Por Facundo Díaz D’Alessandro

La Plaza de Mayo ha sido históricamente, por lo menos desde 1810, escenario de las más variadas manifestaciones y eventos históricos. Rodeada de imponentes edificios, entre ellos la Casa Rosada, resultó ineludible para las centrales sindicales, sobre todo por las consignas esgrimidas, fijarlo como epicentro de la congregación y el acto central que cerró la marcha de este martes.

Amplias columnas de sindicatos de lo más variadas se dieron cita en la plaza, incluso los movimientos sociales como la Ctep que reúnen trabajadores de la economía informal, no representados en las centrales obreras, pero que sumaron su voz contra la política económica macrista.

Con el triunviro de la CGT y secretario general del sindicato de Dragado y Balizamiento, Juan Carlos Schmid como único orador previsto y sin presencia de dirigentes de peso como Héctor Daer, el clima rupturista hacia adentro de la principal central de trabajadores estaba en el aire y el discurso de Schmid profundizó esa línea.

El dirigente gremial habló de atender la “agenda social”, en la que incluyó (y nombró) a sectores marcadamente opositores al gobierno nacional como los “movimientos sociales” o “la lucha de las mujeres” además de jubilados y trabajadores “a los que se les hace cada vez más difícil vivir”.

También en el inicio de su discurso pidió por la aparición de Santiago Maldonado e interpeló a la ministra de Seguridad Patricia Bulrich, “siempre muy ejecutiva para desalojar y reprimir”.

De este modo y teniendo en cuenta la reunión confederal de trabajadores anunciada para el 25 de septiembre, en la que se discutirá “un plan de lucha y la fecha de un paro general”, pareciera perfilarse un semblante más combativo de este sector de la CGT (y resistido por «los Gordos») hacia la administración de Mauricio Macri.

Quedará para futuros análisis determinar si esa reunión marcará la partición de la principal central obrera del país para encarar esa nueva etapa de oposición dura “a la Moyano”, como sucediera en los años noventa con el MTA, quedando separados los gremios más “dialoguistas”.

Enfrente, está un gobierno nacional envalentonado por los resultados de las Paso y dispuesto a sancionar las reformas que cree necesarias para el crecimiento económico y que incluyen una revisión del “costo laboral”.

La gran mayoría del arco sindical realizó hoy una nueva demostración de fuerza, convocando a cientos de miles de personas frente a las oficinas presidenciales y dejando sentado que avanzar con una “reforma laboral” no será sencillo para el gobierno, aún ganando las elecciones de octubre.

Es que ya no se oyó desde el palco de la organización un pedido hacia el gobierno para que cambie el rumbo económico. Directamente se señaló que el andar del movimiento obrero se nutrirá de un plan de lucha próximo a definir.

En tiempos de timbreo y marketing político (que por lo demás han demostrado ser efectivos) se plantea entonces el desafío: por un lado para el gobierno nacional, convencido de su plan económico y de avanzar más contra lo que define como “mafias que atentan contra el crecimiento del país”.

¿Puede un gobierno de CEO’s plantarse contra un movimiento gremial decidido a frenar sus reformas? ¿El ala política de Cambiemos, encarnada mayormente en el radicalismo, tendrá la cintura política necesaria para evitar la tensión social derivada de una situación económica que sigue mejorando en datos pero no se palpa en la calle?

El otro interrogante rodea a los gremios. ¿Será capaz el moyanismo de reformular su lucha noventista luego de años de un perfil menos combativo con los oficialismos?

Más aún, ¿será capaz de frenar el avance reformista sólo con quienes hoy entienden que Macri equivale a una regresión en lo social? ¿Podrá acaso sumar más voluntades a esa empresa y resignificar un peronismo en crisis?