«No seré una estrella de rock, seré una leyenda». Bajo ese lema, Farrokh Bulsara (Freddie Mercury) siguió su norte hasta lograr meterse para siempre en la historia de la música.

Fue el abanderado de la banda británica Queen, a la que llevó a lo más alto junto a Brian May, John Deacon y Roger Taylor.

La voz de Mercury marcó un antes y un después en la historia de la música.

«Love of my life», «Save me», «The Prophets Song», «Bohemian Rhapsody», «Somebody to love». La lista de himnos de la banda británica Queen puede seguir y seguir. Y todos ellos tienen una firma única, un sello que no pudo replicarse en ningún otro grupo de rock desde la década del 70 hasta la actualidad: la increíble voz de su cantante, Freddie Mercury.

El vocalista, nacido en Zanzíbar y fallecido en noviembre de 1991, regaló al mundo un tono y una capacidad de recursos vocales que cautivó a los representantes de la música de cualquier género.

«La voz de Freddie tenía una textura inigualable. Tenía la capacidad de agarrar una frase, escurrirla y hacer lo que quería con ella. Además, era súper sexy. Estaba completamente por encima del resto de los cantantes», reflexionó en su momento el legendario guitarrista Eric Clapton.

Ante tal paradigma, un grupo de investigadores de Austria, República Checa y Suecia realizaron un arduo estudio para poder poner en papel la magia de la voz del líder de la banda británica.

Freddie Mercury tenía la capacidad de controlar a todo el público en la palma de su mano.

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Las cuerdas ventriculares

El informe, publicado en la revista Logopedics Phoniatrics Vocology, detectó que Mercury era capaz de ampliar su rango de voz a cuatro octavas y que su precisión se debía a una técnica vocal utilizada por muy pocos cantantes en el mundo. Si bien no pudo llegar a definirse si la voz pertenece a un barítono o a un tenor, la clave estuvo en la vibración de las cuerdas.

Los subarmónicos que empleaba el cantante de Queen no eran producidos por la vibración de las cuerdas vocales, como la inmensa mayoría de vocalistas, sino que surgían a través de la vibración de las llamadas cuerdas ventriculares. Esa técnica es empleada casi de manera exclusiva por los intérpretes de música clásica y le permite tener un control total de las tonalidades en sus extremos agudos o graves.