Por Candi

-¡Pero mi querido amigo Candi!, hacía unos días que no lo veía por aquí. Me preocupaba.

-Discúlpeme Inocencio, es que el autor de esta tira, ese tal Duclos, me citó ante su presencia y me retuvo con sus excéntricas divagaciones.

-¿Y cuál ha sido la razón de la cita, mejor dicho qué disquisiciones grotescas ha escuchado usted del susodicho?

-Todas locuras, Inocencio, sus locuras existenciales que quiere trasladarlas a mí, a usted, a todo el mundo. Porque el tipo, debe saberlo usted, está loco. Se ha vuelto loco, loco de tanto soñar, de tanto leer historias fantásticas y de tanto vivir. De pronto me ha parecido un Quijote, aunque sin adarga ni lanza, ni Rocinante, por supuesto. Si hasta en un momento ha llegado a decir: ¡”No sé qué hacer con usted y con Inocencio, no sé si dejarlos vivir o…”

-¡Ingrato! Querer borrarnos del mapa de la vida ¿Se da cuenta usted?

-“No son ustedes nada, nada -dijo exaltado- sólo personajes de mi imaginación. Tengo la potestad para dejarlos vivir o morir, esa es la realidad y no hay otra”. No pude contenerme, Inocencio, y le repliqué aun con riesgo de que me ahogara en el frasco de tinta, mejor dicho en la nada de su computadora: “y usted ¿qué es? ¿es acaso algo más que yo?” Y acordándome de lo que hablamos una vez, no hace mucho aquí, Inocencio, le dije sin más: “también usted es un pobre personaje de ficción, un holograma fantástico, que ha de desaparecer no más su autor, ese al que usted llama Dios, lo saque de su novela haciéndolo morir”. Y seguí: “con un diferencia, claro, que yo, junto con Inocencio, he disfrutado de mi extraña vida, pero usted, usted, sí usted, sólo ha disfrutado de esta vida gracias a mí, porque, dígame, señor Duclos: ¿no he sido yo acaso quien le dio un poco de sentido a su existencia al crearme y al permitirme ser y hacer? No ha sabido usted vivir sino por mí; no ha sabido usted valorar las maravillosas cosas y seres que la vida puso a su alrededor; no ha sabido, neciamente, aprovechar las oportunidades que la vida le sirvió en una bandeja de plata; no ha sido agradecido con su creador, con su autor y ha perdido un invalorable tiempo de su vida en bagatelas, en vanidades, en estupideces y sólo por mí usted fue algo y sirvió para algo”

-¡Dios nuestro! Estamos en peligro Candi, quién sabe cómo puede reaccionar. Mejor dicho, dígame que le dijo luego de sus dardos certeros.

-Primero puso los ojos como platos y luego los bajó y miró el teclado de su computadora compungido y dijo: “tiene razón, si usted no es nada, yo soy menos. Perdóneme. Dígame Candi,  ¿qué sentido tiene la vida?” -me preguntó.

-Y usted qué le dijo, qué le respondió.

-Guardé mi compostura, miré hacia el cielo y le expresé: “el de ser y hacer algo por sí mismo y por los demás. Su razón de vida, una al menos de sus razones, ha sido crearme y dejarme vivir. Y no es poco, porque gracias a usted yo pude ser y pude hacer. Es decir, es como que usted ha hecho a través de mí. Déjeme pues vivir un tiempo más, porque aún hay cosas que tengo por hacer, que debemos hacer”.

-¿Y?

-“Sí -me respondió- viva usted y viva Inocencio. Sea como usted dice”. Luego se retiró a orar. Yo me quedé escuchando sus murmullos de plegaria. Le decía a su Dios: “Tu razón de vida, una al menos de tus razones, ha sido crearme y dejarme vivir. Y no es poco, porque aun con mis bajezas y pecados, gracias a Vos algo pude ser y pude hacer. Es decir, es como que Tú, Dios amado, has hecho a través de mí. Déjame pues vivir un tiempo más, porque aún hay cosas que Tú y yo debemos hacer”.

-¿Y qué haremos nosotros, Candi?

-Carpe Diem, Inocencio, Carpe Diem.