Rubén Alejandro Fraga

El martes 9 de mayo de 1826 el francés Joseph Nicéphore Niépce tomó la que se considera la primera fotografía permanente de la historia. Aquella rudimentaria foto registró lo que Niépce veía desde la ventana de su cuarto de trabajo, en la calle Le Gras de la ciudad francesa de Saint Loup de Varennes.

A 191 años de aquel hito, la foto de Niépce aún se conserva en la Universidad de Texas, Estados Unidos, aunque perdió gran parte de su nitidez.

La imagen, conocida como “Punto de vista desde la ventana de Le Gras”, fue fijada sobre una placa de metal utilizando una cámara oscura –predecesora de las cámaras actuales– y muestra un granero, una casa de ladrillos y un palomar en Saint Loup de Varennes, donde residía Niépce.

Para realizar la histórica toma, Niépce utilizó una plancha de peltre recubierta de betún de Judea, que expuso a la luz durante ocho horas. Aunque luego de la exposición la imagen aún era invisible; las partes del barniz afectadas por la luz se volvían insolubles o solubles, dependiendo de la luz recibida.

Después de la exposición, la placa se bañaba en un disolvente de aceite esencial de lavanda y de aceite de petróleo blanco, con lo que se disgregaban las partes de barniz no afectadas por la luz. Seguidamente, se lavaba con agua y recién entonces se podía apreciar la imagen compuesta por la capa de betún para los claros y las sombras por la superficie de la placa plateada.

De todos modos, Niépce no encontró ningún tipo de financiación para su experimento, posiblemente porque guardaba en secreto los detalles de sus descubrimientos.

Un personaje polifacético

Joseph Niépce había nacido en Chalon sur Saône, Borgoña, el 7 de marzo de 1765. Más tarde adoptó el segundo nombre, Nicéphore. Su padre era abogado, consejero del rey y recaudador de depósitos y consignaciones de Chalon sur Saône.

Personaje polifacético, fue físico, químico, inventor, litógrafo y científico aficionado. Pequeño terrateniente provinciano venido a menos, antes de ser investigador fue sacerdote, y más tarde teniente del ejército francés. Pero su carácter introvertido lo llevó a dedicarse a la investigación científica.

Niépce estaba interesado especialmente en la litografía –el arte de dibujar o grabar en piedra preparada al efecto, para reproducir, mediante impresión, lo dibujado o grabado– y en 1793 comenzó junto a su hermano mayor, Claude, sus experiencias con la reproducción óptica de imágenes realizando copias de obras de arte, utilizando para ello los dibujos realizados para la plancha por su hijo, Isidore.

En 1813 realizó sus primeros experimentos, utilizando gomas resinosas expuestas directamente a la luz del sol.

Su primer éxito en la obtención de un medio sensible a la luz lo logró con el uso de asfalto disuelto en aceite.

La cámara oscura

Hacia 1814 comenzó a interesarse por la “cámara oscura”, que era utilizada por muchos pintores desde el siglo XVI como instrumento para realizar bocetos.

Ese mismo año, cuando su hijo se alistó en el ejército, Niépce tuvo la idea de emplear una cámara oscura junto con las sales de plata sensibles a la luz para tratar de conseguir imágenes fijas.

En un comienzo utilizó la piedra como soporte para fijar las imágenes, aunque desistió por los grandes problemas que le acarreaba. Siguió entonces con el papel, luego con el cristal y, por último, con diversos metales como el estaño, el cobre y el peltre.

Luego de varias pruebas, logró fijar un negativo con la luz y la imagen que dejaba pasar la ventana de su cuarto de trabajo.

Niépce obtuvo así las primeras imágenes fotográficas de la historia en 1816, aunque ninguna de ellas se conservó. Eran fotografías en papel y en negativo, pero Niépce no se dio cuenta de que éstos podían servir para obtener positivos, así que abandonó esa línea de investigación.

Dos años después, en 1818, Niépce obtuvo imágenes directamente en positivo, sacrificando de ese modo la posibilidad de reproducir las escenas, por ser las obtenidas imágenes únicas.

Al procedimiento utilizado lo llamó heliografía (del griego helios, “sol”, y grafía, “escritura” o “dibujo”), distinguiendo entre “heliograbados” –reproducciones de grabados ya existentes– y “puntos de vista” –imágenes captadas directamente del natural por la cámara–.

Precisamente, la foto que hoy cumple 191 años es un “punto de vista” desde la ventana de la calle Le Gras en la ciudad de Saint Loup de Varennes. Esta imagen fue reconocida como la primera fotografía de la historia que aún se conserva recién en 1952.

Sin embargo, el semiólogo Roland Barthes, en su obra La cámara lúcida (Paidós, Barcelona, 1989), recoge una imagen anterior de Niépce que, según él es “La primera fotografía”. Se trata de la obra “La mesa puesta”, una borrosa instantánea de una mesa dispuesta para ser utilizada en una comida, datada por el autor en 1822, que se conserva en el Museo Nicéphore Niépce de Chalon sur Saône, la ciudad natal del pionero de la fotografía.

Daguerre, el socio

Con todo, en vista de que Niépce no pudo resolver la cuestión de la fijación de las imágenes, ya que las mismas perdían nitidez rápidamente con el paso del tiempo hasta resultar invisibles, no se lo considera el único inventor de la fotografía, asociándose por ello su nombre al del pintor e inventor vasco-francés Louis Jacques Mandé Daguerre, quien incorporó al procedimiento de Niépce la utilización del yoduro de plata y el vapor de mercurio.

Daguerre trabajaba como pintor de decorados para el teatro y la ópera. Después de colaborar en la ejecución de varios panoramas, desarrolló finalmente en 1822 junto con Charles Marie Bouton lo que se conoció como diorama, auténtico antecesor del cinematógrafo,

Con la ayuda de una cámara oscura gigante, intentando alcanzar los máximos efectos realistas, Daguerre elaboraba con sus pinceles imágenes panorámicas de gran formato que luego utilizaba en el espectáculo del diorama. Se trataba de un decorado de varios planos recortados que gracias a determinados juegos de luces producía un efecto de perspectiva.

Durante las presentaciones, Daguerre combinaba luz, sombras y movimientos sobre aquellos fondos que se iluminaban hábilmente por delante y por detrás.

Muy pronto, el diorama alcanzó una popularidad similar a la que más tarde tuvo el cine, las presentaciones de Daguerre llegaron a la Ópera de París y su éxito fue tal que incluso lo condecoraron con la Legión de Honor.

Mientras tanto, sus muchas relaciones le hicieron saber a Daguerre los resultados obtenidos por Niépce en la representación y fijación de imágenes. De inmediato se interesó por esta nueva técnica para innovar su negocio audiovisual, especialmente cuando abrió una nueva sala en Londres.

Así, con tesón e insistencia, después de tres años de correspondencia desconfiada entre ambos, Daguerre y Niépce firmaron un contrato de asociación en 1829.

Daguerre era 22 años más joven que Niépce, quien estaba enfermo y al borde de la ruina económica, y aceptó escribirle una carta a Daguerre por indicación de Charles y Vincent Chevallier, dos famosos ópticos parisinos, amigos de ambos.

Niépce necesitaba dinero de manera desesperada, había perdido la fe en sus trabajos fotográficos y necesitaba un nuevo estímulo. Chevallier le aconsejó le escribiese a Daguerre. Sabía de la capacidad, energía y capacidad en sí mismo que se conjuntaban en el joven Daguerre.

Finalmente, Chevallier convenció a Niépce que el proceso fotográfico en manos de Daguerre podría alcanzar un gran éxito comercial.

Por estas razones, después de varias cartas cruzadas, el 14 de diciembre de 1829 decidieron constituirse en sociedad para el desarrollo y comercialización del invento.

El trato estaba hecho. Niépce y Daguerre firmaron un contrato –que aún se conserva–, por el cual se comprometían a perfeccionar y explotar el invento. Las ganancias se repartirían por partes iguales. El contrato tenía un término y duración de diez años y en él se podía leer: “El señor Daguerre invita al señor Niépce a unirse a él a objeto de obtener perfeccionamiento en el nuevo método inventado por el señor Niépce para fijar las imágenes de la naturaleza sin tener que recurrir a un artista”.

Niépce contribuía a la sociedad con su invento; Daguerre, por su parte, aportaba con sus conocimientos, su talento y su trabajo a la modificación y perfeccionamiento de la cámara obscura. El contrato fue firmado en la finca campestre de Niépce, quien aprovechó la estancia de Daguerre en Chalons sur Saône para adiestrarse en sus técnicas.

Pero Niépce falleció súbitamente el 5 de julio de 1833, a los 68 años, a causa de una apoplejía sufrida en su estudio de Saint Loup de Varennes, Borgoña, el mismo lugar desde donde tomó su primera foto permanente.

La repentina muerte de Niépce dejó a Daguerre con las manos libres para seguir adelante con el descubrimiento. Y con algunas modificaciones técnicas sobre el proyecto inicial se erigió en gestor principal del mismo. Daguerre, además de hacerse con una jugosa pensión –el Estado francés le compró la patente–, dejó su nombre para gloria de la fotografía. Su socio y herederos quedaron en la sombra.

Sin embargo, gracias a la publicación en 1841 de la obra de su hijo Isidore Niépce titulada Historia del descubrimiento del invento denominado daguerrotipo se pudo aclarar el papel de Joseph Nicéphore Niépce en el nacimiento de la fotografía, ante las maniobras realizadas por Daguerre para ocultar sus trabajos.