Por Carlos Duclos

Se ha dicho que el problema social de la humanidad comenzó en el llamado posmodernismo, o a partir de la Revolución Industrial. En rigor de verdad, o por lo menos en rigor de esta opinión, que no tiene por qué ser la verdad, esto es relativizar el asunto, acotarlo, limitarlo. Es cierto que con la Revolución Industrial, con el advenimiento de la máquina, el trabajador, por ejemplo, se vio en cierta forma desplazado, reemplazado, pero el problema social humano comenzó antes. Por ejemplo, y para tratar ya el caso americano, cuando los monarcas europeos descubrieron que había otro mundo con riquezas al que podían someter para su beneficio.

En ese contexto de descubrimientos, sometimientos y explotaciones comerciales, no sólo se apeló al sojuzgamiento de las poblaciones autóctonas americanas, sino que incluso se “importó” de África mano de obra esclava. Miles de africanos raptados, secuestrados, desarraigados de sus tierras, costumbres y familias y traídos a estas regiones para ser usados como meros objetos en los campos de algodón norteamericanos, por ejemplo, o en las haciendas sudamericanas.

Pero como sin dudas de a poco los derechos fueron desarrollándose y aquello que se pretendía como normal fue comenzado a ver como inmoral, las realidades debieron ser modificadas y el poder, el capital, de la mano de la autoridad gobernante y manejada por aquel, recurrió a las apariencias.

Se ha vestido a la esclavitud con ropa de color

¿Cuáles son estas apariencias? El de vestir a la esclavitud con ropaje de color, el de hacer creer que lo oscuro ya no existe. Pero existe. Ya en el año 2010 el diario ABC de España publicó un informe con este título: “La miseria que cobra un trabajador chino por fabricar un iphone”, y en la crónica decía: “La mano de obra para la fabricación del iPhone 4 sale en China a 6,54 dólares (4,6 euros) por unidad, lo que significa un 1,1 por ciento de su precio de venta, según la firma de investigaciones de mercado iSpply”. En la nota se informaba que «los márgenes de beneficio de Apple con el iPhone rondan el 60 por ciento”.

Pero esto no ha sido ni es exclusivo de la afamada marca de la manzana mordida. Como el lector lo sabe, si se recorre una gran tienda de Buenos Aires o Rosario, se encontrará que afamadas marcas de ropa, por ejemplo, llevan una etiqueta que dice Made in cualquier cosa, pero muy difícilmente Hecho en Argentina. Lo mismo ocurre en París, Madrid o cuanta capital del primer mundo se le ocurra, y con cuanto celular, producto electrónico y sobre todo textil existe. Y el porqué sucede esto es muy fácil de desentrañar: porque hoy los esclavos ya no se importan apilados y hambrientos en barcos, se los deja en su lugar de origen, mientras el capital salvaje traslada su “campo de algodón” o su “hacienda” (entiéndase la metáfora) a la residencia del esclavo, en donde trabaja él, su esposa, su hermano y sus hijos menores de edad. Este ha sido, en parte, el cambio operado en la esclavitud. Gran disfraz.

Una realidad que afecta a la mano de obra argentina

Podrá argüirse: bueno es una realidad de otra sociedad. Y allí el error: es una realidad local, porque algo fabricado por un haber vil en el extranjero, son manos argentinas que no tienen trabajo y por tanto remuneración; son manos argentinas con panzas vacías y angustias en el corazón. Y es, por lo demás, un mercado interno en el que se perjudican todas las clases sociales, excepto aquellas cuyos estratos están en el mismo cielo y a cuyos componentes no les interesa el destino del hombre común. Estas clases (o mejor usar el singular) conforma una corporación económica y política en la que se confunden en el fondo capitalistas, neoliberales, falsos progresistas y hasta populistas bobos que se van en peligrosos desvaríos y acciones extremistas que no solucionan nada. De otro modo, no se explica, para ser contundentes con el ejemplo, que a través del tiempo y de sucesivos gobiernos no sólo persistan en Argentina las mal llamadas villas de emergencia (que de emergencia no tienen nada, porque se han institucionalizado, se han hecho forma de vida pobre) sino que se multipliquen.

Consumidores estafados

Claro, esto del trabajo esclavo en otros países y la importación de productos fabricados allí, también perjudica al consumidor, quien resulta a cada instante estafado. Sí, porque el capital salvaje, el empresario pirata, no fabrica muchas veces a menos costo para que el comprador se beneficie pagando menos, sino para que él gane más. Vale lo mismo o más una camisa fabricada en Asia de marca, que una hecha en un taller de algún pueblo argentino cuya calidad es superior. Lo mismo sucede en otros productos. Es decir, para mal de males, el abaratamiento no está al servicio del bien común, sino del capital.

Pero una cosa ha comenzado a suceder desde hace algún tiempo en muchos lugares de Asia: la protesta de los trabajadores, la sindicalización y el aumento de salarios, lo que ha originado que algunas (algunas) empresas levantaran campamento.

Algunos mal llamados empresarios argentinos del rubro textil, por ejemplo, han encontrado la solución: los famosos talleres clandestinos, en donde la precariedad laboral (si es que puede llamársele laboral) es peor que la de aquellos trabajadores de Rana Plaza muertos dramáticamente en Bangladesh. Todo esto sólo es posible por un capitalismo salvaje, con el pasaporte de derechas, centros e izquierdas. Todo lo demás es puro relato.