Por Candi

—Aquí estamos de nuevo, mi querido Candi, encontrándonos, como en los viejos tiempos, aquellos de debates y reflexiones.

—Quién lo hubiera dicho, Inocencio.

—El destino, Dios, vaya a saber uno amigo mío. Pero le ha quedado a usted algo pendiente de tratar desde el sábado, última vez que nos vimos. Decía usted que la maldad del hombre se ha incrementado y que estamos en los umbrales de un fin de ciclo. Y me recordó lo del diluvio universal. Yo le enrostré diciéndole: “¡vaya Dios justo, matando a todos para salvar a uno y empezar de nuevo!”

—Pero no ha sido así, no ha sido así. Inocencio. No tome usted lo que dice la Escritura al pie de la letra. Hay metáforas, simbolismos. No se salvó sólo Noé, sino que Noé representa a los justos, a los elegidos que fueron salvados para salvar a la humanidad, a la Creación. Además el diluvio no ha sido por deseo de Dios, sino por la acción de los hombres que se habían corrompido hasta grados escandalosos. Recuerde lo que dice la escritura: “Y vio Dios que la maldad de los hombres era mucha en la Tierra y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal…” Y se arrepintió de su obra. Y hoy, mi querido amigo, de a poco se va incrustando nuevamente el mal en el corazón de las personas. Y el mal se hace grande. Hay egoísmo, envidia, violencia física, moral, corrupción ética y moral, devastación del planeta, persecución y matanza de especies animales, deforestación a mansalva, contaminación, grave injusticia social y todos los efectos que se desprenden de estas causas. Los buenos valores que se habían restaurado, que se habían recuperado en el inicio de este ciclo, se están perdiendo. Mientras al avance de la ciencia, de la tecnología, del orden intelectual y cognoscitivo debería corresponderle un estado de plenitud del ser humano, note usted que, por una razón u otra, la mayor parte de la humanidad vive afligida, incompleta, con importantes vacíos de orden material y espiritual.

—¿Y por qué supone usted que sucede esto?

  • Porque el ser humano a elegido la mentira por sobre la Verdad (con mayúscula); lo trascendente por sobre lo efímero y vano. Y esto ha comenzado por los poderosos, por los dirigentes y se han contagiado muchos dirigidos. Y no es para menos, Inocencio, no es para menos ¿Cómo habrá orden en la cátedra si los maestros y profesores están de jarana? Ahora dígame usted, ¿es que acaso el decano de la Facultad, el rector de la Universidad, permitirá que la casa de estudios se le derrumbe por unos irresponsables? Y no me vaya a tomar usted esto que digo literalmente, Inocencio, que el rector en este caso es Dios, el Creador.
  • Lo he entendido. Ahórrese la mordacidad. Sin embargo, usted dice que no sólo se salvó Noé, sino que él es una figura representativa de todos los justos que fueron salvados.
  • Así es. Repare usted en esto que dice el Génesis, mi querido amigo: “Dijo luego Dios a Noé: Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación”. Dios nombre al líder y “a toda su casa” ¿De qué casa se habla? ¿Sólo la suya o “la Casa Común” de los Justos y Elegidos? Y ya debo irme, amigo mío, pero no sin antes advertirle que este orden de cosas injusto no continuará así. Si los hombres no cambian para que cambien las circunstancias, Dios en un futuro, cuando la maldad se profundice, intervendrá y cuando llegue ese momento mejor les sería a algunos pertenecer a la Casa de los Justos y Elegidos. Y algo más, mi querido Inocencio: no olvide que Dios estará cuando dejemos de ser lo que somos ahora, cuando ingresemos al estado permanente de ser subconsciente, de estricto orden espiritual. Por eso, no espere usted otro diluvio, ni la venida del Mesías, que los tiempos de Dios no son los de los hombres, váyase ahora mismo a la casa de aquellos que pertenecen a la sangre espiritual de Noé, que antes que acontezca el diluvio será usted contenido de ataúd.
  • ¡Vaya forma de despedirme hombre! Y vuelva mañana por aquí, que deseo tratar un asunto importante.
  • Aquí estaré.