Por Santiago Fraga

La muerte por sobredosis de cinco jóvenes el pasado sábado en la fiesta Time Warp, realizada en Costa Salguero, en Capital Federal, instaló en el epicentro de la agenda social un fuerte debate respecto de la juventud, las fiestas electrónicas y las drogas. Jorge Boimvaser, periodista y escritor porteño, se aleja de todos los opinólogos de turno que surgen por los medios a raíz de la tragedia y aporta su visión como alguien que, según se autocaracteriza, viene “de adentro” de ese mundo del que nadie quiere hablar, pero que forma parte de la realidad innegable de la sociedad.

Dispuesto a romper con los tabúes, Boimvaser dialogó con Conclusión en una entrevista tan extensa como abarcativa, donde repasó los lugares comunes de las drogas, a los que el Estado les hace la vista gorda; criticó la cultura de la prohibición, advirtiendo sus efectos adversos; se refirió a “la mentira oficial” que se baja discursivamente; a “los tres poderes que ganan” con el flagelo; a las formas terribles en las que se intoxica cotidianamente un argentino sin caer siquiera en las drogas, y sin saberlo; y hasta anticipó otra tragedia por venir, en el marco de la falta de control que rige en el país. Al final, ¿el flagelo es la droga o son los corruptos?

Con el diario del lunes de otra tragedia “que se veía venir”, tal como en su momento se vio venir Cromañón (donde el 30 de diciembre de 2004 murieron 194 jóvenes en un recital de Callejeros), una de las aristas que surgen del debate es sobre responsabilidades, y cómo puede ser que si algo era tan previsible como resulta, nadie actuó antes. Entonces, ¿en dónde se pone el foco? ¿En los que se drogan, los que venden, los que fabrican, los que controlan o los que legislan?

Para Boimvaser, autor de libros como “A Brillar Mi Amor”, referido al mundo de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, lo que mata no es la droga en sí, sino la inculura, la falta de posibilidad de dar un discurso abierto, la corrupción que gira en torno y los tres poderes que van de él: un estado que permite cuando “dice combatirlo”; los productores de drogas que experimentan con los consumidores; e incluso los que participan de la rehabilitación, que en algunos lugares es un gran negocio montado. El único que pierde y paga “es el boludo que consume”.

Además, destacó que existe una gran hipocresía a la hora de tocar el tema de las drogas y que la sociedad “es muy careta”: “Mientras siga siendo la hipocresía la principal droga del mundo, por lo menos aquí en Argentina van a seguir existiendo Cromañón, Costa Salguero y otras mierdas parecidas”.

Y advirtió sobre otros sitios recurrentes en los que se intoxican personas y sobre los que los medios no hablan: los vinos pateros en los festivales folclóricos; las plantaciones contaminadas en el Conurbano bonaerense; el agua contaminada por la minería en San Juan; y los muertos por remedios truchos hechos incluso por laboratorios argentinos.

—¿Qué opinión te vale lo que ocurrió con los jóvenes en la Time Warp? ¿Hay relación entre la música electrónica y las drogas?

—Hay una ecuación elemental que cualquiera que esté en el ámbito musical lo sabe y las autoridades lo tendrían que saber también aunque no estén en el ámbito musical: si hay un festival tributo a Bob Marley, seguro que va a haber marihuana; si vos vas a una fiesta de la cumbia villera, por ejemplo, vas a ver que hay ‘paco’, que hay ‘faso’, que los chicos ‘bolsitean’; y si vas a las fiestas de electrónica sabés que hay este tipo de drogas, que son las más peligrosas porque no tienen siquiera “un control de calidad”. Nadie las supervisa, entonces un par de hijos de puta en una casa en un pequeño ambiente le ponen a la fabricación de la droga una cantidad de basura que vos no la conocés, no sabés, y recién experimentás lo efectos cuando la consumís. Bueno, esto era de prever. Después de Cromañón el Indio (Solari) dijo: ‘En el rock nos pasamos la granada de mano en mano hasta que le explotó a Callejeros’; sí, le explotó a Callejeros, no tuvieron responsabilidad. Acá pasó lo mismo; la música no mata, lo que mata es la corrupción, y lo que mató en Costa Salguero es la corrupción.

—¿Es la prohibición, como se rumorea que va a ocurrir en alguna medida, una solución?

—El tema ahora no es prohibir. Yo le escapo a todas las prohibiciones, son contraproducentes porque ahora va a pasar una cosa peor, que ya estaba pasando. Lo que va a pasar es que ahora este tipo de fiestas se van a hacer en domicilios particulares, en quintas por ejemplo, pagando ‘policiega’ (policía sobornada para hacerse la distraída), con lo cual el Estado no se puede meter. Hay aún menos control. Es decir, todas las prohibiciones llevan a mal camino. El funcionario o el político que se postula para hacer más cálida la sociedad en que gobierna tendría que tener las soluciones, y no las tienen, sino que siempre su solución es clausurar esto, clausurar aquello. Una pelotudez. Después de Cromañon, Buenos Aires se convirtió en un lugar casi desierto de recitales. Empezaron a poner unas condiciones de locos. En Gualeguaychú, que no tiene nada que ver con Buenos Aires, cien mil habitantes, el descerebrado del intendente puso en marcha una llamada Ley de Decibeles, con lo cual si vos tocas una castañuela o una pandereta ya estás haciendo ruido y no podes tocar.

—La cultura de la prohibición por sobre la de estudiar los problemas.

La cultura de la prohibición no sirve para nada. Eso sí, en los carnavales, donde también se vende una cantidad alarmante de ‘falopa’, prostitución, y todo eso, el intendente es parte de esa trama. Era previsible en algún momento que en estas fiestas pasara eso, porque venden cosas que vos no podes saber de qué se trata, aún cuando te guste tener algún tipo de experiencia o alguna cosa así, los tipitos vendiendo adentro de ese lugar y los pibes que no saben. Yo también cuando era joven me llevaba el mundo por delante, nada me mataba. Por un momento tenías el mundo de felicidad, pero después se te venía abajo. Era una época, entre el 70 y 72, donde la anfetamina se vendía en las farmacias. Ahora hablando con una doctora bioquímica me dice que estas pastillas son 40 veces más fuertes que las anfetaminas que se vendían legalmente 40 años atrás, con lo cual te das cuenta que es una locura.

—¿Y cómo se frena la entrada de esas drogas a las fiestas?

Uno no puede impedir que entren, porque un paquetito de pastillas se lo meten en el calzoncillo o donde sea y ya lo pasan. Si vos sabés que hay una fiesta electrónica en Capital tenés que tomar ciertas medidas como meter un ejército de inspectores adentro, controlar que la cantidad de gente que ingrese sea apta para el local, controlar que haya aire acondicionado; un grupo de inspectores que tenga la capacidad de acción suficiente para un lugar para evitar una tragedia. El tema en Costa Salguero es que los primeros pibes que caían tenían convulsiones y nadie los iba a socorrer porque estaban todos en otra. A lo mejor pensaban que estaban borrachos o una cosa así. Estamos en una cultura muy jodida porque lo que hoy prevalece es la mentira oficial. Desde el Gobierno, desde los medios; a mí en algunos programas me mataron porque yo decía que venía de adentro del mundo de las drogas, y no decía como el tarado de Gastón Pauls que vengo del infierno o que salí del infierno. Yo lo pude manejar, hay ejemplos de famosos como los Rollings Stones (lo cuenta Keith Richards en su autobiografía), o Pablo Picasso o Paul McCartney, que se avocaron a una vida artística y supieron llevar su proyecto de vida. El arte, los seres queridos, los hijos; eso te saca de cualquier mambo, o te mete más. En algunos países escandinavos pasa algo interesante. Toda la movida nació en Alemania y se extendió por Europa. En Suecia, creo, como ya se sabía que los pibes podían ir a las fiestas con éxtasis o con cualquier droga encima, ponían un pequeño laboratorio químico enfrente, en el cual uno llevaba las pastillas que iba a tomar y ellos le decían si era peligroso, y después uno elegía si tomarla o no. Eso se fue imitando y son varios países en el mundo los que lo hacen. Con peligroso uno se refiere a si tiene alguna sustancia que puede ser venenosa. Acá en el Conurbano, por ejemplo, algunos a la cocaína la rebajaban con vidrio molido… Vidrio de tubo de iluminación, lo muelen y lo mezclan. Eso es una locura, el tipo que hace eso tendría que ir preso por intento de homicidio, pero el que lo toma no sabe que está tomando eso. En el mundo de la droga no existen marcas que te digan ‘esta es de calidad’ y ‘esta no’, como por ejemplo un alimento, sino que la primera marca, en todo el caso es el vendedor al que uno conoce y sabe que no le va a dar porquerías ni a hacer esas animaladas. Entonces, en definitiva, no solamente matan las drogas mal fabricadas por esos hijos de puta, sino que también la incultura o la falta de posibilidad de dar un discurso abierto; éso es tan asesino como una droga.

En este momento de la entrevista, Jorge Boimvaser relató una breve pero triste e indignante anécdota, que luego concluyó con su teoría de los tres poderes: «Hubo una época, cuando estaba (Eduardo) Duhalde como presidente, que uno de sus secretarios me invitó a dar una charla a un lugar de rehabilitación, para que hable de rock y los ayude un poco. En una de esas charlas un pibe, al que el juez le había dado tres meses de internación porque tenía dos porros encima, me contó que cuando ya los había cumplido y estaba por salir, la noche anterior uno de los guardias o carceleros le dice: ‘Tomá, vamos a festejar que mañana te vas’. Ahí sacó un par de ravioles (cocaína) y el chico, tentado, tomó. Cuando los padres lo fueron a buscar al otro día le dijeron: ‘Mirá, todavía no está en condiciones de salir porque se filtró algo de droga acá y el pibe está dado vuelta’. Lo importante para entender la situación es que estos lugares no son gratuitos, ni baratos. Por ende, haciendo eso, siguieron cobrándoles. Para resumir, en el mundo de las drogas hay tres grandes poderes que ganan: los que lo producen, los que lo combaten (sea policía o sea el estado, o que “dicen combatirlo”) y los que dicen que lo rehabilitan (porque sale fortunas); el único boludo que pierde y paga eso es el que consume.

—¿Y como sociedad se combate?

—El discurso formal es que toda la droga es mala, que no hay que tomar, e incluso los periodistas o los políticos que van a los programas y dicen eso se van contentos diciendo: ‘Ya cumplí con mi deber’. No cumpliste un carajo, estás mintiendo. La sociedad argentina es muy careta en eso. Es muy jodido pelear con una sociedad que ha sido desde el comienzo absolutamente hipócrita y careta. Uno de los grandes ‘drogones’ en la historia de la América liberada es José de San Martín. Él tenía dolores del cuerpo y había descubierto unas plantas que las consumía y que eran drogas alucinógenas. Esto lo cuenta un médico que está investigando las costumbres no conocidas de ciertos personajes de la historia argentina. Ahora imaginate que si en los colegios se introduce eso, ‘San Martín cruzó Los Andes con una cantidad de merca en el bolsillo que daba miedo’… Mientras siga siendo la hipocresía la principal droga del mundo, por lo menos aquí en Argentina van a seguir existiendo Cromañón, Costa Salguero y otras mierdas parecidas.

—¿Se hace una relación entre las drogas y el arte? Al rock también se lo estigmatizó con las drogas.

—No, no es la relación de la droga. Yo cuando voy a ver un espectáculo artístico voy totalmente lúcido porque no me quiero perder nada. Hace medio siglo atrás empezábamos a experimentar lo que se llamaba estado alterado de conciencia, los mundos paralelos que uno puede ver con la ayuda de algún psicotrópico, planta o algo parecido. En el mundo de la música también podés tener ciertos estados que con la música se potencian más, pero no es necesario drogarse, ni escuchar música. En el rock siempre hubo una cantidad de pelotudos, como en cualquier otra manifestación. Si vos vas a una peregrinación a Luján también te vas a encontrar a unos ‘fieritas’ que son tontos y te preguntas qué están haciendo ahí. Pero el rock tuvo próceres como Luis Alberto Spinetta que en su tema ‘Todas las Hojas son del Viento’ te advierte cuidar a tus hijos de las drogas. Así que no tiene relación. Que de pronto el metal, ponele, te dé ganas de estar más acelerado, puede ser, pero el problema nunca termina siendo la música.

—Cuando sucedió Cromañon se dijo eso era algo que se veía venir. Ahora con la fiesta de electrónica pasó lo mismo. ¿Hay otra tragedia que estemos viendo venir y no se diga ni se haga nada?

—Te digo donde se producen muchas intoxicaciones masivas desde hace mucho tiempo, pero como no está la pendejada involucrada los medios no le dan bola. En todas las fiestas de folclore del interior como Cosquín, o la Fiesta de la Chacarera, se comercializa vino patero que es de una calidad inmunda. Vino que vos decís ‘vino casero’ y que un ‘bebedor entrenado’ como yo tomo media gotita de eso y ya me caigo. Fue tan así que entonces en un momento lo que hice fue averiguar qué era eso, y son vinos que se hacen sin control. Recién en Mendoza hace unos años el Instituto Nacional de Vitivinicultura comenzó a controlar lo vinos pateros. Son de una calidad horrible, les ponen combustible, kerosene, y nadie lo está supervisando. Ojo, hay tipos que son de un corazón noble y que tienen su pequeña bodega, pero hay otros mercenarios que lo único que quieren es ganar guita y te fabrican vino con cualquier basura. Esto tampoco trasciende porque, y esto me lo dijo gente vinculada con las fiestas, los que llegan a los hospitales son con coma etílico, entonces los médicos lo que diagnostican es borrachera extrema, pero no tienen ni siquiera a lo mejor ganas de averiguar el origen de eso, y el origen de eso es el vino patero. El gran problema argentino, que no pasa solamente por Capital Federal sino por todo el país, es que nadie controla nada. Y con todo esto vos pensás ‘lo más saludable es comerse una ensalada de lechuga’, y las huertas que están en la provincia de Buenos Aires, en la zona sur, que muchas veces no tienen riegos artificiales, se riegan con aguas hervidas. Los camiones atmosféricos que destapan los pozos donde caen las necesidades de las personas, esos camiones los desechan en las huertas donde después va a nacer una lechuga que está regada con agua podrida. Si pensás que entonces ‘nada mejor que comer los frutos de la tierra sin agroquímicos’ preguntale a la gente de San Juan, donde los de la Barrick Gold a los que Gioja deja derraman ácidos, cianuros y metales en las aguas, entonces vos te estás intoxicando aún comiendo una ensalada de zapallitos porque el agua ya venía con tóxicos. A 10 kilómetros de San Juan clandestinamente se siguen permitiendo las peleas de perros, hay apuestas. Un poquito más alejado tenés los lugares donde se explota la minería, el agua contaminada va a los ríos, de esos ríos salen los riegos para los campos, y los sanjuaninos a veces están comiendo ensalada de veneno. Porque eso es acumulativo, ese tipo de cianuros que tiran en los ríos y vos los comés en las ensaladas producen cáncer al corto o al mediano plazo. Por lo tanto en la Argentina podés morir de cualquier cosa, no sólo es Costa Salguero lo que te mata ni es Cromañón lo que te mata. Si nadie cuida eso, controla, en Argentina vamos mal y estamos peor. Así que lo de Costa Salguero es sólo un eslabón más en la cadena de putrefacción del poder y del Estado en la Argentina.

—Un tema que no está relacionado directa, pero sí indirectamente: el martes se cumplieron 25 años de la muerte de Walter Bulacio.

Otra de las barbaridades impunes de la Argentina. El que una vez me dijo ‘yo lo dí de baja al comisario Espósito’ fue Aníbal Fernández, en una charla que tuvimos (NdR: Espósito fue el comisario asesino de Walter). Pero a ver, matar a un chico que va a un recital la sociedad no lo escandaliza. Sólo unos cuantos rockeros que siempre tenemos la cabeza puesta en ese tema, pero para la sociedad ya pasó, como muchos otros muertos que la sociedad se olvida, y como los muertos anónimos de los remedios truchos. Eso, por ejemplo, ha matado más gente que la droga, y no hay estadística, porque vos no sabés si la persona que estaba internada con un diagnóstico de cáncer no le dieron uno de esos remedios truchos y se murió porque no era remedio sino un placebo, un poquito de azúcar en una pastilla. Por eso no hay estadística de eso, porque es imposible saberlo, pero es una realidad de la cual varios laboratorios argentinos forman parte durante los últimos diez años.