Por Carlos del Frade

Los policías que declaran en el juicio histórico a la banda de Los Monos, salvo muy pocas excepciones, hablan poco, recuerdan menos y cuando leen las actas de los procedimientos en los que participaron, delatan contradicciones que los lleva al borde del falso testimonio o silencian operativos plagados de la permanente y reciclada brutalidad de La Santafesina SA.

El lunes 11 de diciembre, en el inicio de la cuarta semana del debate, el testigo llamado a declarar por los fiscales fue un hombre común, Hugo Estrella, de 63 años, cuidador de canoas en la Bajada de calle Uriburu y avenida Circunvalación, profundo sur de la ex ciudad obrera.

Contó que la policía irrumpió en su casa en una noche de 2013, rompiendo puertas, mesas y otras pocas cosas que el hombre tenía allí, al borde mismo del Paraná.

-Rompieron todo, revolvieron todo – dijo y repitió Don Hugo, pescador y cuidador de canoas porque no tiene nada más de qué vivir. Cobra 300 pesos por mes por cada una de las modestas embarcaciones que llegan hasta allí. Su vida material es también su marca existencial, un marginal del sistema económico, alguien condenado a vivir en las orillas de la opulencia de pocos que muestra la Cuna de la Bandera.

Hasta que llegó un tal Gonzáles y le pidió estacionar dos lanchas. Por las que pagó el doble de lo habitual.

-Las lanchas eran de González…-repitió una y otra vez el pescador de 63 años.

Una vez más, uno de los fiscales y uno de los abogados defensores de Los Monos se trenzaron en una discusión sobre si las preguntas estaban bien o mal hechas.

-No entiendo lo que dicen…Si sabía que era así tendría que haber traído el cuadernito donde tengo todo anotado – dijo Estrella con humildad lastimada por ese cruce de chicanas.

El presidente del tribunal, el doctor Manfrin, dijo, entonces: “No se haga problemas, señor. Son cosas de abogados. No tiene por qué sentirse mal pero es comprensible que se sienta así…”, dijo el juez de una manera humana, inusualmente humana.

Cuando Estrella se tranquilizó también contó que la Prefectura gritaba que esas eran las lanchas de los Cantero y que, entonces, eso terminó anotándose en el acta de allanamiento, que el pescador y cuidador de canoas había asegurado la pertenencia a la familia acusada.

“¡¡¡Las lanchas de los Cantero, las lanchas de los Cantero!!!”, le gritaban los prefectos y los policías mientras rompían lo poco que tenía el pescador desocupado.

-Yo no sabía que eran de los Cantero…eran de González…-repitió el cuidador de canoas son su voz baja, respetuosa, sin ganas de sentir vergüenza de no entender lo que decían esos señores de saco y corbata.

En aquella noche de 2013, a Estrella lo tiraron al piso y lo trataron como si fuera un delincuente feroz. Y su declaración, entonces, tenía que ver con la brutalidad de La Santafesina SA y la Prefectura Naval.

Hay una parábola en ese momento vivido en el nuevo edificio de la Justicia Penal rosarina donde se juzga a Los Monos.

Una construcción que costó casi 350 millones de pesos y que estrena sus instalaciones con casi una veintena de reconocidos abogados penalistas que le deben costar mucho dinero a los acusados de integrar la banda.

Una puesta en escena del poder judicial santafesino que también mueve una gran cantidad de ingresos e infraestructura.

Dinero por todos lados y la percepción de no saber dónde están los buenos y dónde están los malos.

Por eso la presencia de Hugo Estrella marcó otra cosa, una realidad diferente.

Estrella no formaba parte de la millonaria puesta en escena.

Pero esa soledad, en realidad, expresaba una forma de existencia colectiva que sucede más allá de las paredes de los tribunales.

La irrupción de Estrella en el juicio a Los Monos sintetiza, de alguna manera, el drama que se vive en los arrabales de las grandes ciudades argentinas. Los proveedores de violencia y los que administran ese negocio usan a los miles de orilleros que aunque no vivan al costado de un curso de agua están fuera del mercado formal de trabajo.

-No tenemos para hacerle ningún reproche, señor …-agregó el juez Manfrin, visiblemente conmovido por la puesta en escena de unos y otros, sabiendo que el bien y el mal, hace rato, no están presentes en ese espacio donde, supuestamente, germinará un destello de justicia.

En todo caso, Don Hugo era una víctima más, como miles y miles que siguen esperando una nueva oportunidad en estos saqueados arrabales del universo.

Fuente: Presencia del autor de la nota en la audiencia del lunes 11 de diciembre de 2017 en el juicio a Los Monos, en el nuevo edificio de Justicia Penal de la ciudad de Rosario.