Este último domingo, hace un par de días, volvimos a reír y llorar otra vez, cambiando de humor y mostrando nuestro costado más ciclotímico. Abriendo la boca en cada avance tuyo, queriendo entrar a la cancha algunos de los 40 millones para, aunque sea un par de minutos, evitar que sigas peleando solo. No sé, tironear de la camiseta a algún chileno, empujarlos, algo… para que pueda tu magia llegar limpia al arco de Bravo, pero no se pudo.

A los ojos y al corazón le dolió verte pelear solo (como hace 4 finales), pelear contra un ejército abroquelado en la defensa de las selecciones que en los últimos años nos robaron la gloria en la última curva. Tres, cuatro, cinco lungos bloqueando tu avance y ahogando así tu gol, ahogando así el desahogo tuyo y el de un país entero.

Te vimos correr, transpirar, vimos cómo te pegaron, vimos tu impotencia y tu magia dentro de la impotencia. Te vimos masticar en silencio la rabia que provoca una AFA hipotecada, teniendo que abrirte paso a puro fútbol en medio de los residuos de un liderazgo corrupto y enfermo.

Leo, yo te vi dejar todo. El domingo vimos el partido en un cumpleaños familiar. Al regresar a casa encendí la tele (el medio que nos une) y ahí te vi hablando y contándome lo peor. Contabas que te ibas para no volver, no entendía nada. El bajón fue grande. El sentimiento que tuve fue el de ver cómo un hermano se va de casa, repentinamente y decidido a no volver.

Esa noche estuve mal, lunes y martes también. Es que Leo, a mí me hablan del Diego y me saco el sombrero, pero yo a Maradona lo vi en un VHS de mi viejo, a vos te viví; y vos sin saber que existo me venís llenando emoción, pasión e ilusión hace años. Lloré gritando Messi y grité de alegría tu nombre.

Es que, lo que le da sustento a tu genialidad futbolística y a esa zurda de algún siglo venidero es tu persona. Cada vez que vos entras a la cancha, entra con vos un mensaje; cada vez que jugas, tu zurda nos habla y nos cuenta acerca de cosas como la humildad, la sensatez, la prudencia, el respeto, la perseverancia, la familia, las motivaciones sanas y la ausencia de egoísmo que te envuelve. Cada vez que penetrás una defensa y caen a tus pies defensores mareados, también caen de nuestra mente cultural las cosas que nos enseñaron mal, y los medios por los que nos dijeron que era necesario caminar para triunfar en la vida.

Leo, no quiero sentir que un hermano se va de casa para no volver. No, porque eso sería una derrota para todos. Perdónanos a los que estamos en casa por tanta ingratitud, por ser tan exigentes con vos y tan permisivos con nosotros mismos. Muchos en casa viven vidas desordenadas; no pasamos un chequeo médico, dejamos todos los libros por la mitad, damos la mano y no cumplimos la palabra, ya nuestra boca no recuerda cómo pronunciar palabras como: gracias, perdón, permiso y por favor. Muchos de los que viven en casa tienen familias que se están desmembrando y sus relaciones son rutinarias. Trabajan en lugares a los que preferirían no volver al día siguiente.

Es que, cuando en la vida no podés superarte a vos mismo, te estancás y estancarte te frustra. Y generalmente ante las frustraciones de la vida, los frustrados, proyectan sus fracasos en otros, y en este caso el peso de las frustraciones de muchos argentinos vino sobre vos cuando erraste el penal. Algún chivo expiatorio necesitamos, siempre.

Qué pena no ser distintos a lo que somos. Qué pena no recibirte a vos y a los nuestros en la mesa de casa y brindar por el esfuerzo hecho y decidir seguir adelante. Con razón querés irte de casa, PERDÓN LEO. Creo que ninguno de los que estamos de este lado del televisor podría estar en tus botines una semana entera.

Mi hija está por cumplir dos años, es una nena hermosa y en este tiempo me vio llorar de alegría y de bronca frente al televisor. Y siempre pensé que cuando ella fuera un poquito más grande, yo iba a señalar la pantalla diciéndole: “Ves hija, éste es el genio que enamoró a papá jugando al fútbol” (a esa altura supongo que ella ya dirá: “Messi”). Pero si vos te vas ahora, eso no se va a dar. En este punto de nuestra relación, sólo pido que sigas poniéndote la celeste y blanca, porque ganemos o no, si vos seguís en la cancha los grandes van a seguir teniendo miedo. Las potencias, al verte, tienen miedo Leo, se sienten vulnerables, afloran todas sus inseguridades porque saben que podés pintarles la cara en una baldosa y pueden terminar de rodillas ante el punto más austral de la geografía mundial. Acordate, van a volver a meterse atrás, van a confundirse, van a mirar la hora… porque arrugan como los mejores. Es que somos Argentina y todos hoy nos respetan, por eso, no podés irte de casa ahora.

Si te vas ahora estarías yendo en contra de lo que nos venís enseñando hace años: perseverar, seguir y no abandonar. Por eso pienso que vos no sos el de la declaración en la puerta del vestuario en Estados Unidos, ese no es Leo.

El Leo que yo conozco es un rosarino que no tenía piernas y a base de entrega y sacrificio tuvo piernas y fuerza para pelear con los más fuertes de tres cuarto de cancha en adelante.  El Leo que yo conozco se ganó un lugar donde vivir a base de desplegar su mejor fútbol entre lobos y en el mercado más competitivo del universo. El Leo que conozco era un invisible, y a base de lágrimas en silencio y soledad, y a base de tragar la saliva más amarga de la marginación logró que millones coreen su apellido hasta en los lugares más recónditos del planeta.

¡Ése es Leo! Tu fútbol es un legado, un mensaje a esta generación y a las que vendrán. Mientras tengas puesta la albiceleste tendremos esperanza, no sólo de triunfar en el mundo, sino algo más profundo, tendremos de tu mano la esperanza de salvar al fútbol argentino.

Perdón Leo, los de casa están entendiendo que se les fue la mano. Pusimos sobre tus 29 años el peso de nuestras carencias. Varios millones y yo te decimos que hay lugar en la mesa para vos. En casa decimos que sin vos, esto nunca más será lo mismo. No te vayas Leo, volvé a casa, pero esta vez para pelear juntos y no dejarte solo nunca más.

Dios te ama y yo también… que Él guíe tus pasos.

 

Leandro E. Marulla.

Quilmes, Buenos Aires.

DNI 33725417.