Por Rubén Alejandro Fraga

“El arte debe ser usado socialmente. Ningún artista se puede negar a eso; a lo único que se debe negar un artista es a que lo usen a él”. La frase sintetiza lo que fue la vida y obra de su autor, Antonio Berni, el ilustre rosarino de cuyo nacimiento se cumplen hoy 112 años.

Fue pintor, grabador, dibujante, muralista, ilustrador, realizó objetos e instalaciones. A través de su prolífica obra, Berni iluminó el siglo XX combinando la búsqueda incesante y la innovación artística con el compromiso social.

Definido por su entrañable amigo Ernesto Sabato como “un artista genial y un gran poeta de la pintura”, aquel niño prodigio que a los 14 años expuso por primera vez en Rosario, iniciando un largo itinerario de más de 60 años a lo largo del cual creó belleza para retratar la dignidad de las personas, se convirtió en uno de los artistas más importantes de la Argentina y de América latina.

Pero, ante todo, fue un artista que buscaba pensar trascendiendo para esclarecer las conciencias y dejó una extensa obra que debe ser enmarcada en los hechos políticos y sociales y en las tendencias culturales que la jalonaron, la influyeron y la suscitaron. “Él nos entregó un mundo de trascendente belleza y hondura que sacude los cimientos de nuestra propia realidad, como únicamente el arte puede hacerlo. Sus cuadros, habitados por hombres y mujeres de pueblo, modestos trabajadores o angustiosos desempleados que luchan en un mundo devastado por la crueldad y la injusticia, paradójicamente, nos engrandecen”, señaló Sabato sobre el amigo con el que compartió tardes inolvidables en el taller que éste poseía en Buenos Aires.

“Siempre terminábamos reflexionando sobre este país, querido y angustiante, quejándonos de situaciones de pobreza que hoy parecen de prosperidad, tal es la miseria en la que hemos caído”, recordó Sabato al homenajear a Berni en la colección Pintura Argentina, 1810-2000, de Ediciones Banco Velox. El autor de Sobre héroes y tumbas subrayó que Berni participó activamente en las vanguardias de su época –entre ellas, el surrealismo– y supo abandonarlas cuando éstas revelaban sus limitaciones, alejándolo de lo que él consideraba la verdad para su vida y su obra.

El propio Berni lo definía en estos términos: “Toda estética lleva contenida una ideología, manifiesta o no, porque toda forma contiene un pensamiento y una sensibilidad, cuya sombra se proyecta al igual que cualquier objeto, más grande o más pequeña, más intensa o más desvaída, según la posición y el voltaje del foco que ilumina. En nuestra sociedad de promoción y consumo, las imágenes se diseñan como sombras chinescas sobre pantallas gigantes que poco dejan adivinar lo duro, lo blando, lo metálico, lo chico o lo grande del objeto mostrado y publicitado, particularmente del objeto cultural donde la sugestión es avasallante”.

De Rosario para el mundo

Hijo de padres italianos que llegaron al país junto con otros miles de inmigrantes en los albores del siglo XX, Delesio Antonio Berni nació en Rosario el martes 14 de marzo de 1905. Un episodio de cuando tenía 10 años marcó a fuego su futuro. “Yo me escapaba de la escuela –recordó– para ir a la librería de un amigo de mi padre que levantaba quiniela. La clientela era escasa y este hombre y yo nos pasábamos el día dibujando. Cuando mi padre me pescó, me dio una paliza con una cinta métrica, de esas de hule que usaban los sastres. Y después habló con el amigo, quien le dijo que yo tenía un don natural. En esa poca no había academias en Rosario, pero él conocía un taller de unos catalanes, los Buxadera. Así que los convenció de que me tomaran”.

En aquel iniciático taller de vitrales, Berni entró en contacto por primera vez con la idea del arte como una dinámica de acción colectiva. Y descubriría algo más, como él mismo solía decir con su proverbial sentido del humor: “Los que te dan la paliza son siempre los que tienen en la mano la cinta de medir”. Luego asistió a clases de dibujo y pintura en el Centre Catalá hasta que, a los 14 años, dedicado a pintar paisajes y retratos, realizó tres exposiciones consecutivas en la Galería Witcomb de Rosario. Dos años después, expuso por primera vez en Buenos Aires y en 1924 comenzó sus envíos de obras al Salón Nacional de Bellas Artes.

En 1925 obtuvo una beca del Jockey Club de Rosario para estudiar pintura en Europa. Viajó por Francia, España, Italia, Bélgica y Holanda, visitando sus principales museos y los talleres de artistas famosos. Gracias a otra beca realizó en 1928 un nuevo viaje a Europa, donde descubrió las vanguardias plásticas contemporáneas y tuvo un decisivo encuentro con los surrealistas.

En 1930, Berni regresó a Rosario, junto con su mujer, la francesa Paule Cazenave y su hija Lilí. En 1936 se radicó en Buenos Aires. Entre su obra se destaca su ciclo de Juanito Laguna y Ramona Montiel, con el que desarrolló hasta los años 80 uno de los capítulos más originales de la historia del arte argentino, y concluyó su tarea como uno de los artistas clave de la cultura nacional (ver recuadro).

El martes 13 de octubre de 1981, Antonio Berni murió en Buenos Aires, a los 76 años. Días antes, mientras pintaba, señaló: “El arte es una respuesta a la vida. Ser artista es emprender una manera riesgosa de vivir, es adoptar una de las mayores formas de libertad, es no hacer concesiones. En cuanto a la pintura es una forma de amor, de transmitir los años en arte”.

Juanito y Ramona, un símbolo

A comienzos de los años 60, Antonio Berni comenzó a trabajar en una serie nueva: las obras dedicadas a Juanito Laguna y Ramona Montiel, dos personajes inventados por él para utilizarlos como símbolos de la niñez explotada en América latina, especialmente en las grandes ciudades como Buenos Aires, Lima, Río de Janeiro y México.

Se trata de dos habitantes de las villas miseria, medio del cual Berni extrajo los materiales que utilizó para realizar su obra. “Descubrí que en los baldíos, en las calles pobres, estaba diseminado, como un decorado patético, todo el material que componía ese mundo. Allí estaban aquellos pedazos de lata herrumbrada, cajones de madera rotos, escobas viejas, chapas alquitranadas. Antes de elegir esos materiales, los sentí, testimonios mudos y aparentemente sin importancia de una terrible realidad. Incorporándolos a las telas conseguí darle a mi pintura el realismo incisivo que yo me proponía dar, que necesitaba expresar”, señaló el artista. “A Juanito y Ramona los hice precisamente en collage, con materiales de rezago, porque era el entorno en que ellos vivían; y así no apelaba, justamente, a lo sentimentalista”, explicó.

“Con Juanito y Ramona, les puse nombre y apellido a una multitud de anónimos, desplazados, marginados niños y humilladas mujeres, y los convertí en un símbolo, por una cuestión, exactamente de sentimiento. Los rodeé de la materia en que se desenvolvían sus desventuras, para que de lo sentido brotara el testimonio”, detalló. Para Berni, en ese testimonio “está incluido lo caché, es decir lo feo, lo cursi, lo que no queda bien, lo incómodo, la triste vulgaridad de lo cotidiano, la ilusión de lo bello reemplazada por un objeto de consumo”.