Seguramente, independientemente de cual sea el resultado de la votación en la Cámara Alta, este 8 de agosto pasará a la historia. Por primera vez en la historia, los senadores de la Nación debaten un proyecto de interrupción voluntaria del embarazo.

Esa histórica sesión se lleva a cabo con un telón de fondo pocas veces visto. Las calles que rodean el Congreso colmadas y dividas, a puro pañuelo, y canto y convencimiento. En un extremo de la Avenida de Mayo se impone el verde, se multiplican las caras pintadas, los pañuelos y puños en alto, una marea que agita la muy sentida consigna, tantas veces repetida: Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir.

Del otro lado, los pañuelos, carteles, y maquillajes con consignas para el rostro, son celestes. Son los que se oponen, por convicción, religión o ambos, a que la ley avance. Son optimistas, los números, a esta altura de la jornada, se inclinan hacia sus convicciones.

De ambos lados el despliegue de creatividad es impresionante. Hay brillos en caras, pelos y labios, pelucas fosforescentes, remeras, carteles extravagantes, escenarios y e instalaciones artísticas, bombos, batucadas y murgas. Ninguno se deja apabullar por el intenso  frío, y los colores opuestos entre sí, contrastan y resaltan sobre el gris de la jornada.

Son miles, gritan, cantan y resisten. No los correrá ni el viento, ni la lluvia ni la noche cuando avance. No se irán hasta que el último senador haya hecho su proclama y emitido su voto. Sin importar la hora ni los colores, allí estarán hasta el final. Y, lleven el pañuelo que lleven, son el botón de muestra de un debate que ha llegado para instalarse, una discusión necesaria, un punto de inflexión de la sociedad argentina que ya no tiene marcha atrás.

Foto NA: PABLO GRINBERG