La noticia huele a rancio, a la Edad Media, a otros tiempos: el diario italiano Il Messaggero informó que el Papa rechazó la designación del diplomático libanés Johnny Ibrahim como embajador en el Vaticano porque es masón. Se lo informó el propio Francisco al primer ministro Saad Hariri, en un encuentro privado que mantuvieron hace diez días. Aunque Ibrahim reconoció indirectamente su pasado en la masonería («ya no formo parte de ella»), la decisión de Francisco destapó una histórica controversia que nació en el siglo XVIII y el paso del tiempo no ha podido zanjar.

Por su pasado jesuita y su disposición a promover el diálogo interreligioso, los masones esperaban algo distinto de Jorge Bergoglio. En efecto, poco después de su asunción como Papa, la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones emitió un comunicado en el que saludó su designación y lo definió como un «hombre de vida austera y consagrada a sus devociones».

Sandro Magister, experto en el Vaticano, colaborador de la revista italiana L’Espresso y crítico de Francisco, concluyó en un artículo publicado hace unos meses que «Jorge Mario Bergoglio es profundamente hostil a la masonería».

Según Magister, el Papa solo habló dos veces en público sobre los masones. Y ambas tuvieron una connotación despectiva. La primera, en el avión en el que regresó de Brasil el 28 de julio de 2013, cuando se refirió al «lobby de los masones» como algo negativo, y lo puso a la altura del «lobby político», el «lobby de los avaros» y el lobby gay». La segunda, en Turín, casi dos años después, en un encuentro con jóvenes. «En esta tierra a fines del siglo XIX estaba la masonería en pleno, incluso la Iglesia no podía hacer nada, estaban los anticlericales, también estaban los satanistas… Era uno de los momentos más difíciles y uno de los lugares más feos de la historia de Italia. Pero buscad cuántos santos y cuántas santas nacieron en aquel tiempo. ¿Por qué? Porque se dieron cuenta de que debían ir a contracorriente respecto a esa cultura, a ese modo de vivir», sentenció.

Sin embargo, Magister asegura que en privado Francisco ha vuelto sobre este argumento a menudo. «La masonería es su bestia negra desde que vivía en Argentina. No tolera que se infiltre en la Iglesia, y está más que convencido de que está presente en la Orden de los Caballeros de Malta y que hay que extirparla», advirtió.

Nicolás Orlando Breglia fue gran maestre de la Gran Logia Argentina hasta hace cuatro meses. Luego de aclarar a Infobae que su opinión es estrictamente personal y que lo hace como estudioso de la historia de los masones, reflexionó: «La masonería no tiene ningún problema con la Iglesia. El problema es de ellos con nosotros».

«Los masones no estamos en contra del pensamiento religioso, pero salimos del sectarismo, porque estamos en contra de los dogmas absolutos. Creemos que todos tienen una cuota de verdad; creemos en las verdades relativas, no absolutas. Por eso, un masón para un dogmático es peligroso», insistió Breglia, antes de recordar que «los masones, sus mujeres y sus nietos» fueron perseguidos por la Inquisición y el franquismo.

El ex gran maestre ubica el inicio del conflicto con la Iglesia en el siglo XVIII, con la transición de la masonería operativa a la especulativa, que deja de tener como objetivo la construcción de templos materiales, para aspirar al perfeccionamiento individual y de la humanidad. Es justamente en esa época, en la Bula Papal In Eminenti, cuando el papa Clemente XII realizó una de las primeras condenas a la masonería. También lo hizo León XIII, al definir a la organización como un «enemigo astuto y calculador». Así las cosas, el Código de Derecho Canónico de 1917 explícitamente dispuso que «los que dan su nombre a la secta masónica (…) incurren ipso facto en excomunión».

En un trabajo de 1995 muchas veces citado, el ensayista Federico R. Aznar Gil recuerda que el Concilio Vaticano II abrió un diálogo entre masones y católicos, que se prolongó hasta principios de los 80 y se rompió definitivamente en 1983, con la promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico. Un día antes de su entrada en vigor, el cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se apresuró a aclarar que nada había cambiado con respecto a los masones.

Y nada parecería haber cambiado desde entonces. «La masonería es inconciliable con la fe cristiana», le habría dicho Francisco al premier libanés, según Il Messaggero. Hasta ahora el Vaticano se mantuvo en silencio, pero se espera que Beirut presente un nuevo candidato, lo que será una confirmación del rechazo de la Santa Sede. Las normas del pasado siguen orientando el presente. Son dogmas. Los cambios en la Iglesia, se sabe, son lentos. Pero en este caso ni siquiera se han despertado. Las esperanzas de los masones, al menos por ahora, no verán la luz.