Por Candi

-Ya ve usted, mi querido Candi, luego de un largo tiempo sin vernos hemos venido a encontrarnos aquí.
-Por algo será, Inocencio. Nada hay en el universo que suceda por casualidad.
-Eso; eso, precisamente venía pensando, estimado Candi, mientras caminaba hoy por las calles de esta  ciudad. Pero dígame usted a propósito de lo que yo pensaba ¿qué razones podría tener Dios para que suceda la maldad, para que se multiplique? ¿En qué le ayuda eso a su creación? ¿Por qué lo permite? ¿No ha advertido usted que desde la última vez que nos vimos, hace de esto como tres años o más, la maldad se ha reproducido?
-Pero no le enrostremos a Dios lo que corresponde a los hombres, Inocencio. Dios le ha concedido al ser humano la capacidad de discernir y, por tanto, de elegir. Le ha dado libertad. Usted, yo, cualquier persona tiene la capacidad de pensar, de reflexionar, de saber qué es lo bueno y qué es lo malo, qué es conveniente y qué no. Y además le dio al hombre (y no exclusivamente a él) la capacidad de sentir. De modo tal que el ser humano es propietario de su destino, lo moldea, lo arma a su antojo.
-Pues se ve, mi querido amigo, que hay armados egoístas, puesto que no le va muy bien al hombre en estos tiempos ¿No ve usted la injusticia que repta y muerde en cada rincón de la Tierra? ¿No observa usted acaso la violencia que merodea por todas partes, el enojo que se enquista, incluso solapadamente, en el corazón de aquellos hombres comunes que uno tiene por buenos?
-Lo advierto, claro. Todos somos víctimas, en ciertos grados, más o menos, de eso.
-¿Víctimas?
-Las circunstancias sociales nos acorralan y nos dominan. Nos someten hasta perder el estado de pureza, de inocencia, de bondad que hay naturalmente en el corazón del hombre común. Pero esto está pergeñado, mi querido Inocencio, pergeñado por el mal, por el maligno, representado en este espacio y en este tiempo (como en otros espacios y tiempos) por el poder real, el que moldea costumbfres y hace cultura. Por eso el hombre común es víctima.
-Víctima también de su ignorancia, pues si conociera esto se abstendría de ciertos asuntos, como el de edificar su vida a costa del sufrimiento del otro.
-No es que no lo sepa, es que a menudo la mente se bloquea, se obnubila, es incapaz de razonar templadamente. Por eso el hombre común con frecuencia está incapacitado para desmenuzar el principio de la causa y efecto, de la acción y reacción. Está inhabilitado para comprender que aquello que hace con el otro el universo se encargará de hacerlo con él. Y eso sucederá más tarde o más temprano, sin ninguna duda. Y así sucederá hasta que se cumpla el presente ciclo de la humanidad, en cuyos umbrales finales hemos entrado ya.
-¿Aún sigue creyendo usted eso de que la humanidad entra en un cono de sombras previas al final del ciclo?
-Absolutamente, absolutamente. Mire, ya ha ocurrido una vez: el poder y los poderosos corrompieron al hombre y Dios determinó que era tiempo de otra historia humana. Y así sucederá esta vez.
-Se refiere usted al diluvio, a esa catástrofe ¡Vaya Dios justo matando a todos para salvar a uno y empezar de nuevo!
-No fue así, no sólo se salvó uno (Noé). No tome usted literalmente todo lo que ha leído o le han enseñado. Pero no tengo tiempo hoy para seguir. Debo irme, Inocencio. Perdone usted, pero si lo desea mañana o pasado nos encontraremos aquí y le contaré lo que creo sobre este asunto. Ahora, Adiós.
-Aquí estaré, sin dudas.