Por un lado, busca limitar el ingreso de ciudadanos con antecedentes penales a Chile y endurecer la política migratoria. Por el otro, subraya críticamente los indicadores del gobierno de Michelle Bachelet, con altos índices de desocupación y aumento de la población joven “ni ni”, que ni trabaja, ni estudia.

Piñera también se ha declarado crítico de los acercamientos entre Bachelet con el presidente boliviano Evo Morales, donde el país se ve envuelto en una discusión internacional por la salida soberana de Bolivia al mar Pacífico. Piñera sostuvo en reiteradas oportunidades que es incompatible con el interés nacional, la cesión de territorio para un país extranjero. Una victoria de Piñera el próximo diciembre, significaría un nuevo enfriamiento en las relaciones diplomáticas con Bolivia.

El problema de la educación superior chilena aún se encuentra sin resolver. La desarticulación de las opciones electorales de izquierda, es resultado de la falta de acuerdos en esta materia. Por el contario, Piñera entiende que debe coexistir una educación pública y un financiamiento privado de las familias que envíen a sus hijos a estudiar. Para el candidato de la coalición de centro-derecha “llegó el momento de terminar con tanta irresponsabilidad y decir la verdad”, indicando que mayor presupuesto educativo conllevaría a déficit fiscal y mayor deuda pública.

La cuestión de los Derechos Humanos es otro tema que inquieta al candidato. Toda vez que la temática sale a flote, busca desviar el tema hacia otros focos. Si bien se ha declarado “opositor al presidente Augusto Pinochet”, sobreviene cierto halo de condescendencia hacia el dictador chileno, toda vez que las expresiones de “presidente” o las omisiones oficiales a llamarlo “dictador”, ponen de manifiesto al menos dos escenarios.

En el primero de los casos, el candidato se sentiría incómodo con la figura del ex dictador pero no desearía confrontar abiertamente con su figura para no enfrentarse a un electorado conservador que le guarda estima. O en el segundo, el candidato sí coincidiría con el viejo general, pero de tomar posturas abiertamente pro pinochetistas abriría el grifo para la dispersión de su electorado más preocupado por los temas económicos. En cualquiera de las dos hipótesis, queda claro que la figura de Pinochet sobrevolará la discusión política en el ballotage. Más aún, cuando el candidato busque integrar al electorado de Kast a sus filas. El ex candidato de UDI participó de homenajes hacia el viejo militar y reconoció públicamente que “si Pinochet estuviera vivo votaría por mí”. La noche de hoy lejos de cerrar la discusión pública sobre el futuro de Chile, la ha puesto en carrera.

*Licenciado en Relaciones Internacionales y Director del Consejo de Estudios
Interdisciplinarios Económicos y Políticos www.CEIEP.org