Por Ernesto Tenembaum, para Infobae

Un ejercicio interesante para hacer estos días consiste en repasar los informes que los economistas de bancos y fondos de inversión difundían hace cuatro meses y compararlos con los que circulan ahora, firmados por las mismas personas. Parecen escritos por esquizofrénicos.

Hace pocos meses, sostenían enfáticamente que la Argentina era un buen lugar para invertir, que Mauricio Macri era el nuevo líder del mundo emergente y que, si bien existían problemas menores, el Gobierno tenía tiempo para resolverlos. Ahora, como lo dijo la revista Forbes en un artículo que alimentó decididamente la corrida, «parece ser tiempo de huir de la Argentina». Nada cambió demasiado en la economía del país entre unos informes y los otros. Si la Argentina es un desastre que no merecía confianza, lo era hace cuatro meses. Si, con los mismos indicadores, la Argentina es un paraíso para la inversión financiera lo debería seguir siendo. ¿Por qué, entonces, cambiaron así?

Ese comportamiento está muy estudiado y ha causado catástrofes en el mundo aun más graves que lo que ocurre hoy en la Argentina, lo que es mucho decir. El mundo financiero instala cada tanto una idea artificial: determinado bien, o acción, o país se pone de moda. Invierten allí en masa, recomiendan a otros hacer lo mismo y eso genera ganancias que no tienen nada que ver con la realidad material: da ganancia aquello que ellos dicen que da ganancia. Prestarle a la Argentina porque ganó Macri, por ejemplo. Un día, por una razón menor que no lo justifica, alguien grita que el rey está desnudo. Y así como todos llegaron en masa, en masa se van. En el medio, queda un tendal de víctimas. En este caso, ese páramo, se llama Argentina.

En este circuito, claro, hay una responsabilidad que es externa al mundillo financiero.Mauricio Macri, probablemente sea el presidente que mejor conozca ese ambiente, al menos, desde la llegada de la democracia y, probablemente, en toda la historia argentina. Nunca antes un gobierno incorporó tantas personas destacadas del mundo del dinero. En YPF, por ejemplo, reinan los financistas y faltan petroleros. En la jefatura de Gabinete está lleno de genios de las finanzas quedecidieron repatriarse como un generoso aporte al país. Casi no hay nadie en el gobierno que desconozca dónde ir para armar una offshore. ¿De dónde provienen «Nico», «Toto» y Alfonso, los tres protagonistas de este drama? Y, sin embargo, cada uno en su medida y armoniosamente, celebraron el proceso por el cual la Argentina decidía convertirse en el principal tomador de deuda del mundo en 2016 y 2017. No era un problema serio: al contrario, era la demostración de la confianza que generaban ellos mismos. Debe ser lindo sentirse así.

En el mundo capitalista se discute mucho, desde las grandes crisis financieras de los años noventa, cómo deben controlar los países el flujo de dinero. En el año 2004, la prestigiosa revista británica The Economist fue muy categórica. «Por más incoherente que parezca, los economistas liberales deberíamos reconocer que los controles de capitales -restringidos, en ciertos casos y solo de determinada manera- tienen un rol. ¿Por qué el comercio de capital es diferente del comercio de bienes? Por dos razones fundamentales. Primero, los mercados de capitales son propensos al error, mientras que los de bienes no lo son. Segundo, el castigo por grandes errores financieros puede ser draconiano y hiere a gente inocente». No es una posición aislada, ni extrema, ni kirchnerista, ni populista. Es, cómo decirlo, sentido común.

Sin embargo, Mauricio Macri ignoró esos reparos. Era tanta su magia, tanto el atractivo que su estrella provocaba, tanto su halo, que no había nada que temer. «Tenías que ver lo que pasa con Mauricio en Davos. Es la estrella», celebraban altos funcionarios. Si llega al poder un hombre del mundo del dinero, ¿no sería apoyado por los suyos, los que crecieron con él, los que hablan su lenguaje? Macri es un hombre inteligente: por eso es realmente extraño que los pilares de su estrategia se apoyaron en esos gestos. Cristina Kirchner pensaba que había una conspiración en su contra. Macri imaginó, finalmente, lo mismo y que la conspiración terminaría cuando él llegara a la Casa Rosada.

Esa liviandad no se redujo a la relación con los capitales financieros. La cantidad de episodios de mala praxis que construyeron el camino a la crisis es infinita. Macri, por ejemplo, anunció que liberaría el cepo al día siguiente de la asunción. Eso generó un gran debate donde muchos economistas advirtieron sobre los efectos inflacionarios de la medida. No sucedería, dijo el Presidente, porque los precios ya estaban alineados con el dólar blue. La inflación el primer año sería de 25. Fue de 40. En 2017 sería de 17. Fue de 25. En 2018 sería de 10. No. Sería de 15. ¿Será de 25? ¿De 30? ¿De cuanto? El petróleo iba a bajar luego de la desregulación del precio de las naftas. Subió un 35 por ciento. La relación deuda PBI es muy baja y eso es lo que miran los inversores, decían. No importa que crezca a velocidad crucero. El nivel récord del défict de la balanza de pagos no es relevante: muchos países conviven con eso. Parece el festival del blooper.

Así las cosas, todo queda patas para arriba. Por ejemplo, se le pagaron miles de millones a los fondos buitres para conseguir financiamiento. Ahora el financiamiento no está más. ¿Tuvo sentido hacerlo así?

A la devaluación se le agregó un bruto descenso de las retenciones para que el sector agropecuario aumentara la exportación y aportara al país las divisas que le hacían falta. Eso generó un alto costo fiscal que no tuvo la compensación esperada: otra vez, como en los años del kirchnerismo, se espera una liquidación que no llega, o que tarda en llegar. El «campo» para liquidar ganancias se parece al famoso general Alais. «Liquiden la soja, vacíen los silos, nosotros estuvimos con ustedes en la 125″, rogó Elisa Carrió esta semana. En inflación, déficit fiscal, déficit de cuenta corriente, el país está igual o peor que en el 2015. Se pueden discutir en los márgenes algunas de estas afirmaciones: solo en los márgenes.

Y uno de los problemas más inquietantes de todo esto es que no hay fusibles. En otros momentos, Carlos Menem podía cambiar a Antonio Erman González por Domingo Cavallo, Raúl Alfonsín a Bernardo Grinspun por Juan Sourrouille, o Nestor Kirchner a Felisa Micelli por Martín Lousteau. ¿A quién debería echarle la culpa Macri de todo lo que ocurrió? ¿Quién es el que no supo coordinar las crecientes desavenencias entre la Jefatura de Gabinete y la presidencia del Banco Central? Todo era sencillo, todo era liviano: un enfoque raro en un país donde los adultos hemos sobrevivido a cinco crisis terminales y donde los presidentes se dividen entre los que terminan mal y los que terminan muy mal. Si era tan sencillo, ¿por qué esta genialidad no se le ocurrió a otro?

El problema es que estos antecedentes se vuelven a expresar en el manejo de la crisis, cuando esta aparece. En estos días, muchas personas discuten en los medios si correspondía contener el dólar con 1.500 millones de dólares en el primer día, si no fue apresurada la decisión de ir al Fondo Monetario, si la comunicación del Gobierno es acertada, si Elisa Carrió no debería callar en lugar de echar leña al fuego en cada aparición, si tiene lógica esa sucesión de intervenciones donde un día se vende dólar futuro y otro no, se levanta la tasa, se va al Fondo, se venden reservas, no se venden reservas, mientras el dólar responde de igual modo a todos los estímulos: sube, sube y sube.

Aun con las preocupaciones que revelan estas preguntas, hay una que engloba y supera a todas ellas. ¿Que está pasando en estos días en la Argentina? La versión optimista, por llamarla de alguna manera, es que el país está viviendo una violenta devaluación de su moneda. Es una dinámica impuesta por una súbita y masiva salida de capitales: no fue programada por las autoridades. Pero, al fin y al cabo, sería un proceso similar al de 2014 o 2016: un ajuste por vía del tipo de cambio. Todo el mundo será un poco más pobre a cambio de que el país mejore sus números.

La versión pesimista es que todo puede descontrolarse. Si no se procede bien, la devaluación generará un suba de precios, eso se trasladará hacia las tarifas que se calculan en dólares y, tal vez, si no se actúa con precisión, esa escalada de dólar, tarifas y precios, se salga de cauce. ¿Evalúa el Gobierno esos riesgos cuando deja subir el dólar? ¿Es esto un plan calculado o se está actuando con los criterios de estos últimos dos años? Un simpático, fresco y sonriente Francisco Cabrera, explicó el viernes, mientras el dólar batía récords, que el Gobierno no es partidario de los controles de precios porque han fracasado «en los últimos cuatro mil años». ¿Será demasiado ofensivo preguntarle cómo le está yendo al país con el descontrol de precios o en qué otro lugar o momento tuvo éxito esa estrategia?

Macri tiene, una coartada frente a todo lo que pasa. La crisis podrá ser controlada, o no. Pero, en todo caso, no será la primera. Si en los últimos cincuenta años, ningún presidente pudo liderar un proceso de crecimiento moderado pero continuo, si hemos caído en crisis cíclicas una y otra vez con militares, civiles, neoliberales, estatistas, «Chicago boys», keynessianos, probablemente el problema lo exceda a él. Algunas personas creían en un tiempo que los problemas del país se llamaban Menem y Cavallo. Bastó con reemplazarlos para percibir que no se limitaba a ellos. Otros creyeron que solo era cuestión de correr a Cristina Kirchner. No alcanzó. Ahora, hay quienes sostienen que el problema se acaba con Mauricio Macri. No será así. Es algo que trasciende a cada uno de ellos.

Lo que está claro es que, sea cual fuere la índole de la cuestión, Macri no la pudo resolver en estos dos años, y no se entiende lo que está haciendo en estos días.

¿Se dará cuenta él?