¿Por qué ha de extrañar que algunas mentes reflexivas, cultas y juiciosas estén escandalizadas, decepcionadas e indignadas en la República Argentina en razón de su destino político y social? Lo sorprendente sería que tales mentes teniendo estos atributos (sin ánimos de lisonjear dicho esto) no estuvieran en semejante estado.

Hay bastante motivos para que la lucidez desapasionada esté triste y enojada en este sur americano. Entre tales razones la mediocridad que inunda las estructuras políticas de derecha, centro e izquierda; la corrupción; la perversidad de algunas medidas (de hoy, de ayer y de siempre), que nacen de un sentimiento perverso, y la estupidez. La estupidez que, sea dicho, a veces es más peligrosa que la corrupción. Porque un corrupto inteligente puede sopesar su medida, pero un bruto siempre está incapacitado para la reflexión y la marcha atrás digna. Como fue dicho y parece ser cierto: “Yo he visto hombres malos volverse buenos, pero jamás he visto a un bruto volverse inteligente”.

Lo mediocre y estúpido, y otras calamidades, están presentes no sólo en la estructura política sino en muchas capas y ambientes sociales, y forma parte del paisaje urbano aceptado como regular ¿O no? Desde la cúspide, la mediocridad se ha derramado a lo llano, o lisa y llanamente se ha enquistado desde alguna parte, pero es una realidad que se palpa hasta en la misma calle. El “tipo cambalache” discepoliano es un personaje real argentino más vivo y coleante que nunca ¡Si hasta hay cambalaches que han llegado a los estratos más altos de la conducción argentina, ¿cómo no habría de haberlos en la calle, en las empresas, en las organizaciones sociales, en las casas de estudios?! No se sorprenda el lector de encontrar docentes con un deplorable nivel de capacidad e ilustración, o ilustrados que no saben enseñar.

En este mar revuelto con olor a “riachuelo”, es un fenómeno encontrar a alguien que recuerde a Ortega y Gasset y es muy común escuchar a otro que pregunte “¿quiénes son esos dos?”. Y es posible que quien pregunte sea un funcionario.

En manos de una derecha que es lo mismo de siempre, un centro usurpado y una izquierda grotesca que sigue, como antaño, utilizando el filo del acero tosco para el uso quirúrgico en la era del láser, no abundan quienes tengan ideas claras del qué y del cómo. Lo más triste, es que quien tiene idea de algo bueno es a menudo un mezquino que acciona para él o para su sector. Lo demás, el para quién, no importa nada.

Y todo esto no ha hecho más que provocar una grieta (hecha a propósito en opinión del autor de esta columna) en la que de un lado están unos del pueblo y del otro otros del pueblo y encima de ellos, vestidos con la misma tela, pero de diferente color, otros que se dicen dirigentes y que sonríen mientras la realidad es siempre la misma. Pregúntese el lector cuántos años, cuando no décadas, sigue viendo las mismas villas de emergencia, los mismos planes sociales, los mismos impuestos altísimos, los servicios que paga y no se los cumplen, los mismos insuficientes salarios, la inflación, el delito, parálisis de mercado interno, mismos discursos, etcétera, etcétera, etcétera ¿Es una casualidad?

¡Oh, si viviera Ortega y Gasset! «¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal».

Demasiado pedir, admirado filósofo, demasiado pedir por lo que se ve. Si “el mando debe ser un anexo de la ejemplaridad”, como usted dijo, no espere que aquí muchos vayan “a las cosas”, porque lo ejemplar aquí es la mezquindad, la mediocridad, la estupidez y la corrupción (aunque nadie del establishment, los de la misma tela y distinto color, esté preso, dígase de paso). Si no es así, que los arcángeles y las potestades, los tronos y las dominaciones hagan a esta tierra de promisión un exorcismo, pues con menos no alcanza.