Por Esteban Guida*

El nuevo fracaso del presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA), Federico Sturzenegger, de cumplir con la pauta inflacionaria anual, está conduciendo a la autoridad monetaria a un callejón sin salida de continuidad. Cabe recordar que la inflación registrada en durante el año 2016 duplicó la proyectada por el BCRA y que el propio gobierno espera que en el 2017 la meta sea sobre pasada en al menos un 25%.

Aunque el presidente del BCRA siga con una posición firme en su estrategia para controlar la evolución de los precios de la economía, las dudas respecto a la persistencia en sostener esta lógica antiinflacionaria provienen de distintos sectores y van más allá de cualquier opinión ideologizada. Resulta que son cada vez más los empresarios que dudan del éxito de esta política.

Fiel a la ideología de su presidente, la estrategia que el BCRA ha adoptado para cumplir la estabilidad de precios se basa en el control sobre las tasa de interés. La suba de tasas busca “secar la plaza”, lo que significa retirar pesos de circulación que de estar en manos del público podrían generar aumentos de demanda que deriven en mayores precios. Pero la suba de tasas también actúa como un desincentivo a la compra de dólares; la mayor tasa de interés que debe pagar el BCRA por sus colocaciones representa la mayor retribución que piden los agentes por no “pasarse a dólar”, hecho que podría generar una devaluación del tipo de cambio y el consabido efecto sobre el nivel general de precios.

Es importante señalar que la suba de tasas de interés tiene elevados costos para la economía y para el estado. Por un lado, el aumento en el precio del dinero (su tasa de interés) hace que se incremente la estructura de costos y que muchos proyectos de inversión no se realicen por lo oneroso de su financiamiento; si no hay inversión, la economía no podrá sostener su crecimiento ni generar empleo genuino. En otras palabras, altas tasas de interés tienen un efecto contractivo de la actividad económica. Por otro lado, la suba de tasas genera una burbuja especulativa cuyos costos son afrontados por el estado argentino. Si bien el Balance del BCRA no forma parte del Presupuesto Público, y por lo tanto sus quebrantos no integran el conocido “déficit fiscal”, los analistas miran cuidadosamente las pérdidas del BCRA (déficit cuasi fiscal) porque tarde o temprano alguien deberá pagarlas.

Por todo esto, y por un nutrido antecedente de evidencias empíricas locales y foráneas, es sabido que utilizar la tasa se de interés como única herramienta de control inflacionario puede ser válido para un momento, pero nunca resultar exitoso si se la usa prolongadamente y al margen de una sólida estrategia de crecimiento económico.

De esta forma, la política antiinflacionaria desarrollada por Sturzenegger se encuentra en un peligroso callejón sin salida. Si el BCRA quisiera bajar la tasa de interés en respuesta a una merma en el incremento de los precios, una parte de los casi 1,2 billones de pesos emitidas en LEBACs se destinarían a comparar dólares, lo que presionaría un aumento del tipo de cambio cuyo efecto pass-trought (traslado a precios de una variación del tipo de cambio) generaría sin duda un aumento de la inflación. El mismo efecto sobre precios podría generarse si el BCRA cae en la tentación de reducir contablemente sus pasivos en pesos mediante una devaluación del tipo de cambio, cosa que además ahondaría el descrédito de las autoridades.

Una salida más potable podría darse en caso que la economía registrara un mayor crecimiento y por lo tanto demandara más circulante; esto permitiría ir reduciendo el volumen de las colocaciones que hace el BCRA con un mejor riesgo de efecto inflacionario. Sin embargo, esta posibilidad se enfrenta actualmente con el objetivo de ajuste permanente que está imponiendo el poder ejecutivo, y choca abiertamente con la ortodoxia monetaria que obsesiona al presidente del BCRA.

Los días pasan y el callejón se aproxima. Las dudas acerca de una salida no traumática son cada vez mayores.

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